LOS DOS IVANES, HIJOS DE UN SOLDADO #leyenda #lecturajuvenil #hermandad #aventuras #rusia
En cierto reino, en cierto país, vivía un campesino. Llegó un día en que le enrolaron como soldado. Al despedirse de su esposa, que estaba embarazada le dijo:
-Mujer, gobierna bien nuestra casa y espérame que volveré cuando me licencien. Aquí hay cincuenta rublos. Tanto si es hija como si es un hijo lo necesitarás.
El campesino se despidió de su mujer y partió hacia el lugar donde debía presentarse. Al cabo de unos tres meses, su esposa dio a luz a dos niños gemelos y les puso por nombre Iván ; los dos Ivanes, hijos de un soldado.
Los niños empezaron a crecer lo mismo que sube la masa con buena levadura. Cuando cumplieron diez años, la madre los puso a estudiar. Progresaron rápidamente, dejando atrás a los hijos de los nobles y de los mercaderes, ninguno de los cuales sabía leer, escribir, ni contestar mejor que ellos. Envidiosos, no dejaban pasar día sin pegar o pellizcar a los gemelos. Hasta que uno de los hermanos le dijo al otro:
-¿Van a estar mucho tiempo pegándonos y pellizcándonos? Nuestra madre no para de hacernos ropa y comprarnos gorros, porque todo lo que nos ponemos nos lo hacen trizas nuestros compañeros. Vamos a ajustarles las cuentas a nuestra manera.
Y decidieron defenderse el uno al otro y estar siempre juntos. Al día siguiente, los hijos de los nobles y de los mercaderes empezaron a meterse con ellos, como siempre, pero los gemelos hartos de aguantar, se pusieron a devolver los golpes, y allá fueron.... A todos dejaron maltrechos. En seguida acudieron los guardias, maniataron a los bravos muchachos y los metieron en la cárcel. El suceso llegó a oídos del zar, que hizo comparecer a los gemelos, les preguntó cómo había ocurrido todo y luego ordenó que los pusieran en libertad.
-Ellos son los culpables -dijo- Habéis castigado a los que les provocaron.
Crecidos ya, los dos Ivanes hijos de un soldado le pidieron a su madre:
-¿Nos dejó algún dinero nuestro padre, madre?. Porque si algo dejó, podrías dárnoslo para ir a la ciudad y comprarnos un buen caballo cada uno.
La madre les dio los cincuenta rublos para los dos, y les hizo esta recomendación.
-Escuchad hijos míos; cuando vayáis camino de la ciudad, saludad a todas las personas que os encontréis.
-Esta bien madre querida.
Los hermanos partieron hacia la ciudad y fueron al mercado de caballerías, pero aunque había muchos caballos, ninguno les gustaba.
-Vamos a aquel otro extremo de la plaza -dijo uno de los hermanos- fíjate qué gentío tan tremendo se ha juntado allí.
Cruzaron la plaza y después de abrirse paso entre la muchedumbre, vieron dos potros sujetos a unos postes de roble, el uno con seis cadenas y el otro con doce. Los animales tiraban de las cadenas, y escarbaban la tierra con los cascos. Nadie se atrevía a acercarse a ellos.
-¿Qué pides por tus potros? -le preguntaron al dueño.
-Mejor será que no metas las narices, hermano. Los vendo, pero si no están al alcance de tu bolsillo ¿para qué preguntar?
-¿Por qué hablas de lo que no sabes? Quizá los compremos. Pero necesitamos verles la dentadura primero.
-Prueba, si tan poco apego le tienes a la vida -replicó el amo de los animales con sorna.
Uno de los hermanos se acercó al caballo que estaba sujeto por doce cadenas. Intentaron mirarles los dientes. ¡Imposible! Los potros se alzaron sobre las patas traseras resoplando con furia. Los hermanos rompieron las cadenas, y los potros salieron disparados,
-¿Presumías tu de potros? Pues nosotros ni regalados querríamos semejantes jamelgos...
La gente se maravillaba ante aquellos jóvenes tan corpulentos. En cuanto al amo de los caballos, poco le faltaba para llorar; los animales habían escapado al galope de la ciudad y ahora, corrían por los campos como desbocados, sin que nadie se atreviera a acercarse ni supiera como capturarlos. Hasta que los Ivanes hijos de un soldado se compadecieron del hombre, salieron también al campo y llamaron a los caballos con voz potente y un silbido atronador. Los potros acudieron inmediatamente y se inmovilizaron delante de ellos. Los muchachos les pusieron entonces las cadenas y los condujeron hasta los postes de hierro, donde los dejaron bien amarrados. Hecho lo cual, regresaron a su casa.
Iban caminando, cuando se cruzaron con un viejo de pelo canoso. En ese momento no se acordaron de lo que les había recomendado su madre, y pasaron de largo sin saludarle. Al poco, uno de ellos cayó en la cuenta:
-Hermano, no hemos saludado al viejo. Vamos a darle alcance para subsanar nuestra falta.
Iban caminando, cuando se cruzaron con un viejo de pelo canoso. En ese momento no se acordaron de lo que les había recomendado su madre, y pasaron de largo sin saludarle. Al poco, uno de ellos cayó en la cuenta:
-Hermano, no hemos saludado al viejo. Vamos a darle alcance para subsanar nuestra falta.
Dieron alcance al viejo, se quitaron los gorros y le saludaron.
-Perdona que hayamos pasado sin saludarte, abuelo. Nuestra madre nos ha recomendado que saludemos a todas las personas con quienes nos crucemos.
-Gracias muchachos ¿Y dónde habéis estado?
-En la ciudad. Queríamos comprar un buen caballo cada uno, pero no hemos encontrado nada que nos conviniera.
-¿Cómo os vais a arreglar ahora? ¿Y si os lo regalara yo?
-Si haces eso, te lo agradeceremos siempre.
-Vamos pues.
El anciano los condujo hasta una gran montaña, donde abrió una puerta de hierro, haciendo salir a dos recios caballos.
-Aquí tenéis los caballos, bravos muchachos. Haced uso de ellos con salud.
Los muchachos le dieron las gracias, montaron en los caballos y galoparon hacia su casa. Cuando llegaron, ataron los caballos a un poste en el corral y entraron en la casa.
-¿Habéis comprado los caballos, hijos míos? -preguntó la madre.
-No los hemos comprado, sino que nos los han regalado.
-¿Y dónde los habéis dejado?
-Delante de la casa.
-Tened cuidado hijos, no vaya a llevárselos alguien.
-No, madre. A esos caballos no hay quien se los lleve, ni siquiera quien se acerque a ellos.
La madre salió a la calle, vio los recios caballos y rompió a llorar
-¡Ay, hijos míos! Ya veo que no estáis hechos para permanecer a mi lado.
Al día siguiente, los muchachos rogaron a la madre:
-Permite que vayamos a la ciudad a comprarnos un sable cada uno.
-Esta bien, hijos queridos.
Montaron a caballo, fueron a una herrería y le dijeron al herrero:
-Haznos un sable a cada uno.
-No necesito hacerlo. Aquí tenéis de sobra donde elegir.
-Nosotros necesitamos sables que pesen más.
-¡Vaya ocurrencia! ¿Quién iba a manejar semejante mole?
Volvieron cabizbajos a su casa, cuando se encontraron con el mismo viejo por el camino.
-¡Hola muchachos!
-¡Hola abuelo!
-¿De dónde venís ?
-De la ciudad. Hemos ido a comprar un sable cada uno, pero no hay ninguno que encaje en nuestra mano.
-Mal asunto. ¿Y si os lo regalara yo?
-Si haces eso te lo agradeceremos eternamente.
El anciano los condujo hasta una gran montaña, abrió una puerta de hierro y sacó dos sables gigantescos. Ellos los empuñaron, dieron las gracias al anciano y al instante salieron alegres y felices. Cuando volvieron a su casa, la madre les preguntó:
-¿Habéis comprado los sables, hijos míos?
-No los hemos comprado, sino que nos los han regalado.
-¿Y dónde están?
-Los hemos dejado fuera.
-Tened cuidado, hijos míos, no vaya a llevárselos alguien.
-No madre. Esos sables no hay quien se los lleve, ni siquiera en un carro.
La madre se asomó al corral y vio, recostados contra la pared, los dos sables gigantescos cuyo peso apenas podía sostener la casa. Rompió a llorar diciendo:
-¡Ay, hijos míos! Ya veo que no estáis hechos para permanecer a mi lado.
A la mañana siguiente, los dos Ivanes hijos de un soldado ensillaron sus recios caballos, empuñaron sus sables gigantescos y entraron en la casa para despedirse de su madre:
-Danos tu bendición madre, antes de emprender el largo camino que nos espera.
-Que mi bendición maternal sea con vosotros en todo momento, hijos míos. Daos a conocer y que la gente os conozca. No ofendáis a nadie sin razón, pero tampoco dejéis sin castigo a los malvados.
-No temas, madre. Nuestro lema es camino sin agraviar; si me agravian, me defiendo.
Luego montaron a caballo y partieron. Anduvieron por no se sabe cuanto tiempo, hasta que llegaron a una encrucijada donde había dos postes, cada uno con un cartel. Uno decía: "Quien vaya a diestra, a zar llegará". El otro decía: "Quien vaya a siniestra, la muerte hallará". Se detuvieron los hermanos, leyeron las inscripciones y se quedaron cavilando hacia dónde debía marchar cada uno. Debían decidirse y entonces dijo el uno:
-Mira hermano, como yo soy más fuerte que tú tomaré el camino de la izquierda y ya veré lo que me ofrece la suerte. Marcha tú hacia la derecha y quizá llegues a ser zar.
Al despedirse, intercambiaron sus pañuelos y convinieron en que cada uno seguiría su camino marcándolo con postes, donde irían dejando razón de lo que sucediera. Además, cada mañana se enjugarían el rostro con el pañuelo del otro, ya que, si en el pañuelo aparecía sangre, sería señal de que el hermano había hallado la muerte. En caso de suceder tamaña desgracia, el que quedase vivo iría en busca del otro.
Los jóvenes partieron en direcciones opuestas. El que guió su caballo hacia la derecha llegó hasta un reino floreciente, cuyos soberanos tenían una hija, la princesa Nastasia la Hermosa. El zar vio a Iván, hijo de un soldado, le tomó cariño por su bizarría, y sin pensarlo le dio a su hija como esposa, le nombró príncipe Iván, ordenándole que gobernara todo el reino. El príncipe Iván vivía feliz y contento.
Una vez que se disponía a salir de caza encontró en su silla de montar, cuando se la colocaba al caballo, dos pomos que contenían agua de la salud el uno y agua de la vida el otro. Después de contemplarlos, volvió a dejarlos donde estaban, pensando que algún día podría necesitarlos.
En cuanto a su hermano, el Iván hijo de un soldado que tomó el camino de la izquierda, fue galopando día y noche. Transcurrido un mes, luego otro y otro más, llegó a un país desconocido. Justo a la capital. En aquel país reinaba una gran aflicción. Las casas tenían colgaduras negras y la gente andaba tambaleándose, como si estuviera dormida. Pidió hospedaje a una pobre vieja en la peor casa que encontró, y empezó a hacerle preguntas:
-¿Podrías decirme abuela, por qué anda la gente tan triste en vuestro país y por qué tienen todas las casas colgaduras negras?
-¡Ay, buen mozo! Estamos padeciendo una gran desgracia. Todos los días sale del mar azul, por detrás de una roca gris, un culebrón de doce cabezas que se come a una persona de un bocado. Ahora le toca el turno al palacio del zar... Tiene tres princesas preciosas, y ahora se acaban de llevar a la mayor, a la orilla del mar para que la devore el culebrón.
Iván hijo de un soldado, montó en su caballo y partió al galope hacia el mar azul y la roca gris. Cuando llegó a la orilla, vio a la preciosa princesa encadenada.
-Márchate de aquí, bravo caballero -le dijo la princesa- Pronto aparecerá el culebrón de las doce cabezas. A mi me matará, pero tú correrás la misma suerte y te devorará.
-No temas, hermosa doncella. Quizá conmigo se atragante.
Iván hijo de un soldado, se aproximó a ella, tomó la cadena con su mano de gigante y la hizo pedazos como si se tratara de una cuerda podrida. Luego se recostó en las rodillas de la princesa diciendo:
-Despiértame en cuanto se acerque una nube, empiece a soplar el viento y se agite el agua.
De pronto, se acercó una nube, sopló el viento, se agitó el mar y de las aguas azules salió el culebrón, que empezó a trepar tierra adentro. La princesa despertó a Iván, hijo de un soldado. El joven se levantó y apenas tuvo tiempo de montar en su caballo cuando ya llegaba el culebrón a toda velocidad.
-¿Qué has venido a buscar aquí Iván? Este sitio me pertenece. Despídete ahora del mundo y métete tu mismo en mis fauces. Así sufrirás menos.
-Estás equivocado, maldito culebrón. Tú a mí no me engulles.
Desenvainó su afilado sable, lo enarboló y al dejarlo caer, tajó las doce cabezas del culebrón. Luego levantó la roca gris, metió las cabezas debajo, arrojó el cuerpo al mar y regresó a la casa de la viejecita. Allí comió, bebió, se acostó y estuvo durmiendo tres días y tres noches. Entre tanto, el zar hizo venir al aguador y le dijo:
-Ves a la orilla del mar y recoge por lo menos los huesos de la princesa.
El aguador fue a la orilla del mar azul, vio a la princesa sana y salva, la hizo subir a su carro, y la condujo a lo profundo del bosque. Allí, se puso a afilar un cuchillo.
-¿Qué vas a hacer? -preguntó la princesa.
-Degollarte.
-No me degüelles -rogó la princesa- Yo no te he hecho ningún daño.
-Si le dices a tu padre que te he librado yo del culebrón, te perdonaré la vida.
La princesa no tuvo más remedio que acceder. Volvieron al palacio, y el rey se alegró tanto de ver a su hija que nombró coronel al aguador.
Cuando Iván hijo de un soldado, se despertó, llamó a la vieja en cuya casa se hospedaba y le dijo:
--Acércate al mercado, abuela, compra lo que necesites y escucha lo que dice la gente, por si hay novedad.
La vieja fue al mercado, hizo las compras, escuchó las noticias y volvió diciendo:
-Cuenta la gente que nuestro zar ha dado un gran festín, que han asistido príncipes, embajadores, nobles y grandes personalidades. Entonces entró por una ventana una flecha de hierro templado y se clavó en el centro de la mesa. La flecha traía una carta de otro culebrón de doce cabezas diciendo que si no le llevan a la princesa mediana, arrasara el reino entero con fuego y esparcirá las cenizas. De manera que hoy conducirán a la pobrecita a la orilla del mar, donde la roca gris.
Iván hijo de un soldado, ensilló inmediatamente su recio caballo, montó en él y partió al galope hacia el mar azul.
-¿A qué venís aquí, valeroso joven? -preguntó la princesa al verle- Hoy me toca a mí morir y verter mi sangre. Pero tú ¿qué necesidad tienes de exponerte?
-No temas. Confiemos.
Apenas había pronunciado estas palabras, el culebrón se abalanzó sobre él, escupiendo fuego, para matarlo. El joven asestó un golpe con su afilado sable y le cortó las doce cabezas. Luego metió las cabezas debajo de la roca, arrojó el cuerpo al mar y volvió a su casa, donde comió, bebió y de nuevo se acostó a dormir tres días y tres noches.
Otra vez fue el aguador a la orilla del mar, encontró a la princesa sana y salva, la hizo subir a su carro, la condujo a un bosque oscuro y se puso a afilar su cuchillo.
-¿Para qué afilas tu cuchillo? -preguntó la princesa.
-Para degollarte. Pero te perdonaré la vida si juras decirle a tu padre lo que yo te mande.
Juró la princesa y él la condujo al palacio. El zar se alegró tanto al verla que nombró general al aguador. Iván hijo de un soldado,se despertó al cuarto día y le pidió a la viejecita que fuera al mercado a enterarse de las noticias. Ella volvió diciendo:
-Ha aparecido otro culebrón y también le ha mandado al zar una carta exigiendo que le entregue a la menor de las princesas para devorarla.
Iván hijo de un soldado, ensilló su recio caballo, montó en él y fue galopando hacia el mar azul. Allí estaba la princesa, encadenada. El joven agarró la cadena, pegó un tirón y la rompió como si fuera una cuerda podrida. Luego se recostó sobre las rodillas de la doncella y le dijo:
-Despiértame en cuanto se acerque una nube, empiece a soplar el viento y se agite el agua.
La hermosa doncella así lo hizo... De pronto apareció una nube, sopló el viento, se agitó el mar, y de las aguas azules salió un culebrón que empezó a trepar tierra adentro. La princesa despertó a Iván, hijo de un soldado, pero sin conseguirlo por mucho que lo intentó. Entonces rompió a llorar, y una de sus lágrimas ardientes cayó en una mejilla del joven, que despertó y corrió hacia su caballo. El culebrón de las doce cabezas llegaba volando y escupiendo fuego. Al ver al joven, exclamó:
-Muy apuesto eres y muy agradable, bravo muchacho, pero perderás la vida. Yo te devoraré con huesos y todo.
-Estás equivocado, maldito culebrón. Te atragantarás.
Iniciaron una pelea a muerte. Iván hijo de un soldado, manejaba su sable con tanta rapidez y tanta fuerza, que se calentó al rojo vivo y no era posible sostenerlo entre las manos.
-¡Ayúdame, hermosa doncella! -rogó- Moja tu pañuelo en el mar azul y dámelo para envolver la empuñadura del sable.
La princesa corrió a humedecer su precioso pañuelo y se lo entregó al valeroso muchacho. Él lo enrolló alrededor de la empuñadura de su sable, que descargó sobre el culebrón hasta cortarle las doce cabezas. Luego metió las cabezas debajo de la roca gris, arrojó el cuerpo al mar y volvió galopando a su casa, donde comió, bebió y se acostó a dormir tres días y tres noches.
Otra vez el zar, envió al aguador a la orilla del mar. El aguador volvió a amenazar a la princesa hasta conseguir su promesa. Cuando el zar vio viva a su hija menor, fue grande su alegría y no sabiendo ya como recompensar al aguador, decidió que sería su esposa.
La noticia recorrió todo el país. Enterado Iván hijo de un soldado, de que el zar preparaba la boda de su hija menor, se presentó en el palacio. Se estaba celebrando un festín. Los invitados comían, bebían... La menor de las princesas miró a Iván, vio su precioso pañuelo atado a la empuñadura del sable y se levantó presurosa de la mesa para conducirle de la mano hasta su padre diciendo:
-Padre, este es quien nos libró de la muerte horrible que quería darnos el feroz culebrón. El aguador, lo único que hizo fue afilar su cuchillo diciendo que era para degollarnos.
Indignado el zar, ordenó que el aguador fuera ahorcado inmediatamente, Luego le concedió la mano de la princesa a Iván, hijo de un soldado. La boda se celebró con grandes festejos, y los jóvenes desposados vivieron felices y contentos.
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