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MARÍA DE LAS MUERTES #aventuras # #LEYENDA #hermanos #RUSIA #LECTURAJUVENIL



Imagen de N-region en Pixabay




Había una vez un príncipe llamado Iván, que tenía tres hermanas: las princesas María, Olga y Ana.  Los padres murieron, pero antes le recomendaron que consintiera que sus hermanas se casaran, que no las retuviera a su lado.

Después de los funerales, el príncipe que estaba muy afectado, salió con sus hermanas a dar un paseo por el jardín.  De repente, apareció un nubarrón en el cielo, presagiando una terrible tormenta.  Volvieron a palacio y nada más entrar en él, retumbó un trueno, el techo se partió por la mitad y un noble halcón entró volando en la estancia.  El halcón pegó contra el suelo y se convirtió en un apuesto caballero.
-Te saludo, príncipe Iván -dijo-.  Antes solía venir de visita; pero hoy vengo como pretendiente.  Quisiera pedirte la mano de tu hermana María.
-Si eres de su agrado, yo no le pondré ninguna traba.



La princesa aceptó, se casaron y el halcón se la llevó a su reino.  Pasó un año.  Un día salió el príncipe Iván con sus dos hermanas a dar un paseo por el jardín.  También apareció un nubarrón, acompañado de un vendaval y de relámpagos.
-¡Volvamos a casa hermanitas!-dijo el príncipe.

Apenas habían entrado en el palacio cuando retumbó un trueno, se desbarató el tejado se partió por la mitad.  Entonces entró volando un águila que, al pegar contra el suelo, se convirtió en un apuesto caballero.
-Te saludo príncipe Iván -dijo-.  Antes solía venir de visita, pero hoy vengo como pretendiente.



Y pidió la mano de la princesa Olga, quien aceptó en casarse con el águila, que se la llevó a su reino.

Había transcurrido otro año cuando el príncipe Iván le dijo a su hermana menor.
-Vamos a dar un paseo por nuestro jardín.

Pasearon un poco, de nuevo apareció un nubarrón acompañado de vendaval y relámpagos.
-¡Volvamos a casa, hermanita!

Volvieron a casa, y no habían tenido todavía tiempo de sentarse, cuando el techo se partió en dos y entró volando un cuervo, que pegó contra el suelo y se convirtió en un apuesto caballero.  
-Príncipe Iván, antes yo solía venir de visita, pero hoy vengo como pretendiente.  Dame a la princesa Ana por esposa.
-Yo no me opongo a la voluntad de mi hermana.  Puesto que te has enamorado de ella, que se case contigo, si quiere.



La princesa Ana se casó con el cuervo, que se la llevó a su país.  El príncipe Iván que quedó solo.  Pasó un año entero sin sus hermanas y comenzó a aburrirse, por lo que decidió ir a visitarlas.  Fue cabalgando, cabalgando, hasta que descubrió en el campo un gran número de soldados muertos.  Se detuvo y gritó:
-Si alguien ha quedado vivo, que me responda.  ¿Quién ha dado muerte a tantas tropas?
-Todo este gran ejército lo ha destruido María de las Muertes, la princesa -le contestó alguien que quedaba con vida.

Continuó el Príncipe su camino hasta encontrar un grupo de tiendas blancas.  De una de ellas salió a su encuentro María de las Muertes, la princesa.
-¡Hola príncipe!  ¿Hacia dónde llevas tus pasos?  ¿Vas por tu propia voluntad o en contra de ella?
-Los caballeros valientes no van ningún lugar en contra de su voluntad -contestó Iván.

El príncipe Iván aceptó encantado, pasó dos noches bajo aquellas tiendas blancas, se enamoró de María de las Muertes y se casó con ella.

María de las Muertes, la princesa, se llevó al príncipe Iván a sus dominios.  Vivieron en amor y armonía cierto tiempo, hasta que se le ocurrió a la princesa ponerse en  campaña para hacer la guerra.  Dejó a cargo del príncipe Iván todo cuanto poseía, haciéndole esta advertencia:
-Anda por donde quieras y vigílalo todo, pero no entres en esta estancia.



El príncipe no pudo dominar su curiosidad y, apenas se marchó María de las Muertes, corrió a la estancia, abrió la puerta y se asomó: allí estaba colgado con doce cadenas Koschéi, el Esqueleto Perpetuo.
-Apiádate de mí -suplicó Koschéi al príncipe- y dame un poco de agua.  Diez años llevo aquí, sin comer ni beber, y tengo la garganta seca.

El príncipe le llevó un cubo entero de agua pero, apenas lo apuró, Koschéi pidió más..  Le llevó otro cubo, que Koschéi bebió también, y aún pidió más.  Con el tercero, recobró fuerzas sacudió las cadenas y rompió las doce de un golpe.
-¡Gracias príncipe! -exclamó-.  Pero has de saber que, desde ahora, puedes despedirte de María de las Muertes para siempre.

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En seguida salió disparado por la ventana armando un tremendo vendaval, dio alcance a María de las Muertes, la princesa, la arrebató y se la llevó a su casa.  En cuanto el príncipe Iván, después de llorar amargamente, se equipó y se puso en campaña, diciendo:
-¡Pase lo que pase, he de dar con María de las Muertes!

Cabalgó un día tras otro, hasta que encontró un palacio maravilloso.  A la entrada se alzaba un roble, y en el roble estaba posado un noble halcón.  Al ver al príncipe, el halcón bajó volando del roble, pegó contra el suelo y se convirtió en un apuesto caballero.
-¡Querido cuñado! -exclamó-.  Veo que te encuentras bien.

Acudió presurosa la princesa María, alegrándose de ver a su hermano, se informó de su salud y le contó cómo vivía ella.  El príncipe pasó tres días a su lado.
-No puedo quedarme más tiempo -dijo entonces-.  Voy en busca de mi esposa, la princesa María de las Muertes.
-Mucho te costará dar con ella -advirtió el cuñado halcón-.  Déjanos, por si acaso tu cuchara de plata.  Así te recordaremos siempre que la veamos.

El príncipe Iván dejó la cuchara de plata a su cuñado el halcón y prosiguió su camino.  Cabalgó varios días hasta que se halló enfrente de un palacio todavía mejor que el primero.  A la entrada se alzaba un roble, y en el roble estaba posada un águila.  al verle, el águila bajó volando, pegó contra el suelo y se convirtió en un apuesto caballero.
-¡Levántate princesa Olga, que ha venido nuestro querido hermano!-gritó.

Imagen de Willgard Krause en Pixabay


La princesa acudió inmediatamente al encuentro de su hermano, comenzó a besarle y abrazarle mientras se informaba de su salud y le hablaba de la vida que ella hacía.  El príncipe Iván pasó tres días con ellos.
-No dispongo de más tiempo- les dijo-.  Voy en busca de mi esposa, la princesa María de las Muertes.
-Mucho te costará dar con ella -advirtió su cuñado el águila-.  Déjanos tu tenedor de plata y así te recordaremos siempre que lo veamos.

El príncipe les dejó el tenedor de plata y continuó su camino.  Cabalgó un día, luego otro, y al amanecer del tercero se halló frente a un palacio mejor que los dos primeros.  A la entrada se alzaba un roble, donde estaba posado un cuervo.  Al verle, el cuervo bajó, pegó contra el suelo y se convirtió en un apuesto caballero.
-'Princesa Ana! -gritó-.  Sal en seguida, que aquí llega nuestro hermano.

La princesa Ana llegó corriendo, acogió con júbilo a su hermano, se puso a besarle y abrazarle mientras se informaba de su salud y le contaba cómo vivía ella.  El príncipe Iván pasó tres días con ellos.
-¡Adiós! -dijo entonces-.  Voy a buscar a mi esposa, la princesa María de las Muertes.
-Mucho te costará dar con ella -observó el cuervo-.  Déjanos tu tabaquera de plata.  Así te recordaremos siempre que la veamos.

El príncipe Iván les dejo su tabaquera de plata, se despidió y continuó su camino.  Cabalgó durante tres días hasta llegar donde se encontraba María de las Muertes.  Al ver a su amado, la princesa corrió a sus brazos y dijo con los ojos llenos de lágrimas:
-¡Ay, príncipe Iván!  ¿Por qué me desobedeciste, miraste en la estancia y liberaste a Koschéi, el Esqueleto Perpetuo?
-¡Perdóname, María de las Muertes!  Y olvida lo pasado.  Lo que debes hacer ahora es venirte conmigo antes de que aparezca Koschéi.  Quizá tengamos la suerte de que no nos dé alcance


Imagen de Enrique Meseguer en Pixabay 


Hicieron los preparativos y escaparon de allí.  Koschéi andaba de caza.  Cuando volvía, al atardecer, el recio caballo que montaba dio un tropezón.
-¿Qué te ocurre, jamelgo raquítico?  ¿Por qué tropiezas?  ¿Acaso barruntas algún contratiempo?
-El príncipe Iván ha estado aquí? -contestó el caballo- y se ha llevado a María de las Muertes.
-¿Se les puede dar alcance?
-Hay tiempo para sembrar trigo, esperar a que grane, segarlo, trillarlo, convertirlo en harina, preparar cinco hornadas de pan, comérselo todo, partir solamente entonces detrás de ellos y, aun así, darles alcance.

Koschéi partió al galope y alcanzó al príncipe Iván.
-Por ser la primera vez, te perdono en pago de tu bondad por haberme dado de beber.  Y también te perdonaré una vez más.  Pero ándate con cuidado, porque a la tercera te despedazaré.

Le arrebató a María de las Muertes y se la llevó.  En cuanto al príncipe Iván, se quedó allí llorando, sentado en una piedra.  Volvió de nuevo a buscar a María de las Muertes.  Llegó en ausencia de Koschéi.
-Vámonos, María de las Muertes
-¡Ay, príncipe Iván!  Nos alcanzará.
-Aunque nos alcance.  Por lo menos estaremos una o dos horas juntos.

Se prepararon y se marcharon.  Volvía Koschéi a su casa, cuando el recio caballo que montaba pegó un tropezón y supo lo que sucedía.  Koschéi partió al galope y alcanzó de nuevo al príncipe Iván.
-Ya te advertí que podías despedirte de María de las Muertes para siempre.

Le arrebató a la princesa y se la llevó.  El príncipe Iván se quedó solo, lloro amargamente y de nuevo fue en busca de María de las Muertes.  Koschéi estaba ausente.  Volvió a llevarse a la princesa y Koschéi los alcanzó.  Al príncipe Iván le hizo pedazos muy pequeños, que metió en un tonel embreado, luego reforzó el tonel con aros de hierro, lo arrojó al mar azul y se llevó a María de las Muertes a su casa.

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Los objetos de plata que el príncipe había dejado en casa de sus hermanas y cuñados se pusieron renegridos.  Supieron que algo terrible había sucedido.  El águila corrió al mar azul, agarró el tonel y lo sacó a tierra, el halcón fue a buscar el agua de la vida,  y el cuervo el agua de la muerte.  Se juntaron los tres al borde del mar, rompieron el tonel, sacaron los pedazos del príncipe Iván, los lavaron y los colocaron como debían estar.  El cuervo los roció con el agua de la muerte, y los pedazos se unieron volviendo a formar el cuerpo.  El  halcón le roció con el agua de la vida, y entonces el príncipe Iván se estremeció, se incorporó y preguntó cuanto tiempo había dormido.  Sus cuñados quisieron convencerlo de que descansara con ellos, pero él quiso volver a buscar a su esposa, pero primero fue a ver a la bruja Yagá.

Cruzó por encima de un río de fuego y se encaminó hacia la casa de la bruja Yagá.  Anduvo mucho tiempo sin comer ni beber.  Vio un ave de ultramar con sus polluelos, pensó en comérselos, pero el ave, adivinando sus pensamientos le rogó que no lo hiciera, a cambio de su ayuda.  Aceptó y continuó su camino.

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Encontró un nido de abejas en el bosque.  Pensó comer un poco de miel, pero la reina de las abejas le pidió que no lo hiciera, y ellas le ayudarían en algún momento de necesidad.  Él aceptó.  Prosiguió su camino hasta cruzarse con una leona y su cachorro.  Pensó comerse al cachorro, pero la leona le pidió que no lo hiciera y ella, en algún momento, le prestaría su servicio.

Famélico, siguió como pudo y, se encontró frente a la casa de la bruja Yagá.  Alrededor de la casa había plantadas doce estacas coronadas todas, menos una, por una cabeza humana.  Le dijo a la bruja que venía a ganarse uno de sus caballos.  Ella le ofreció uno si, estando a su servicio durante tres días ninguna de sus yeguas se desmandaba.  En caso contrario su cabeza coronaría la estaca vacía.  El príncipe Iván aceptó las condiciones.  La bruja le dio de comer y de beber y le mandó  ponerse a trabajar.  Apenas hizo salir el príncipe con las yeguas de la cuadra, estas emprendieron  el galope, se dispersaron por los prados y desaparecieron en un momento.  Se sentó en una piedra a llorar hasta que se quedó dormido.  El sol iba a ponerse ya cuando llegó volando el ave de ultramar y le despertó:
-Levántate, príncipe Iván.  Las yeguas están ya todas en las cuadras.

El príncipe volvió a casa de la bruja, que estaba regañando a las yeguas por haber vuelto a casa.  Así en los dos días sucesivos.  Las yeguas se escapaban, los animales a los que el príncipe había dejado vivir, le devolvían su ayuda, trayendo a las yeguas de nuevo a su casa y la bruja siempre enfadada .

Escena De La Camarga 6


La bruja Yagá se acostó a dormir.  El príncipe aguardó a que diera la medianoche, le robó el potrillo canijo, lo ensilló y galopó, montado en él, hasta el río de fuego.  Cuando llegó al río, agitó tres veces el pañuelo hacia la derecha y de pronto, apareció un hermoso puente, a gran altura sobre las llamas.  Cruzó el puente, agitó el pañuelo hacia la izquierda solamente dos veces y quedó sobre el río una frágil pasarela.

Cuando se despertó por la mañana, la bruja Yagá notó la falta del potrillo canijo.  Furiosa, se lanzó a toda velocidad detrás de los fugitivos, montada en un almirez de hierro, utilizando la mano del almirez de timón, y borrando sus huellas con una escoba.  Llegó al río de fuego y vio el puente que había dejado el príncipe y lo quiso cruzar.  Había llegado a la mitad, cuando el puente se desmoronó y la bruja Yagá cayó dando tumbos al río, donde murió abrasada.

El príncipe Iván hizo pastar a su potro en los prados más verdes y pronto se convirtió en un magnífico corcel.  Entonces fue donde se encontraba María de las Muertes.  La princesa corrió a su encuentro.  Se montaron en el caballo y partieron de allí.

Al cabo de un tiempo, Koschéi, dio alcance a los fugitivos, saltó a tierra, se disponía a descargar su afilado sable sobre el príncipe Iván, cuando el caballo que este montaba le pegó a Koschéi una coz con todas sus fuerzas, abriéndole la cabeza.  Luego el príncipe lo remató con su maza, hizo un montón de leña, le prendió fuego, quemó a Koschéi en aquella hoguera y esparció sus cenizas.

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María de las Muertes montó en el caballo de Koschéi, el príncipe Iván en el suyo,  y se fueron a visitar al cuervo, luego al águila y por fin al halcón, siendo acogidos con gran alegría por todos.


















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