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EL CUENTO DE LA OCA DE LOS HUEVOS DE ORO #pobreza #avaricia #hermanos #destino #leyenda #rusia #lecturajuvenil








Había una vez, dos hermanos, el uno rico y solo y el otro, pobre con esposa e hijos.  Un día fue el pobre a ver al rico y le dijo:
-Hermano mío, dales hoy de comer a mis pobres hijos, porque no tenemos nada que llevarnos a la boca.
-Hoy no puedo ocuparme de ti -contestó el hermano rico-.  Vendrán invitados de alto linaje, y la gente como vosotros no tiene nada que hacer con ellos.

Llorando amargamente, el hermano pobre se fue entonces al río.
-Si pesco algo -pensaba- mis hijos tendrán por lo menos una sopa.

Nada más echar la red, sacó una vasija de barro y oyó una voz que decía:
-Llévame a la orilla y rómpeme allí.

El hermano pobre así lo hizo.  Al instante, salió de la vasija un joven desconocido que le dijo:
-Hay aquí cerca un prado verde, en ese prado hay un abedul y entre las raíces de ese abedul una oca.  Córtale las raíces al abedul y llévate la oca a tu casa.  Ella te dará un huevo cada día, y uno será de oro y el otro de plata.

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El hermano fue donde estaba el abedul, sacó a la oca y se la llevó a su casa.  La oca empezó a poner un huevo de oro un día y el otro día un huevo de plata.  Él los vendía a los mercaderes y a los nobles, de manera que pronto se hizo rico.
-Hijos míos -dijo- demos gracias .

El hermano rico estaba furioso de envidia, sin entender cómo podía haberse convertido en un hombre adinerado el pobre de su hermano.  Pensó que se había metido en un negocio sucio y fue a denunciarlo.

El asunto llegó hasta el zar.  El hermano que había sido pobre, fue conducido a palacio.  ¿Qué hacer con la oca?  Sus hijos eran pequeños y se quedaron con su madre.  Desde entonces, ella se encargó de llevar los huevos al mercado, donde los vendía a muy buen precio.  Era una mujer bien parecida y un noble que quería ser amigo de ella, le preguntó un día:
-¿Cómo habéis hecho tanto dinero?
-Porque así lo ha querido Dios.

Pero él, insistió:
-Dime la verdad.  Si no me la dices, no volveré a verte.




El hombre dejó de ir por su casa un par de días, hasta que la mujer le llamó y le confesó:
-Tenemos una oca que pone un día un huevo de oro, y al otro día un huevo de plata.
-Me gustaría verla.  Tráela y enséñame esa oca.

El noble se puso a palpar la oca y descubrió que tenía escrito en letras doradas sobre el vientre, que quien se comiera su cabeza llegaría a zar, y quien se comiera su corazón escupiría oro al hablar.

Esperanzado ante semejante perspectiva, el noble se empeñó en que la mujer matara a la oca.  Ella se resistió cuanto pudo, pero terminó degollando al animal y metiéndolo en el horno.  Después, como era día de fiesta se marchó a misa.

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Entre tanto, regresaron sus dos hijos a casa y, como tenían hambre, abrieron el horno y sacaron la oca asada.  El mayor se comió la cabeza, y el menor el corazón.  Volvió la madre de misa, y cuando llegó el noble, se sentaron a comer.  Entonces él, descubrió que faltaban el corazón y la cabeza de la oca.
-¿Quién se los ha comido? -preguntó
-Nosotros -dijeron los niños.
-Tienes que matarlos -exigió a la madre-, y sacarle a uno los sesos y al otro el corazón.  Si no lo haces, se acabó nuestra relación.

La mujer aguantó una semana, hasta que le mandó recado al noble.
-Vuelve.  Si no hay más remedio, sacrificaré incluso a mis hijos por ti.

Se puso a afilar el cuchillo y al ver lo que hacía, el mayor de los hijos estalló en amargo llanto y suplicó:
-Déjanos salir un ratito al jardín, madre.
-Bueno, pero no os alejéis.

En cuanto salieron, los chicos se escaparon corriendo.  Cuando estaban ya rendidos y famélicos de tanto correr fueron a un pastor que andaba por el campo con un rebaño de vacas.
-Pastor, danos un poco de pan.
-Aquí tenéis este canto.  Es todo lo que me queda -contestó el pastor-. Que os aproveche.

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El hermano mayor se lo dio  al pequeño
-Cómetelo tú, hermano.  Yo soy más fuerte y puedo aguantar todavía.
-No, no.  Tú me has llevado todo el tiempo de la mano tirando de mí y estarás más cansado.  Nos lo comeremos a medias.

Partieron el canto por la mitad, se lo comieron y los saciaron el hambre.  Siguieron el camino hasta llegar a un sitio donde se dividía en dos.  En la encrucijada había un poste con una inscripción, diciendo que quien fuera hacia la derecha llegaría a zar, y quien fuera hacia la izquierda se haría rico.  Entre los dos decidieron que el mayor iría por la derecha, y el menor hacia la izquierda.

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El mayor llegó a un reino distinto.  Llamó en casa de una viejecita pidiendo albergue, y pasó allí la noche.  A la mañana siguiente, se levantó, y se lavó.

Acababa de morir el zar que reinaba allí, y todos los habitantes se dirigían hacia la iglesia llevando cirios.  Según la ley que allí se practicaba, se coronaría zar a aquel cuyo cirio fuera el primero en encenderse solo.
-Ve tu también, hijito -le dijo la vieja a nuestro muchacho-.  Quién sabe si no será tu cirio el primero que se encienda.

La viejecita le dio un cirio, y se dirigió a la iglesia.  No hizo más que entrar en el templo, cuando su cirio se encendió solo.  Llenos de envidia los nobles presentes se lanzaron a apagar la llama y a echar fuera al muchacho.  Pero la zarina que lo veía todo desde lo alto de su trono ordenó:
-No le hagáis nada.  Para bien o para mal, este es mi destino.



Unos servidores agarraron al chico por debajo de los brazos y le condujeron ante la zarina, que le marcó la frente con el sello de su sortija de oro.  Luego, lo llevó con ella a palacio, lo educó, lo proclamó zar y se casó con él.

Llevaban algún tiempo casados, cuando el nuevo zar le dijo a su esposa:
-Quisiera tu venia para ir en busca de mi hermano.
-Ve, y que Dios te acompañe.

El hermano mayor anduvo mucho tiempo por tierras distintas hasta que se encontró al menor viviendo en la opulencia.  Tenía montones de oro en los graneros porque, cada vez que escupía, la saliva se convertía en oro y no sabía donde guardar tanto.
-Hermano mío- le dijo el pequeño al mayor-, ¿por qué no hacemos una visita a nuestro padre para ver cómo vive?
-Por mí, ahora mismo.

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Llegaron a casa de su padre, y pidieron entrar a descansar un rato, pero sin decir quienes eran.  Se sentaron a comer, y el hermano mayor se puso a hablar de la oca de los huevos de oro y del mal comportamiento de la madre.  Esta, claro, se empeñaba en cortarle la palabra y cambiar de conversación, hasta que el padre cayó en la cuenta de lo que ocurría, y preguntó:
-¿Pero sois vosotros, hijos míos?
-Si padre.

Se abrazaron, se besaron y se contaron todo lo que les había ocurrido.  Luego, el hermano mayor se llevó a su padre a vivir a su reino y el menor se marchó a buscar novia para casarse.

A la madre, la dejaron allí, sola.































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