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EL LABRADOR QUE HABÍA CAMBIADO LAS LINDES #arrepentir #restituir #leyenda #españa #Lecturajuvenil #Haloween





Un labrador, cerca de Astigarraga (País Vasco-España), tenía un caserío y muchas tierras, que le daban buen dinero. Era hombre trabajador, aunque muy avaricioso. Pasaba todo el día trabajando en los maizales o en los cuadros de la huerta, o segando hierba para formar montones a la puerta de los establos.
Entre los vecinos tenía fama de avaro, aunque elogiaban su amor al trabajo. "Dinero ya tiene, pero muchos sudores le cuesta". Muchas noches le veían salir del caserío, coger la azada e ir al campo a trabajar.
Murió este labrador y su viuda confió el cuidado de la tierra a un amigo de toda la vida. Éste era un hombre honrado, que por timidez nunca había conseguido llegar a más, y aceptó entrar al servicio de la viuda de su amigo. Queriendo imitar el modo de trabajar de su amigo, muchas noches salía a arar con los bueyes o a trabajar la tierra, incluso después de su jornada de trabajo.




Una de esas noches en que trabajaba con los bueyes, con la luna llena en el cielo, una claridad extraña se extendía por los campos. El buen hombre, de pronto vio una luz que brillaba delante de él. Creyó que sería algún reflejo y no le prestó atención.
La luz estaba siempre delante de los bueyes y se movía a la vez que ellos avanzaban, siempre delante. El hombre empezó a sentir un poco de miedo y se fue a su casa.

A la noche siguiente volvió a ocurrir lo mismo. Temiendo que fuera una aparición fue al cura a contarle lo que había sucedido. El cura le dijo:
-Pregunta a esa luz qué es lo que quiere.
Por la noche, cuando fue al campo, se le volvió a aparecer la luz:
-Dime qué quieres.
Oyó la voz de su amigo, que le decía:
-Soy yo, que vengo a decirte que no puedo entrar en el cielo. Me arrepentí de mis pecados, pero no remedié alguna falta grave, como la que me puedes ayudar a expiar. Por las noches cuando salía y creían los vecinos que iba a trabajar, me dedicaba a cambiar las lindes de los campos para aumentar mis tierras. Nadie notó nada, pero ahora no puedo entrar en el cielo hasta que los límites estén restituidos. ¡Hazlo tú, por caridad!.
El labrador, sin decir palabra a nadie, por no manchar la memoria de su amigo, se dedicó a arreglar los límites. La luz no volvió a aparecer. La última noche en que lo hizo, el amigo oyó una voz que le decía:
-¡Gracias por tu obra de caridad!


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