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En un lugar de Rusia, había un zar y una zarina que no tenían hijos.  El zar salió un día a cazar animales de pelo y aves de paso.  Estaba acalorado y tenía sed, cuando vio un pozo cerca de allí, fue hasta él, se inclinó para beber, pero el zar-oso le agarró de la barba.
-Suéltame -rogó el zar.
-Te soltaré si me das lo que hay en tu casa y tú no lo sabes.
-Mejor será que te dé un rebaño de vacas.
-No. No quiero un rebaño ni dos.
-Entonces, llévate una yeguada.
-No. Ni una yeguada ni dos.  Quiero lo que hay en tu casa y tú no lo sabes.

El zar aceptó, liberó la barba y volvió a su casa.  Nada más entrar en palacio, se enteró de que su esposa había dado a luz dos mellizos; el príncipe Iván y la princesa María.  ¡Eso era lo que había en su casa sin que él lo supiera!  Se llevó las manos a la cabeza, llorando amargamente.
-¿Por qué te afliges tanto? -preguntó la zarina.
-¿Cómo no voy a afligirme?  Le he entregado al zar-oso mis propios hijos.
-¿Cómo ha sido eso?

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El zar, se lo explicó a la zarina, la cuál, se negó en rotundo, ante la explicación del zar de que su reino sería asolado por el zar-oso.  Estuvieron pensando en lo que podrían hacer, hasta que se les ocurrió una idea.  Excavaron un hoyo muy profundo, lo amueblaron y adornaron como los más lujosos aposentos, llevaron provisiones de todas clases para que no faltara comida ni bebida, instalaron allí a sus hijos, techaron el hoyo y lo recubrieron de tierra que alisaron muy bien.

Al poco tiempo fallecieron el zar y su esposa, pero los niños siguieron creciendo. Llegó a buscarlos el zar-oso, y miró por todas partes, sin encontrarlos.  El palacio estaba desierto.  Anduvo de un lado para otro, recorrió la casa entera preguntándose quién podría decirle lo que había sido de los hijos del zar.  Entonces vio un buril clavado en la pared.
-Dime buril ¿sabes dónde están los hijos del zar? -pregunto el zar-oso.
-Sácame fuera, tírame al suelo y cava la tierra donde yo me clave.



El zar-oso tomó el buril, salió y lo tiró al suelo.  El buril giró sobre sí mismo, dio unas vueltas y fue a clavarse precisamente donde estaban escondidos los príncipes.  El zar-oso escarbó la tierra con las patas, arrancó el techo y exclamó:
-¡Ah!  Aquí están el príncipe Iván y la princesa María, ¿eh?  ¡Os escondíais de mí!  Vuestros padres me engañaron y por eso os voy a devorar.
-No nos devores zar-oso.  Han quedado muchas gallinas, muchos gansos y otros animales en los corrales que tenían nuestros padres.  Hay comida de sobra para ti.
-Bueno, así sea.  ahora montaos encima de mí, que os llevaré a mi casa para que me sirváis de criados.

Los dos se montaron en el zar-oso, que los llevó hasta unas montañas abruptas, y tan altas que llegaban hasta el cielo.  Todo alrededor estaba desierto.  No vivía allí nadie.
-Tenemos hambre y sed -dijeron los hermanos.
-Iré a buscar comida y bebida mientras descansáis aquí un poco -contestó el zar-oso.  Se fue mientras los príncipes lloraban sin consuelo.




De pronto apareció un hermoso halcón que agitó las alas y pronunció estas palabras.
-¿Oh, príncipe Iván y princesa María!  ¿Cómo habéis llegado hasta aquí?

Ellos se lo contaron todo
-¿Y para qué os ha traído el oso?
-Para que le sirvamos de criados.
-¿Queréis que os saque de aquí?  Subíos a mis alas.

Ellos obedecieron, el halcón se remontó por encima de los altos árboles, a ras de la nube andarina, dirigiéndose hacia países lejanos.  Pero en esto regresó el zar-oso, descubrió al halcón allí en lo alto, pegó con la cabeza contra la tierra húmeda y lanzó una llamarada que le chamuscó las alas.  El halcón tuvo que dejar a los príncipes en tierra.
-¿Queríais huir de mí?  -dijo el oso-  Pues ahora os devoraré sin dejar ni los huesos.
-No nos devores, y te serviremos fielmente.



El oso los perdonó y continuó el camino hacia su reino por montañas altas y abruptas.  Después de un tiempo dijo el príncipe Iván:
-Tengo hambre.
-Yo también -corroboró la princesa María.

El zar-oso partió en busca de comida, ordenándoles terminantemente que no se movieran de aquel sitio.  Estaban los dos sentados sobre la hierba verde y sin parar de llorar, cuando apareció un águila, que bajando desde las nubes, les preguntó:
-Príncipes, ¿Cómo habéis llegado hasta aquí? -ellos se lo contaron.
-¿Queréis que os saque de aquí?
-¡No podrás!  El halcón quiso sacarnos y no lo consiguió, tampoco tú podrás.
-El halcón es un pájaro pequeño.  Yo me remontaré más alto que él.  Subíos en mis alas.



Los hermanos obedecieron, el águila agitó las alas y se remontó más alto todavía.  En esto regresó el oso, descubrió al águila húmeda y lanzó una llamarada que le chamuscó las alas.  El águila tuvo que dejar al príncipe y a la princesa en tierra.
-¿Queráis escaparos otra vez? -preguntó el oso-  Pues ahora os devoraré.
-No nos devores, por favor.  Ha sido el águila.  Nosotros te serviremos con toda fidelidad.

El zar-oso los perdonó por última vez, les dio de comer y de beber, y siguió adelante con ellos...  Pasó algún tiempo y el príncipe Iván suspiró:
-Tengo hambre
-Y yo, también. -dijo la princesa.



El zar-oso los dejó allí y fue a buscar comida.  Estaban sentados sobre la verde hierba, llorando, cuando apareció  un novillo-cagalón que les preguntó:
-Príncipe Iván y princesa María ¿Cómo habéis llegado hasta aquí? -Ellos se lo contaron.
-¿Queréis que os saque de aquí?
-¡No podrás!  Lo intentaron el halcón y el águila y no lo consiguieron.  Tú, tampoco podrás.
-Si esos pájaros no lo consiguieron, yo sí lo conseguiré.  Subíos encima de mí.

Ellos obedecieron y el novillo echó a correr, aunque no muy deprisa.  El oso se dio cuenta de que los príncipes se escapaban y se lanzó tras ellos.
-Novillo-cagalón -gritaron los hijos del zar- el oso viene detrás de nosotros.
-¿Está lejos?
-¡No, muy cerca!

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El oso iba ya a dar un salto para echarles la garra, cuando el novillo-cagalón pegó un apretón...y le dejó los dos ojos tapados.  El oso corrió al mar a lavarse los ojos, y el novillo siguió adelante.  Después de lavarse, el zar-oso se lanzó de nuevo tras él.
-Novillo-cagalón el oso viene detrás de nosotros.
-¿Está lejos?
-No. Esta muy cerca.

El oso les alcanzaba ya, cuando el novillo-cagalón siguió adelante.  Después de lavarse, el zar-oso se lanzó de nuevo tras él.  Les alcanzaba ya, cuando el novillo pegó otro apretón...y le dejó los dos ojos tapados.  Mientras el oso corría a lavarse los ojos, el novillo siguió corriendo.  Una tercera vez, se repitió el suceso pero después le dio al príncipe Iván un peine y una toalla, diciéndole:
-Si ves que nos alcanza el zar-oso, tira primero el peine, a la segunda vez, agita la toalla.

El novillo-cagalón siguió adelante.  Volvió la cabeza el príncipe Iván y vio que el oso corría tras ellos, y ya estaba a punto de alcanzarles.  Entonces arrojó el peina tras ellos.  De pronto, surgió un bosque tan tupido y frondoso que no habría podido cruzarlo ningún animal, ni volando ni a rastras, como tampoco ningún hombre, ni a caballo ni a pie.  A fuerza de dentelladas se abrió paso el oso.  Atravesó aquel bosque virgen y reanudó su carrera detrás de los hijos del zar y de la zarina. que se alejaban.  Poco a poco iba dándoles alcance, cuando el príncipe Iván miró hacia atrás y agitó la toalla a sus espaldas, haciendo surgir un lago de fuego muy ancho, con olas que iban de orilla a orilla.  El zar-oso se dio media vuelta, mientras el novillo-cagalón llegaba a una pradera con el príncipe Iván y la princesa María.

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En aquella pradera se alzaba una gran casa espléndida.
-Ésta es vuestra casa -dijo el novillo-.  Aquí viviréis sin preocupaciones.  Debéis hacer una hoguera en el patio y quemar a mí en ella después de degollarme.
-¡Oh! -protestaron los hijos del zar- No podemos hacer eso.  Quédate a vivir con nosotros, que te cuidaremos muy bien.
-No.  Tenéis que quemarme y sembrar después mis cenizas en tres surcos.  Del primero surgirá un caballo, del segundo un perro y del tercero crecerá un manzano.  El caballo lo montará el príncipe Iván, y con el perro irás de caza.

Lo hicieron como les dijo el novillo.  Una vez salió el príncipe de caza.  Se despidió de su hermana, montó en el caballo y se marchó al bosque.  Cazó un ganso, una pata y capturó vivo a un lobato vivo, que llevó a su casa.  Viendo el príncipe que estaba de suerte para la caza, se marchó otra vez, mató diversas aves y capturó vivo a un osezno.  La tercera vez que el príncipe Iván salió a cazar se le olvidó llevarse al perro.



Mientras tanto, la zarina María fue a lavar la ropa.  Caminaba junto al lago de fuego, cuando en la otra orilla se posó un culebrón de seis cabezas que se transformó en un gallardo muchacho, y saludó dulcemente a la princesa:
-Hola, hermosa doncella.
-Hola buen mozo.
-He oído contar a personas ancianas que este lago no existía en otro tiempo.  Si hubiera un puente para cruzarlo, yo pasaría a esa orilla y me casaría contigo.
-Espera, que en seguida habrá un puente -contestó la princesa María, y agitó la toalla, que al instante formó un puente sobre el lago.

El culebrón pasó por el puente, recobrando su verdadera forma, encerró al perro del príncipe Iván con candado y arrojó la llave al lago.  Después se llevó a la princesa.

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Volvió el príncipe de la caza y se encontró con que su hermana había desaparecido y el perro aullaba encerrado.  Luego vio el puente sobre el lago y se dijo:
-Seguro que el culebrón se ha llevado a mi hermana.

Partió en su busca y, al cabo de mucho andar, encontró en medio del campo, una casita montada sobre patas de gallina.
-Casita, casita, vuélvete de espaldas al bosque y de cara a mí.

La casita se giró sobre sí misma.  El príncipe entró, y allí vio a la bruja Yagá acostada, con la pata de hueso estirada de una esquina a otra y la nariz clavada en el techo.
-Fff...Fff... -exclamó la bruja-  Nunca se había notado aquí el olor a ruso, pero ahora se palpa y se mete en la nariz.  ¿A qué has venido príncipe Iván?
-He venido por si puedes remediar mi pena.
-¿Qué pena es esa? -El príncipe le contó todo.
-Bueno, pues vuelve a tu casa.  Al manzano que crece en el huerto, arráncale tres varitas verdes y trénzalas.  Luego pega con ellas en el candado de la puerta donde está encerrado el perro, y el candado saltará en pedazos.  Entonces, marcha con valor contra el culebrón, que no podrá nada contra ti.

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El príncipe Iván volvió a su casa, liberó al perro, que salió de su encierro como una fiera, y llevándose también al lobato y al osezno, fue a luchar contra el culebrón.  Los tres animales se lanzaron sobre él y lo despedazaron.  El príncipe Iván se llevó a princesa María y los hermanos vivieron desde entonces, tranquilos.
















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