EL GALLO Y LAS PIEDRAS DE MOLER #ladrón #comida #leyenda #rusia #lecturajuvenil
Había una vez una pareja de ancianos muy pobres, muy pobres. Ni siquiera tenían pan. Fueron al bosque a recoger bellotas, las trajeron a su casa y se pusieron a comerlas y a la anciana se le cayó una en la cueva.
La bellota echó tallo y en nada de tiempo, creció hasta el suelo de la casa. La anciana, que se dio cuenta, le dijo a su marido:
-Oye ¿por qué no haces un agujero en el suelo? Así crecerá más el roble y, cuando esté grande, no necesitaremos ir al bosque a recoger bellotas, sino que las arrancaremos aquí mismo.
El hombre hizo un agujero en el suelo, y el árbol creció y creció hasta pegar en el techo. El viejo abrió un boquete en el techo, luego otro en el tejado... Y el árbol siguió creciendo, hasta que llegó al cielo. Cuando a los pobres ancianos se les terminaron las bellotas, el marido agarró un saco y trepó por el roble. A fuerza de trepar, se encaramó hasta el cielo. Anduvo de un lado a otro por el cielo hasta que vio un gallo, con la cresta de oro y la cabeza de azabache, y , a su lado unas piedras de moler.
Molino de piedra
Sin pensarlo, el anciano agarró al gallo, agarró las piedras de moler y se bajó del cielo. Ya en su casa, le preguntó a la anciana:
-¿Cómo nos arreglaremos? ¿Qué vamos a comer?
-Espera que pruebe si giran las piedras de moler.
Hizo girar las piedras de moler, y a cada vuelta que daban, dejaban caer una oblea o un pastelillo... Y así le dio de comer al anciano. Un noble que pasaba por allí entró en casa de los ancianos preguntando si no podrían ofrecerle algo de comer.
-¿Y qué podemos ofrecerte nosotros? Si acaso, unas obleas...-contestó la anciana.
Obleas de hojaldre
Agarró las piedras de moler y empezó a hacerlas girar. A cada vuelta que daban, caía una oblea o un pastelito. Después de comer dijo el viajero:
-Véndeme las piedras de moler, abuela.
-No, no las puedo vender -contestó la anciana.
Entonces el viajero robó las piedras de moler. Cuando el anciano y la anciana se dieron cuenta de ello, se pusieron muy tristes.
-No os preocupéis -dijo el gallo de la cresta de oro-, que yo le alcanzaré volando.
Y el gallo llegó volando hasta la casa señorial y se puso a gritar, posado en lo alto del portón:
-¡Quiquiriquí! ¡Señor noble, tienes que devolver nuestras piedras de oro, nuestras piedras azules, nuestras piedras de moler!
Gallo
Nada más oír las palabras del gallo, el señor ordenó a uno de sus criados que lo agarrara y lo tirara al agua. Lo agarraron y lo tiraron al pozo. Pero él se puso a repetir:
-¡Piquito, piquito mío, bébete el agua... Piquito, piquito mío, bébete el agua...!
Hasta que apuró toda el agua del pozo. Entonces volvió volando a la casa señorial, se posó en un balcón y empezó a gritar:
¡Quiquiriquí! ¡Señor noble, tienes que devolver nuestras piedras de oro, nuestras piedras azules, nuestras piedras de moler!
El señor aquel ordenó a su cocinero que lo echara al fuego. Lo hicieron, pero el gallo se puso a repetir:
-Piquito, piquito mío, suelta el agua... Piquito, piquito mío, suelta el agua...
Hasta que apagó la lumbre. Entonces remontó el vuelo, se metió en el aposento del noble y gritó como la otra vez:
-¡Quiquiriquí! Señor noble, tienes que devolver nuestras piedras de oro, nuestras piedras azules, nuestras piedras de moler!
Las personas que estaban de visita en casa del noble se marcharon rápidamente al oír las palabras del gallo. El noble salió corriendo detrás de sus invitados, y entonces el gallo de la cresta de oro agarró las piedras de moler y volvió con ellas donde vivían los ancianos.
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