NADZEI, EL NIETO DEL POPE #leyendas #rusia #lecturajuvenil #aventuras
Un día fue a la parroquia de una aldea, a darle la comunión a un hombre que quería comulgar. Allí le acogieron y le agasajaron muy bien. Esta vez se le olvidó que le dieran alguna chuchería para su hija cuando se levantó de la mesa, y se marchó.
Cabalgaba por el camino cuando vio una cabeza humana que había ardido toda y solo quedaban las cenizas. Iba a pasar de largo pero luego pensó: "¿Cómo voy a pasar así? Es una cabeza humana la que ha ardido. Lo mejor será que recoja las cenizas en el pañuelo, las lleve a casa y las entierre". Así lo hizo. Se echó las cenizas al bolsillo, volvió a montar a caballo y marchó a su casa, y la hija le salió al encuentro ayudándole a bajar del caballo. Al pope le dolía la cabeza, quizá del viento, y la hija hizo que se acostara. Luego pensó: "¡Seguro que mi padre me ha traído algo!". Miró en su bolsillo, las cenizas se habían convertido en una arqueta. "¡Ay, una arqueta! Si, pero no sé como se abre." La cogió, la lamió con la lengua y se quedó embarazada. Lo que son semanas de embarazo para otras mujeres fueron para ella horas. Llegó el momento del parto y dio a luz un niño, que en seguida fue bautizado con el nombre de Nadzei, nieto del pope.
-¡Padre! No deje salir a su nieto a jugar con los chicos en la calle, porque está causando muchos percances.
Uno dice que a su hijo le ha arrancado la cabeza, otro que al suyo le ha arrancado un brazo. En una palabra, que no le dejaran salir.
El pope logró retenerle en casa hasta el verano; pero entre tanto había crecido bastante, y dijo:
-Querido abuelo, ¿Qué trabajo podría yo hacer?
-Querida hija mía -dijo el abuelo alegremente- demos gracias al cielo. ¡Mira qué heredero nos ha mandado Dios! ¡Alabado sea! ¡Y qué laborioso! ¿Qué podría hacer él?. Bueno, vamos a trabajar. Vamos a cortar leña, muchacho. -le dijo al nieto.
-Vamos abuelito.
-Antes de empezar, abuelo, dame tu bendición.
-Bueno, pues que Dios te bendiga, nietecito.
El nieto puso en seguida manos a la obra con tanto empeño que el bosque se estremecía. Al primer hachazo que pegaba por un lado, el árbol se abatía por el otro. Antes del mediodía había abatido una hectárea y media del bosque.
-Hay que cortar las ramas menudas y quemarlas -dijo el pope.
-Lo podemos amontonar así, abuelo -contestó el nieto.
En tres días, aquel terreno quedó listo para sembrarlo. Lo sembraron entre el abuelo y el nieto y al poco tiempo, había crecido la avena que daba gusto verla. Pero un oso tomó la costumbre de meterse en aquel campo. Un día que fue el pope a verlo, se encontró con que había comido mucha avena. Cuando volvió a su casa, le preguntó el nieto:
-¿Cómo has encontrado nuestro campo, abuelo?
-Muy bien, pero algún caballo salvaje ha cogido la costumbre de meterse por allí y ha comido mucho grano; lo malo es que ha estropeado más de lo que ha comido.
-Con todo lo que yo he trabajado, ¿lo va a echar a perder ese mal bicho? Iré a montar guardia. Tú tráeme el cáñamo que encuentres.
Se puso a hacer una brida de cáñamo, comió y se marchó al bosque. Llegó al campo, y el muchacho se quedó todo sorprendido.
-¡Dios mío! ¡Cuánto estrago ha hecho! Da pena verlo.
Se sentó en un tocón en medio del campo hasta que el oso salió del bosque, se fue derechito a la avena y empezó a aplastarla toda. El muchacho estaba asombrado:
-¡Qué cosa tan rara! Yo nunca he visto caballos así. ¿Por qué se le ocurrirá pisotear la avena?
Entre tanto, el oso iba aproximándose a él hasta llegar muy cerca del tocón, porque no se imaginaba que allí hubiera un hombre. Cuando estuvo a su lado, Nadzei saltó sobre él, le agarró de las orejas y lo aplastó contra la tierra. Cuando el oso quiso resistirse, era ya tarde. Nadzei no se lo permitió, sino que le puso la brida y se lo llevó a casa. Por el camino, árbol al que se agarraba el oso, árbol que arrancaba de cuajo. Al llegar a casa, lo ató a un poste en medio del corral y entró en la casa.
-Señores! -dijo-. ¡Lo que habrá comido este caballo! Estoy rendido de haberle traído a casa.
-¿Cómo has encontrado nuestro campo, abuelo?
-Muy bien, pero algún caballo salvaje ha cogido la costumbre de meterse por allí y ha comido mucho grano; lo malo es que ha estropeado más de lo que ha comido.
-Con todo lo que yo he trabajado, ¿lo va a echar a perder ese mal bicho? Iré a montar guardia. Tú tráeme el cáñamo que encuentres.
Se puso a hacer una brida de cáñamo, comió y se marchó al bosque. Llegó al campo, y el muchacho se quedó todo sorprendido.
-¡Dios mío! ¡Cuánto estrago ha hecho! Da pena verlo.
Se sentó en un tocón en medio del campo hasta que el oso salió del bosque, se fue derechito a la avena y empezó a aplastarla toda. El muchacho estaba asombrado:
-¡Qué cosa tan rara! Yo nunca he visto caballos así. ¿Por qué se le ocurrirá pisotear la avena?
-Señores! -dijo-. ¡Lo que habrá comido este caballo! Estoy rendido de haberle traído a casa.
El abuelo salió al patio y se espantó.
-Mira, hija mía querida, lo que tu hijo y nieto mío ha hecho.
Los dos se quedaron mudos de sorpresa, hasta que dijo Nadzeit:
-En vez de asombraros tanto, mejor será que me digáis lo que vamos a hacer con este caballo y en qué trabajo vamos a emplear la fuerza que tiene.
-Empléalo en acarrear leña -dijo el abuelo.
Nadzei agarró al oso, lo enganchó al carro y empezó a acarrear leña en él. En tres días acarreó tanta, que llenó toda la aldea, y la gente no tenía por donde pasar. Entonces los feligreses fueron a ver al sacerdote y le dijeron_
-Mándadlo donde queráis, pero que no siga aquí. ¿Donde se ha visto que en tres días haya llenado la aldea de leña hasta el punto de que no se pueda entrar ni salir?
-¿Qué hacemos hija? -preguntó el abuelo-. Es muy duro separarnos tú de tu hijo, y yo de mi nieto, pero no queda otro remedio. Dejemos que se marche adonde quiera. Querido nieto -le dijo al muchacho- los feligreses han venido a pedirme que te marches. Mucho lo siento por tí, pero hay que hacerlo. Vete adonde quieras.
-Abuelo querido, podías habérmelo dicho hace mucho tiempo y me habría marchado inmediatamente. Madre mía querida, cuéceme una hogaza.
-Mira, hija mía querida, lo que tu hijo y nieto mío ha hecho.
Los dos se quedaron mudos de sorpresa, hasta que dijo Nadzeit:
-En vez de asombraros tanto, mejor será que me digáis lo que vamos a hacer con este caballo y en qué trabajo vamos a emplear la fuerza que tiene.
-Empléalo en acarrear leña -dijo el abuelo.
-Mándadlo donde queráis, pero que no siga aquí. ¿Donde se ha visto que en tres días haya llenado la aldea de leña hasta el punto de que no se pueda entrar ni salir?
-¿Qué hacemos hija? -preguntó el abuelo-. Es muy duro separarnos tú de tu hijo, y yo de mi nieto, pero no queda otro remedio. Dejemos que se marche adonde quiera. Querido nieto -le dijo al muchacho- los feligreses han venido a pedirme que te marches. Mucho lo siento por tí, pero hay que hacerlo. Vete adonde quieras.
-Abuelo querido, podías habérmelo dicho hace mucho tiempo y me habría marchado inmediatamente. Madre mía querida, cuéceme una hogaza.
La madre le coció una hogaza y la metió en un zurrón.
Por la mañana se levantó temprano, se lavó, y con el zurrón al hombro fue a despedirse.
-Madre mía amada, querido abuelo, dadme vuestra bendición para el camino.
Hizo sus oraciones y echó a andar hasta que llegó al campo abierto. No buscó caminos ni senderos, sino que se metió por bosques frondosos y pantanos fangosos y anduvo siete días menos media jornada, con la boca abierta y la lengua colgando, hasta llegar a los confines de la tierra, al último de los reinos, donde había un vasto campo al pie de unas montañas muy altas. Allí estaba el gran hombre Gorinia, gigante de las montañas, removiéndolas con el pie. Nadzei, el nieto del pope, se le acercó y le dijo:
-¡Dios te ayude, Gorinia! ¿De dónde te viene esa fuerza tan grande para jugar con las montañas como quien juega con una pelota?
-No te maravilles de mi fuerza, apuesto muchacho -contestó Gorinia-. En los confines de la tierra, en el último de los reinos, hay un cierto Nadzei, nieto de un pope, que ese sí tiene fuerza. Trajo un oso del bosque, y con ese oso acarreó leña para todo el pueblo. No hay cuervo que traiga sus huesos, ni caballo que soporte su peso.
-Hermano Gorinia -dijo entonces Nadzei- ningún cuervo ha traído mis huesos, sino que he venido yo en persona.
-¡Con que eres tú, hermano! ¡Nadzei, el nieto del pope! Acéptame como hermano menor tuyo.
Nadzei le aceptó como hermano menor y juntos recorrieron muchas tierras, vencieron a muchos otros hombre fuertes y conquistaron muchas ciudades. Luego encontraron esposa y vivieron en la abundancia.
Por la mañana se levantó temprano, se lavó, y con el zurrón al hombro fue a despedirse.
-Madre mía amada, querido abuelo, dadme vuestra bendición para el camino.
Hizo sus oraciones y echó a andar hasta que llegó al campo abierto. No buscó caminos ni senderos, sino que se metió por bosques frondosos y pantanos fangosos y anduvo siete días menos media jornada, con la boca abierta y la lengua colgando, hasta llegar a los confines de la tierra, al último de los reinos, donde había un vasto campo al pie de unas montañas muy altas. Allí estaba el gran hombre Gorinia, gigante de las montañas, removiéndolas con el pie. Nadzei, el nieto del pope, se le acercó y le dijo:
-¡Dios te ayude, Gorinia! ¿De dónde te viene esa fuerza tan grande para jugar con las montañas como quien juega con una pelota?
-No te maravilles de mi fuerza, apuesto muchacho -contestó Gorinia-. En los confines de la tierra, en el último de los reinos, hay un cierto Nadzei, nieto de un pope, que ese sí tiene fuerza. Trajo un oso del bosque, y con ese oso acarreó leña para todo el pueblo. No hay cuervo que traiga sus huesos, ni caballo que soporte su peso.
-Hermano Gorinia -dijo entonces Nadzei- ningún cuervo ha traído mis huesos, sino que he venido yo en persona.
-¡Con que eres tú, hermano! ¡Nadzei, el nieto del pope! Acéptame como hermano menor tuyo.
Nadzei le aceptó como hermano menor y juntos recorrieron muchas tierras, vencieron a muchos otros hombre fuertes y conquistaron muchas ciudades. Luego encontraron esposa y vivieron en la abundancia.
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