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LOS CANTORES DE SANTA GÚDULA #leyendas #belgica #lectura #infantil #juvenil #vejez


Imagen de MoniqueLapArt en Pixabay




Un burro que pertenecía a un labrador de Sandhilis llegó a viejo, y ya no servía para nada; ni siquiera podía arrastrar el carrillo que llevaban al mercado todas las semanas.  El labrador decidió venderlo: "Cuesta más lo que te comes, Grayskin, que lo que vales" solía decirle.

Grayskin pensaba: "Bien, soy viejo, dicen que no sirvo para nada; es posible.  Lo que no me cabe duda es que tengo una voz magnífica.  Podría ir a la iglesia de Santa Gúdula, a Bruselas y quizá me admitan como cantor".

Aprovechando un momento de distracción de su dueño, Grayskin se escapó del corral y tomó el camino hacia Bruselas.



Al atravesar el pueblo, vio frente a la casa del alcalde un perro de caza viejo y achacoso como él.
-¿Qué hay, amigo?  ¿Por qué estás tan triste? -le preguntó.
-¿Ay Grayskin! -contestó el perro- mi amo ya no me quiere dar de comer, porque no sirvo ni para cazar ratones.
-No te preocupes -le contestó Grayskin-  Tú también tienes buena voz y puedes venir conmigo a la iglesia de Santa Gúdula, a Bruselas, donde es posible que nos den un puesto entre los cantores.  Tu voz es más aguda que la mía, y podremos hacer un buen dúo.



El perro quedó convencido con aquello, y emprendieron juntos el camino de Bruselas.  Al anochecer llegaron a una granja, y vieron en el corral un gallo, que parecía triste y meditabundo.
-¿Qué te pasa gallo? -preguntó Grayskin.
-¡Que me va a pasar!  Sólo me quedan unas horas de vida; pues, como ya estoy viejo, ha dicho la granjera que mañana me matan y que harán una buena sopa con mis huesos.

Grayskin y el perro intentaron convencerlo para que se escapara y fuese con ellos a Bruselas, a solicitar un puesto de cantores en la iglesia de Santa Gúdula.  De esta manera formarían un buen trío.
-Está bien me uno a vosotros -replicó el gallo.

Y el perro ladró alegremente, meneando la cola, y el burro meneó sus orejas en señal de asentimiento.  Los tres emprendieron juntos el camino de Bruselas.


Al pasar por un pueblo vieron en las afueras a un gato de aspecto miserable.  Como los tres compañeros tenían un corazón bondadoso, se detuvieron y le preguntaron:
-¿Qué te pasa gato?
-¡Desgraciado de mí!  Me han echado de casa porque me he comido un poco de tocino.  Mi palabra de honor que era una pequeñez.  Y me lo habrían perdonado si pudiera seguir, como antes, cazando ratones, pero los años ya no me  permiten correr con rapidez, y no puedo cazar ni uno..
-Ven con nosotros -dijo Grayskin-.  Vamos a solicitar un puesto de cantores en la iglesia de Santa Gúdula.  Así podremos hacer un buen cuarteto.


Y el burro, el perro, el gallo y el gato emprendieron el camino de Bruselas.  Ya anochecía cuando llegaron a un bosque muy espeso, en el que decidieron pasar la noche.  Grayskin y el perro se tumbaron bajo un árbol, el gato se encaramó a unas matas y el gallo se subió a las ramas más elevadas.  Desde lo alto, el gallo pudo ver una luz que brillaba a lo lejos, entre los árboles, a poca distancia.
-Me parece que hay una casa cerca -dijo a sus amigos-.  ¿Por qué no vamos por si encontramos algo que comer?
-O algo de paja donde podernos echar -añadió Grayskin- Este suelo tan húmedo produce reumatismo en mis pobres huesos.

Los cuatro coristas, dirigidos por el gallo, llegaron al fin a la casa.  Estaba muy iluminada y se oían voces dentro.

Para ver lo pasaba dentro, se subieron uno sobre otro quedando el gallo en lo más alto.


Aquella casa pertenecía a una banda de ladrones, que en aquel momento estaban despachando una suculenta cena.
-¿Hay alguien dentro? -preguntó el perro impaciente porque las uñas del gato se le estaban clavando en el lomo.

El gallo les explicó que veía dentro de la habitación a varios hombres devorando una cena exquisita.  Todos se sentían nerviosos e impacientes.
-¿Por qué no les demos una serenata? -propuso Grayskin-.  Quizá nos recompensen con algo.

Entonces los cuatro cantores comenzaron a cantar con toda la fuerza de sus pulmones.  El burro rebuznaba, el perro ladraba, el gato maullaba y el gallo lanzó su ¡quiquiriquí!.

El efecto de este excelente cuarteto fue instantáneo.  Aterrorizados, los ladrones echaron a correr, abandonando su cena y dando espantosos gritos.  En su apresuramiento, tropezaron unos con otros y bajaron rodando las escaleras.


Inmediatamente el gallo saltó a la ventana, y rompiendo los cristales, penetró en la habitación seguido de todos sus compañeros.  Los ladrones, aterrorizados, abandonaron la casa y huyeron al bosque.

El cuarteto se sentó a la mesa y acabó pronto con todo lo que había sobre ella.

Después de la comilona se echaron a dormir.  El burro se hizo él mismo una cama con un montón de paja, el perro se tumbó en los escalones de la puerta; el gato se arrellanó junto al fogón, para disfrutar del calor del rescoldo, y, finalmente, el gallo se subió a lo más alto del tejado.


No llevaban mucho tiempo durmiendo, cuando los ladrones, al ver que había vuelto la paz a su casa, decidieron entrar en ella.  El más valiente se adelantó a inspeccionarla.  Entró en la cocina, que estaba completamente a oscuras, y al ir a encender una vela, pisó al gato.  Éste, enfurecido, intentó arañarle pero el ladrón, aterrorizado, echó a correr hacia la puerta, despertando al perro, que le mordió en las pantorrillas.  Grayskin despertado por aquel revuelo, le dio una coz, que le lanzó al camino.  El gallo desde el tejado, cantó alegremente, mientras el ladrón, como alma que lleva el diablo, corría a través del bosque en busca de sus compañeros.
-¿Está la casa vacía y podemos volver?= -le preguntaron.
-De ninguna manera -contestó él, que llegaba sin aliento-.En la cocina hay una bruja que me ha clavado las uñas; en la puerta, alguien me ha mordido la pierna, y en el patio había un monstruo negro que me ha lanzado al camino de un golpe.  Y desde el tejado, una fiera extraña gritaba desaforadamente.  Por casualidad he podido escapar con vida.

Los ladrones huyeron por el bosque y se fueron a vivir muy lejos de allí.



El burro, el perro, el gato y el gallo tuvieron una casita para ellos solos.  Ya no pensaron más en ofrecerse como cantores a la iglesia de Santa Gúdula, en Bruselas, y vivieron allí reunidos y felices hasta el final de sus vidas.

























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