EL LOBO Y EL PRESAGIO #presumir #confiar #vanidad #fabula #esopo #niños #lectura#juvenil
Imagen de Christel SAGNIEZ en Pixabay
-Esto es de muy buen agüero. Doy gracias a los cielos, pues hoy me hartaré a mi gusto. -Así, pues, se fue muy contento a buscar aventuras.
Halló en el camino mucha manteca de cerdo, que se había caído a unos arrieros, y volviéndola y revolviéndola, la olió muchas veces y dijo:
-No comeré hoy de ti, porque sueles descomponerme el vientre, y estoy seguro que hoy tendré mejor comida, según el pronóstico de esta mañana.
Un poco más adelante halló una lonja de tocino salado y seco, oliendo el cual dijo:
-No comeré hoy de ti, pues estoy seguro que hallaré cosa mejor.
-Vengo muy cansado, tengo hambre y me habrás de dar a tu hijo, para que lo coma.
-Haz lo que gustares, pero señor, ayer caminando se me hincó una espina en este pie, te ruego que, pues eres cirujano afamado, me la saques y cures primero, y después te comerás a mi hijo. -contestó la yegua.
Creyendo que era verdad, el lobo se llegó al pie de la yegua para sacarle la espina y ella, le dio tan grande coz en la frente, que dio con él en el suelo, y librándose así del lobo, se fue con su hijo a la montaña. El lobo, recobrando los sentidos, dijo:
-No hago caso de esta injuria, pues que hoy espero hartarme- y continuó su camino.
-Ahora sí que comeré a mi gusto. Preparaos pues me voy a comer a uno de vosotros.
-Haz lo que quieras - respondió uno de ellos- pero te suplicamos que primero des una sentencia justa en el pleito que tenemos sobre este prado, que fue de nuestro padre, y no sabemos cómo partirlo entre los dos, por lo que reñimos todos los días.
-Haré con mucho gusto lo que me suplicáis -respondió el lobo- más quisiera que me dijeseis antes en qué término queréis que se haga la división.
-Señor, ya que preguntas el modo -dijo el otro carnero- a mí me parece que no se debe partir, sino que te pongas en medio del prado, nosotros estaremos uno en cada extremo, correremos ambos a un tiempo y aquel que llegue a ti primero le darás el prado, y el otro te lo comerás cuando quieras.
-Hágase así -dijo el lobo- me parece bien.
Se fueron los carneros cada uno a su extremo, y corriendo con gran ímpetu al centro del prado donde estaba el lobo, le dieron los dos a un tiempo tan fuerte golpe, que el lobo cayó en el suelo, quebrantadas las costillas y medio muerto; pero poco después volvió en sí y dijo:
-Aún no debo hacer caso de esta otra injuria, pues he de hartarme hoy, según el vaticinio.
Llegando en esto a la orilla de un río, halló una puerca con sus hijos que estaba paciendo y dijo:
-Bendito sea este día, ya sabía yo que había de hartarme a mi satisfacción.
-Señor, -respondió ella- haz lo que quieras, pero deben lavarse y limpiarse primero, según la costumbre que tenemos. Así te ruego que, pues la fortuna te ha traído aquí, tú mismo los laves, y después escoge de ellos los que más te agraden. El lobo entonces tomó un lechón y se inclinó en la orilla del río para meterlo en el agua y lavarlo; pero la puerca, acercándose de pronto por detrás, le dio tan gran empujón que lo arrojó al río, y arrebatado de la impetuosa corriente, fue a dar en un molino, de donde salió muy lastimado. Al fin, con mucho trabajo pudo escapar de aquel peligro y dijo:
-Grande ha sido este infortunio, mas no hay que achicarse, pues este día debe ser sin duda afortunado.
-Bien está -respondieron ellas- pero antes cántanos alguna cosa, pues deseamos oír esa voz que tanto alaban todos por suave y melodiosa.
El lobo, que era no poco presumido, comenzó a aullar todo cuanto podía. Los aldeanos oyendo los aullidos salieron con armas y perros, y le dieron tantos golpes que quedó casi muerto.
-¡Oh, cielos, cuántos males! ¡Cuántos infortunios he padecido hoy! Yo soy el culpado porque, ¿Quién me hizo despreciar la manteca de puerco que hallé en el camino y desechar también la carne salada, sino mi soberbia y vanidad? Si yo no he aprendido jamás cirugía ¿Por qué quise curar a la yegua? Si yo no he saludado las leyes ¿Quién me metió a juzgar el pleito de los carneros? Si no he sido jamás comadre, ni lavandera, ¿Por qué quise lavar en el río los cochinos? ¡Oh Júpiter, arroja desde tu trono un rayo sobre mi cabeza!
.¡Oh, Júpiter, qué pronto has oído mi súplica!
No debemos creer en los presagios ni confiar en palabras lisonjeras.
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