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Éste aconsejó a la maga que reuniese a todas las aves, que como vuelan tan alto y tienen tan buena vista, lo saben todo, y alguna le diría donde se hallaba el castillo de Irás y no volverás, donde el diablo guardaba la corona.
Voló, y regresó al momento. Explicó, cantando, que para conseguir el príncipe lo que deseaba, debía ocultarse en un bosque junto al lago que había al lado del castillo; y cuando se bañase la hija del gobernador de la fortaleza, la robase los vestidos, y no se los devolviese hasta que la viese muy apurada. La avutarda, que por lo ligera y servicial debía llamarse avelista se ofreció de guía.
Cuando se la quiso poner, no la encontró; la avutarda, revoloteando, se la había quitado y llevado al príncipe. La hermosa doncella exclamó llorando:
-El que el vestido me dé, del mayor apuro le sacaré.
El destronado monarca mandó la túnica con el ave, para no alarmar el pudor de la niña, y después se presentó.
-¿Qué quieres? -le preguntó la muchacha, nombrada Blanca Rosa.
-Recuperar mi corona, que se encuentra en el castillo de Irás y no volverás.
-Te daré lo que deseas, si con el trigo que te entregará mi mayordomo consigues sembrarlo, segarlo, trillarlo, aventarlo, molerlo, cernerlo, amasarlo, cocerlo y echar el pan al perro de tres cabezas que hay a la puerta del castillo; todo en veinticuatro horas.
Recurrió el príncipe a su bella protectora, que le mandó arrojar el grano desde el balcón al jardín. Se asomó y, con espanto, vio al trigo nacer, salir las espigas y dorarlas el sol; una nube de enanitos practicó todas las operaciones, desde segar hasta llevar el pan todavía caliente a las fauces del monstruoso perro.
-No la obtendrás, si no me entregas en cambio una sortija que hace quinientos años a un ascendiente tuyo se le cayó en el mar al irse a pique el barco que mandaba en un combate. Sólo se salvó de la tripulación tan valiente guerrero.
Dificultad tan insuperable hizo desmayar al príncipe. Acudió a Blanca Rosa; ésta frunció las cejas y le dijo con severidad:
-Ofrecí sacarte de todos tus apuros, y no faltaré a mi palabra. Verás.
-No me vuelvas a tentar; abandona el vicio, toma tu corona, cásate con Blanca Rosa; te gusta y a ella no le eres indiferente; montad en un caballo que hay en la cuadra que corre más que el viento, y cuando lleguéis a la capital de tus estados, os esperará la tropa formada, y el pueblo entusiasmado os conducirá al palacio.
-El peor de los vicios es el del juego. Siempre va acompañado de otros. El que lo tiene, pierde el honor, y muchas veces la vida.
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