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Érase una bella reina, siempre triste, porque no tenía hijos.  Un frío día de invierno la reina bordaba en su acristalado balcón, se pinchó con la aguja y una gota de sangre fue a caer sobre el raso de su bordado.

-¡Ay! -exclamó- ¡Qué dichosa sería si tuviera una hija blanca como la nieve y de mejillas encendidas como esta gota de sangre...!

La Hada de la Nieve, que vivía envuelta en los fríos copos, oyó el lamento de la soberana y decidió complacer sus deseos:  Pasado algún tiempo le nacía una hijita de piel blanca a la que su madre puso por nombre Blancanieves.

Todos en el país se regocijaron, mas su júbilo fue breve, pues la madre murió y el rey para olvidar su tristeza, se fue a recorrer países lejanos.

Pronto el rey recibió un mensaje del primer ministro.  "Volved señor.  El pueblo os necesita, y vuestra hija también".


LA REINA Y SU ESPEJITO MÁGICO




El rey regresó a su palacio y pensó que, si volvía a casarse, su hijita tendría una madre que se ocuparía de ella.  Eligió a una mujer hermosísima que, resultó ser déspota, egoísta, cruel y vanidosa como ninguna.  Todas las mañanas la nueva reina interrogaba a su espejo mágico.

-Espejo mío, espejo mágico... ¿soy yo la más bella de las mujeres?

-Si, reina y señora, tú eres la más bella de las mujeres.

Pero, mientras la reina se miraba día a día en su espejo, la guerra estalló cerca de las fronteras del país y el rey se vio obligado a marchar.  Entonces, la cruel soberana impuso su voluntad en el reino y convirtió a Blancanieves en su esclava.  ¡Cómo odiaba la reina a la linda princesita!

Con el paso del tiempo, la niña se había convertido en una joven muy bella.  Una mañana, al hacer la pregunta al espejo mágico, este respondió a la soberana:

-No reina y señora; ya no eres la más bella.  Ahora lo es...¡Blancanieves!

Una terrible cólera se apoderó de la reina.  Hizo llamar a uno de los guardabosques, y cuando lo tuvo delante, rodillas en tierra, ordenó con inhumana crueldad.

-Óyeme guardabosques; si quieres conservar tu vida, llevarás a Blancanieves lejos, a la montaña, a un lugar que solo sea conocido por las aves y le darás muerte.


LA DESOBEDIENCIA DEL GUARDABOSQUES




Pálido de horror, el hombre accedió.  Además tuvo que prometer no contar a nadie nada de lo sucedido.

Al día siguiente, con las primeras luces del alba, el servidor y la hermosa niña se alejaron de la corte.

-¿Dónde vamos? -preguntó la niña.

-Lo sabréis más tarde, princesa.  Tengo órdenes de la reina.

Después de muchas horas de marcha, se encontraron en lo más espeso del bosque.  Lleno de tristeza, el hombre dijo:

-Princesa, debo abandonaros aquí.  La reina me ha ordenado daros muerte, pero no puedo.  Mas, tened presente que no debéis regresar, pues vos y yo seríamos degollados.

Con lágrimas en los ojos, el buen guardabosques se alejó apenado.


LA CASITA DEL BOSQUE




Asustada por la soledad, la noche, los ruidos y, cómo no, por la maldad humana, Blancanieves lloró amargamente.  Presa del miedo, oyó piar.  Levantó la cabeza y descubrió infinidad de pajarillos rodeándola, como queriendo aliviar su pena,

Lo raro era el comportamiento de las avecillas, que tiraban de su vestido como si quisieran conducirla a algún lugar.  De pronto, a la débil luz de la luna, la muchacha descubrió una linda casita.  No sin temor, Blancanieves empujó la puerta y entró.

¡Oh, qué asombroso!  La mesa estaba puesta con siete platitos ante siete sillas vacías, pero el resto de la habitación se hallaba en un completo desorden.  La sopa humeaba en los platos.

Como, estaba hambrienta, tomó un poco de sopa de cada platito para que no se notase.  Después pasó a otra habitación.  Era un dormitorio con siete camitas.  Probó una tras otra, hasta llegar a la última que le venía justa.  La pobrecilla, agotada, se durmió.


LOS SIETE ENANITOS




La diminuta y linda casita pertenecía a siete enanitos que trabajaban en una mina de diamantes por ellos descubierta.  Aquella noche, a la luz de sus faroles, regresaron como siempre, contentos a su casa.  En cuanto llegaron, olfatearon un aroma extraño:

-¡Alguien ha estado en nuestra casa...!

-¡Y han comido de mi platito...!

-¡Y del mío!

-Calma -ordenó el Mandón-.  Registraremos la casa.




Se quedaron muchos de asombro al descubrir en una de las camas a la bella Blancanieves.  El enano Gruñón quiso protestar, pero lo impidió Generoso.

-¡Qué criatura más bella! -dijo dulcemente, al tiempo que afirmaba-  Tiene lágrimas en las pestañas.  Debe de ser desgraciada.

-¡Oh! -exclamaron todos, con el corazón enternecido.

La exclamación despertó a Blancanieves que se sentó asustada.


LA CÓLERA DE LA REINA


Era tanta la admiración que reflejaban las caritas de los enanos que a Blancanieves se le pasó el susto.

-Lo siento mucho, yo...estaba perdida en el bosque y...

Al fin, terminó de contar su historia.  Los enanitos, indignados, querían ir a entendérselas con la cruel reina.

-No podéis hacerlo -dijo Blancanieves -.  En ausencia de mi padre, ella es la dueña y señora de todo.

Blancanieves accedió a la súplica de los enanos y se quedó a vivir en la casita.

Pero, allá en palacio, la reina preguntaba a su espejo:

-Espejo mío ¿soy la más bella de las mujeres?

-No reina y señora; Blancanieves vive y es la más hermosa.

La reina entró en cólera y tronó contra el guardabosques hasta que por último, estalló en feroces carcajadas.  Más serena, pensando torcidamente ideó un plan que no podía fallar.

Allá, en la estancia secreta donde guardaba sus filtros y pócimas, la cruel madrastra preparó con veneno una hermosa manzana.  Luego se disfrazó de anciana, se colgó una cesta con fruta del brazo y se dirigió a la casita del bosque.


LA MANZANA ENVENENADA

Cuando llegó, vió a la niña en la ventana y, conteniendo su ira le dijo:

-Buenos días, hermosa, ¿quieres una rica manzana?




Por no desairar a una viejecita tan bondadosa, Blancanieves aceptó.  Nada más morderla cayo al suelo, envenenada.

En medio de tenebrosas carcajadas, la reina se alejó.

-¡Ahora soy la más hermosa!  -decía riendo.

Cuando los enanitos regresaron, hallaron sin vida a su amada princesita.  Su dolor no tuvo límites, lloraron hasta que Generoso preguntó:

-¿Qué haremos con nuestra Blancanieves?

-No la enterraremos -dijo Gruñón-.  La pondremos en una urna de cristal en el bello bosque, para que el Sol y la Luna se alegren con su belleza.



Sobre cojines de seda, depositaron a la princesa en una urna de cristal coronada de flores.


EL PRÍNCIPE AZUL

Sucedió que un día en que el príncipe heredero del reino Azul iba de caza, encontró la urna de cristal y se sintió deslumbrado ante la belleza de Blancanieves, que era tan hermosa dormida como despierta; se postró a su lado y se enamoró de ella.  Entonces, llamó a sus monteros:

-Venid, tomad con cuidado esta arquilla y llevadla a hombros hasta mi reino.

Obedecieron sus sirvientes y de pronto, el que iba delante tropezó.  Entonces...  ¡Oh, milagro!, los ojos de la princesita se abrieron y su cabeza se alzó.  Había sucedido que, con el tropezón, el trozo de manzana envenenada que tenía atravesado en su garganta saltó y, con ello, concluía su aparente muerte.

-¿Dónde estoy y quién sois? -preguntó al asombrado príncipe.



El se presentó y le hizo saber su amor.  Y ella le contó su historia y todos supieron que la manzana estaba envenenada y que la fingida anciana era su madrastra disfrazada.


Y FUERON FELICES

Si en vuestro reino os acecha el peligro -dijo el príncipe azul- os llevaré al mío, donde todos os amarán casi tanto como yo.

Blancanieves que sospechaba el dolor de los siete enanitos, le suplicó que un sirviente fuera en su busca.  Cuando llegaron, todo fue alegría.  Por último, los enanitos se conformaron con que el príncipe la llevase al reino Azul.

-Podréis venir a verla siempre que lo deseéis -dijo el príncipe Azul.

Para colmo de alegrías, la guerra en el reino terminó y el rey regresó.  El príncipe, su princesa y un nutrido ejército fueron a su encuentro.  Al conocer que la mujer que se había convertido en su esposa era un monstruo, el rey ordenó su muerte.  Mas no fue necesario, porque, en su cólera, la mujer se convirtió en un zigzagueante rayo que fue a perderse en los abismos.

Se celebraron magníficas bodas y los siete enanitos llevaron la cola del vestido de la novia.



Y todos, todos fueron felices...












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