EL GATO Y LA RATA VIEJA #fabula #jeandelafontaine #lecturajuvenil #niños #infancia

Leí una vez que un gato formidable, mezcla de Alejandro y Atila de la raza gatuna, era el azote de las Ratas.  Las tenía atemorizadas, una legua a la redonda.  Quería despoblar al mundo de la raza ratonil.  Todas las trampas inventadas para acabar con ella, eran un juguete comparadas con las uñas de aquella fiera.

Notó el gato que todas las Ratas estaban reclusas en sus madrigueras; que no se atrevían a salir, y que intentaba cazarlas inútilmente.

¿Qué hace el gato?  Fingir que está muerto, colgándose de un poste cabeza abajo, con unas cuerdas a las que disimuladamente se agarra.  

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Creen las Ratas que han ajusticiado al enemigo, por algún robo, arañazo u otro desaguisado que ha cometido.  Todas se alegran con la idea de ir a su entierro, sacan el hocico al aire, y después toda la cabeza, vuelven a meterse en su escondrijo; vuelven  a salir, dan algunos pasos, y se deciden por fin a ir y venir con toda libertad.

Pero de pronto, se cambia la decoración.  El ahorcado resucita, cae al suelo de un brinco, y atrapa a las más perezosas.

"Para ser el primero, no salió mal el engaño, ardid de guerra es este", dijo engullendo su presa.  "No os ha de valer, señoras mías, vuestras subterráneas guaridas.  Os lo advierto: todas caeréis en mi poder".

La segunda vez, el astuto cazador se empolva con harina, de arriba abajo, y, así disfrazado, se mete en un cuenco.  Las ratas acuden al cebo y caen en la trampa.  Una rata vieja no quiso acudir al olorcillo de la harina; tenía mucha práctica, conocía muchas de esas tretas, y hasta había perdido la cola en una de ellas.

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"Ese bulto enharinado no me huele bien", le decía al generalísimo del ejército ratonil; "sospecho de alguna trampa, no me acercaría".

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