ANDANZAS Y TRAVESURAS DE LOS ENANOS #lecturajuvenil #desagradecido #malasuerte #LEYENDA #BÉLGICA

En Beurne vivían muchos enanos, y gran parte de los aldeanos les tenía que agradecer toda su suerte.  Si se querían mostrar benéficos para una casa, lo primero que hacían era arrojar cieno en las jarras de la leche.  Si a pesar de ello el aldeano dueño de la casa y su familia bebían la leche, entraban los enanos en el hogar y ayudaban a sus moradores en todos los trabajos.  

Con un criado así, el dueño estaba mucho mejor que con seis hombres, y bastaba con una criada para tener toda la casa en orden.  Los caballos estaban siempre limpios, tenían su pasto y su heno bien preparados.  Las vacas eran ordeñadas, y sólo hacía falta coger la leche .  El trigo venía a los graneros limpio y trillado.  Las habitaciones estaban siempre limpias; los cacharros de la cocina brillaban como oro y plata, y en la casa se podía comer en el suelo, de tan reluciente que estaba.

Todo esto sucedía sin que nadie supiera cómo.  Por todo este penoso trabajo, pedían los buenos enanos solamente un platillo de leche dulce cada día, cosa que en realidad, no era demasiado.  Sin embargo, no faltaban aldeanos que fueran tan desagradecidos como para negarles a los enanos esa pequeñez, y aun para tratarlos mal; pero los buenos enanos huían de las casas de esos hombres, y con ellos se llevaban la felicidad.

Un aldeano tenía una criada que hacía marchar todo maravillosamente, sin tener que trabajar mucho. Ella sola cuidaba la gran granja, en la que habían tenido que vivir siempre cuatro mozas.  Esto, naturalmente, no podría ser sin ayuda de los enanos, aunque el labrador no sospechaba que ella estuviera en buenas relaciones con los hombrecillos.  De buena gana hubiera querido el aldeano saber cómo su criada podía atender a un trabajo tan grande; pero pasó mucho tiempo antes de que tuviera algún rastro de ello.  

Al fin, una noche se dio cuenta de que se levantaba la criada y entraba en la cocina.  El la siguió, pero ¡qué susto se llevó!  A través de las rendijas de la puerta tras de la que se había escondido, vio que la sirvienta estaba preparando gachas en el fogón.  La cocina hormigueaba de hombrecillos colorados, y cada cual tenía ante si un platito, y la criada les iba repartiendo las gachas.  

El campesino pensó:

-¡Vaya!, mañana voy a estropearles la diversión a éstos.

Y a la tarde siguiente echó una cabeza de ajo en la leche que había sobrado.  

Como de costumbre, se levantó la criada por la noche y fue  a la cocina, en donde ya la esperaban los enanos.  Inocentemente echó la leche en el puchero, coció las gachas y las sirvió a los hombrecitos.  Apenas hubieron probado un poquito, empezaron todos a gritar lastimeramente.

¡Ay, ay, ay!

¡Para siempre marcharemos

y la dicha llevaremos!

Y con estas palabras desaparecieron en un momento.  La criada tampoco quiso quedarse, y marchó a la mañana siguiente.

 Desde entonces el desagradecido labrador no tuvo suerte en nada.  Todo lo que emprendía le salía mal, y acabó por empobrecer de tal manera, que su situación llegó a ser tan miserable como próspera había sido antes.