LA RANITA CANTORA #apariencia #realidad #leyenda #yugoslavia #niños #lecturajuvenil

Hace muchos años, un pobre labrador y su mujer vivían entristecidos porque no habían tenido ningún hijo.

Cada día los pobres esposos suspiraban tristemente, pensando lo felices que podrían ser si tuvieran, por lo menos, un hijo.

Al fin, decidieron hacer una peregrinación a un santuario para que les concedieran uno. Ellos quedarían muy agradecidos si tuvieran un hijo, aunque éste fuese una rana.

Escucharon sus plegarias y les enviaron una hijita, pero no era una niña, sino una ranita.

El labrador y su esposa amaron tiernamente a su ranita y no la dejaban sola ni un instante; con ella jugaban y reían y eran completamente felices, pero cuando la ranita fue creciendo, los vecinos se burlaban de ella.

Cuando el padre iba a trabajar a una viña cercana, la ranita le llevaba la comida, pues su madre estaba muy delicada, y allí, en el campo, comía con él. Después se subía al tallo de cualquier vid y desde allí comenzaba a cantar para él, tan agradablemente, que el padre se entusiasmaba oyéndola y la llamaba su "ranita cantora".

Un día que estaba cantando, pasó por allí el hijo del Zar y, al oírla, paró su caballo y preguntó al labrador de quién era tan maravillosa voz. El hombre, avergonzado de tener que decirle que era su hija, la ranita, simuló que él no había oído nada; probablemente sería el viento. Pero el príncipe no quedó convencido, y al día siguiente volvió a pasar por allí. De nuevo oyó la misma voz encantadora, se paró y escuchó:

-Estoy seguro -dijo- de que esa voz es de una muchacha muy bella. La buscaré y me casaré con ella,

-¡Qué locura! -dijo el labrador,

-¡Juro que lo haré!

Entonces el labrador mandó bajar de la vid a su hijita y la presentó al príncipe. Éste, como se había enamorado de su voz, nada le importó que fuese una rana.

-Mi padre nos ha ordenado a mis hermanos y a mí que le presentemos mañana a nuestras prometidas. Cada una de ellas deberá llevar una flor, y a la novia del príncipe que presente la flor más bella, le concederá la sucesión en el trono.

Al día siguiente, la ranita salió muy temprano al campo en busca de una flor, escogió una espiga de trigo y montó en el gallo que le había mandado el príncipe.

Por el camino, un poco avergonzada de su fealdad, pidió al Sol que le hiciera con sus dorados rayos un bello traje de oro.

Al llegar a Palacio, la guardia no le permitió entrar, pero al asegurar que era una de las prometidas, al final si le dejó entrar.

Cuál no sería el asombro de los guardias al ver que la ranita, al bajar del gallo, se convertía en una bellísima muchacha vestida con riquísimo traje de oro.

Las otras prometidas eran feas y vulgares, y pronto ella sobresalió entre sus contrincantes. Al ser presentadas al Zar, todas fueron rechazadas, excepto ella. La espiga de trigo agradó mucho al Zar, y más aún la preciosa muchacha, nombrando herederos al más joven de sus hijos y a su prometida.

Así, la pequeña ranita, de la que sus padres se habían avergonzado, llegó a ser Zarina, y siempre el esposo escuchó su voz con el mismo embeleso como cuando la oyó cantar por vez primera en la viña de su padre.