EL GIGANTE DE FUEGO, NUBE BLANCA Y NIEVE #leyenda #cuentoinfantil #cuentopopular #niños

Hace muchísimo tiempo, tanto que casi nadie se acuerda, las personas vivían sumidas en el terror y la tristeza a causa de un Gigante de Fuego, muy poderoso y muy colérico, que residía en un volcán.  Este Gigante era tan fuerte que podía sacudir la Tierra.  Cuando se enfadaba, las montañas enteras se derrumbaban, los árboles se arrancaban de cuajo, los tranquilos ríos se convertían en torrentes y el mar más calmado se transformaba en un tumultuoso océano.  El Gigante escupía una lava gris y ardiente que calcinaba a su paso campos y bosques, aldeas y ciudades.

Como todo el mundo le temía, este Gigante siempre estaba solo.  Y terminó por aburrirse.  Entonces se dijo:

-¿Por qué no me caso?  Una esposa joven y bonita sería una agradable compañía.

Entonces buscó una mujer, pero, aterrorizadas por sus llamas, ninguna de las jóvenes de la región se atrevía a aceptar sus invitaciones.

Una mañana, descubrió en los cielos a una graciosa damisela que parecía tener alas.  Bailaba muy bien y se llamaba Nube Blanca.  Se enamoró perdidamente de ella y le pidió que se casara con él.  La joven lo contempló con sus dulces ojos...  Luego le respondió que ya estaba prometida al Sol y que deseaba vivir feliz con él, en el cielo.

El Gigante soltó unas furiosas palabras con su gran lengua de fuego.  Agarró a la asustada joven y la ocultó en las profundidades de la Tierra.  El Sol, desesperado, buscó en vano a su amada.  Ésta estaba muy bien escondida.  El Gigante, celoso y aún enfadado, la había encerrado detrás de una puerta de hierro, al fondo de su volcán.  Sólo le permitía salir para tomar un poco el aire cuando era de noche y el Sol se había marchado.

Pasó el tiempo, y Nube Blanca dio a luz un bebé.  Era una niñita tan encantadora como su madre.  Su piel era tan blanca que sus padres la llamaron Nieve.  Su padre estaba loco con ella.  La vigilaba a todas horas sin dejarla salir nunca.

Una noche, mientras Nube Blanca se paseaba alrededor del volcán, se encontró con el Viento.  Éste la amaba desde que era la prometida del Sol.  Encantado de toparse con ella a solas, se la llevó por los aires, en una danza alocada alrededor de la Tierra.  Por mucho que la joven gritó, protestó y se lamentó, no se detuvo.  Cada vez que pasaban cerca del volcán.  Nube Blanca le suplicaba que la dejara un momento para que pudiera ver su hija.  El Viento se enternecía y aceptaba reducir la velocidad.  Pero el Gigante tenía a Nube encerrada en el volcán.  Decepcionada, Nube Blanca lloró dulcemente y sus lágrimas cayeron sobre el volcán.

Entonces el Gigante de Fuego levantó la cabeza hacia los cielos y vio a su mujer en compañía del Viento.  Esto le enfureció.  Rugió e hizo temblar de nuevo  la Tierra de tal forma que la montaña se hundió.  Entonces a Nieve le entraron ganas de deslizarse por la brecha de la roca para ir a pasear.

Así descubrió todas las bellezas del Universo: el cielo, las flores, los ríos, los bosques, los campos y el mar...

Mientras admiraba todo este esplendor, el Sol la vio.  Se parecía tanto a Nube Blanca que se emocionó mucho.  Entonces bajó hacia ella y la tomó en sus brazos.  Pero, bajo el efecto de su calor, Nube se derritió y se transformó en un agua limpia y saltarina que cayó sobre la ladera de la montaña.  Chorreó y se deslizó rodando hasta el lago que había más abajo.  Y, con los rayos del Sol, se convirtió en un arco iris.  Entonces Sol dejó de brillar tanto, Nube Blanca dejó de llorar, Viento dejó de soplar, y Gigante de Fuego dejó de gruñir para mirarla y asombrarse.  ¡Por fin había logrado reconciliarlos!

Desde entonces, al principio de cada invierno, Nieve se acerca a ver a su padre y deposita sus copos sobre su frente.

En primavera, se derrite dulcemente y se deja abrazar por el ardiente Sol.

Y cuando llega el Viento, es conducida en un remolino hasta el cielo, donde vive Nube Blanca, su mamá.

Y así es todos los años y lo será aún durante mucho tiempo, quizá hasta el fin de los tiempos.