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Contaban los griegos, entre sus leyendas, que hubo un diluvio enviado por Zeus a la tierra para terminar con un mundo de gente malvada.  Y los sacerdotes del antiguo Egipto afirmaban lo  siguiente:

-Diluvios ha habido muchos y uno acabó con todos los moradores de la Atlántida. 

Y entonces los sacerdotes contaron a Solón, estadista griego, la historia de la isla Atlántida.  Dijeron que fue el país más perfecto del universo, la primera maravilla de la tierra.  Y dijeron también que allí habitó la más noble raza de hombres que haya existido jamás y que dominó la mayor parte del mundo conocido.

Y la leyenda que contaron sobre aquella isla es la siguiente.

En una isla rocosa del Mediterráneo vivía con sus padres una bellísima mujer llamada Clito.  Una noche de calor decidió dar un paseo por la costa y sus pasos la llevaron al acantilado, donde se sentó en lo alto a mirar el horizonte.  No se dio cuenta de que el cielo se cubría de nubes y pronto se desató una tormenta con vientos huracanados que empujaron a Clito con fuerza, echándola al mar.  Cuando caía, sus cabellos rojos despidieron una luminosidad que llamó la atención de Poseidón.

A Poseidón, dios del mar, amo y señor de las tormentas y de los huracanes, le bastó  un instante para admirar la hermosura de Clito, que con su larga cabellera roja caía en el abismo, y se enamoró de ella.  Fue en su auxilio y, envolviéndola en sus poderosos brazos, la salvó de una muerte segura.

Por amor se casaron y tuvieron cinco pares de gemelos.  Al primogénito le pusieron Atlas.  Y por eso bautizaron la isla como la Atlántida.

Poseidón y Clito amaban el orden y la armonía, por ello reformaron la Atlántida tomando como modelo el paraíso.  Y así fue como la transformaron en una serie de franjas circulares de mar y de tierra, con una isla en el centro que aúna sol y belleza.  Las ricas llanuras producían trigo, fruta y vegetales en abundancia, mientras las colinas boscosas alimentaban a todo tipo de animales -incluso elefantes, leones y jirafas-, a la vez que el subsuelo era rica en minerales preciosos.

Los dioses hijos varones de Poseidón fueron reyes y el mayor, Atlas, fue el principal, como luego lo serían los hijos de éste.  Y estos reyes aumentaron las riquezas del país y dominaron a todos los pueblos del Mediterráneo.  Amaban la paz pero estaban preparados para la guerra si era necesario.

El palacio y el templo de Poseidón fueron cubiertos de oro.  La muralla de la ciudad estaba forrada de bronce por la parte externa y de estaño por la interna.  Construyeron los edificios, con piedras blancas, negras y rojas; a veces de un solo color y otras veces formando artísticos dibujos.  Por último, un gran puerto se abrí al mar, con puentes que unían los distintos anillos de tierra.

Así era la Atlántida en sus días de mayor esplendor.

Durante muchos años hubo de todo en abundancia, los diez reyes gobernaron sabiamente, cada uno traspasando su sabiduría al heredero.  Pero al trascurrir el tiempo, una generación seguía a otra, y a otra, y la sangre divina de los reyes se iba diluyendo...  Y, cada vez más, caían bajo el dominio de las pasiones de los mortales y los deseos mundanos.  Mientras en el pasado habían disfrutado de las riquezas sólo por su belleza, ahora actuaban presos de la codicia.  Mientras antes la gente vivía unida en amistad y armonía, ahora peleaba por el poder y la gloria.

El gran Zeus reprendió a Poseidón porque su pueblo favorito se iba hundiendo día tras día en el pozo de las ambiciones y los vicios humanos.

-¿Cómo es posible que esto ocurra?  -reclamó a Poseidón el dios de dioses.

Y el dios del mar, afirma la leyenda, muy triste y encolerizado, removió las aguas y todo cuanto le rodeaba.

En breves instantes fue como si el cielo se cubriera con un manto negro que despedía rayos, truenos y relámpagos.  La tierra se estremeció entera.  Entonces del mar salió un rugido provocado por una gigantesca ola que, impetuosa, se tragó la isla.  Y la devoró con saña durante todo un día y toda una noche...

Ese fue el fin de la Atlántida, que quedaría enterrada para siempre bajo las aguas.

Nadie sabe con certeza dónde yace la isla, ni si los hijos de los hijos de Poseidón han pisado una vez más, en paz y armonía, las calles de la Atlántida bajo el mar.  Tal vez sólo los peces juegan entre las ruinas de aquella legendaria ciudad que fue perfecta y nacida del amor.