El final de Camelot #leyenda #Inglaterra

Galván, a pesar de ser amigo de Lanzarote y no estar de acuerdo con Mordred, se indignó y juró vengarse. El ejército de Arturo, liderado por Galván, sitió el castillo de Lanzarote. No pudieron tomar la fortaleza y persuadieron a Arturo para que regresara con Ginebra y permitiera el exilio de Lanzarote.

La tregua pacífica duró un tiempo, pero la unidad de la Mesa Redonda se había fracturado. Mordred y sus seguidores continuaban azuzando a Arturo en contra de Lanzarote y Galván no conseguía olvidar la muerte de sus hermanos. Al final, argumentando que Arturo tenía que vengar su honor mancillado, Galván persuadió al rey para que una vez más lanzara su ejército contra Lanzarote dejando atrás a Mordred como regente de Camelot.

El sitio del castillo de Lanzarote duró varios meses; Galván provocaba continuamente a Lanzarote llamándolo cobarde para retarlo a un combate singular. Por desgracia Lanzarote acabó por aceptar el reto y ganó, pero se negó a dar muerte a su antiguo amigo. Sin embargo, en cuanto Galván se recuperó volvió a retar a Lanzarote y de nuevo salió vencido. Poco después Ginebra envió un mensaje solicitando ayuda urgente.

En ausencia de Arturo, Mordred había empezado a consolidar su poder. Propagó el rumor de que Arturo había sido asesinado y, reclamando el trono para sí mismo, trató de obligar a Ginebra a casarse con él. Arturo montó en cólera y, jurando venganza, regresó a Inglaterra con todos sus hombres.

En la primera batalla, las recientes heridas de Galván se reabrieron. Moribundo escribió a Lanzarote para que acudiera en ayuda de Arturo. Por desgracia, el mensaje llegó demasiado tarde. Arturo persiguió a Mordred hasta que los dos ejércitos se enfrentaron. Fue una masacre espantosa. Rodeado por los caballeros muertos de ambos bandos, Arturo se enfrentó a Mordred cara a cara. Lucharon ferozmente y Arturo mató a Mordred con su lanza, aunque no antes de recibir una herida mortal.

Arturo en su agonía, llamó al único caballero que le quedaba, Bedevere, y tendiéndole la gran espada Excalibur le pidió que la arrojara al lago que había cerca de allí. Bedevere obedeció, y cuando la espada volaba por encima del lago, una mano surgió de las aguas y la agarró por la empuñadura. Blandiendo la hoja, la mano se hundió llevándose a Excalibur al mundo sobrenatural donde fue forjada.

Bedevere regresó junto al moribundo rey y lo ayudó a acercarse a la orilla, donde esperaron hasta que se acercó una barca con las velas negras. En la barca había varias mujeres, entre las que se encontraban la Dama del Lago y Morgana la Fée.

Recogieron al monarca con delicadeza y lo llevaron a la isla de Avalon, donde reposa hasta el día de hoy, para despertar de su sueño y regresar en auxilio de Inglaterra.