CHINGUEBÍS Y EL VIENTO DEL NORTE #leyenda #norteamerica #lecturajuvenil

Hace muchísimo tiempo, la naturaleza bastaba para alimentar a todo el mundo.  En el verano, los lugareños subían al norte en canoas y pescaban en los lagos unos peces deliciosos y enormes.  Pero cuando el Viento del norte se ponía a soplar, se marchaban rápidamente. ¡no querían encontrarse con él por nada del mundo!  Ese viento se llamaba Kabibonocca y era el auténtico rey de los grandes espacios del duro País de los Hielos.

Más abajo reinaba su hermano mayor, el Viento del sur: Chawondasee.  En otoño subía hacia el norte para fundir los ríos y permitir que las personas regresaran.  Se apresuraba para hacer madurar las cosechas, poner frutas en los matorrales, y colorear de oro y púrpura los árboles del verano indio, en los bosques y al borde de los caminos.

Después se retiraba a su gruta, donde dormía como una marmota durante todo el invierno, hasta la primavera siguiente, sin preocuparse de la gente.  Sólo su soplo regular lanzaba al cielo señales de humo que hacían decir a los pescadores:

-¡Ya se acerca el fin de la estación de los peces!  Regresemos...  Chawondasee se dormirá pronto y Ka bibonocca volverá.  ¡Si no cogemos, nos quedaremos helados!

Y todos se apresuraban.  Sólo Chinguebis parecía no tener prisa.  Con un aspecto tranquilo y lleno de alegría, seguía pescando y haciendo sus juegos de magia, que encantaban a los amigos.

Aquel invierno, Chinguebís decidió quedarse.  Sus amigos se marcharon asustados.  ¿Cómo lo encontrarían en primavera?  ¿Petrificado?  ¿Con la cara blanca?  ¿Con las manos tiesas como témpanos, pescando peces que no llegaría a retirar del agujero al borde del cual se quedaría pegado?  Todos protestaron.

-Kabibonocca es más fuerte que tú.  ¡Es el auténtico rey!  No puedes luchar contra él, ni siquiera con tus juegos de magia.

Pero Chinguebis les contestó:

-No os preocupéis por mí...  Con una buena cabaña y un montón de leña, ¡veremos quien de los dos gana!

La tribu abandonó el lugar mientras Chinguebis construía su refugio y preparaba un gran fuego sobre cuyas llamas asó unos peces deliciosos.  Por su parte, el Viento del norte empezaba a soplar fuera.  Kabibonocca gritó con todas sus fuerzas:

.¿Quién es el impertinente que no se ha marchado a tiempo?  ¡Arrancaré su cabaña, dispersaré sus cenizas y sus llamas, y lo transformaré en una estatua con la nariz helada y puntiaguda!

Pero Chinguebis no le prestó atención y siguió saboreando sus peces...

El Viento del norte sopló tan fuerte, que amontonó miles de copos sobre el refugio y consiguió penetrar en él.  Chinguebis hizo como  si no viera nada y puso más leña en el fuego, que se hizo cada vez más fuerte, cálido y luminoso.  Tanto que, poco a poco, el Viento del Norte sintió que sudaba, se fundía y se diluía...  Así que salió de la tienda aún más rápidamente de lo que había entrado y se puso a gritar:

-¡Ven aquí para competir conmigo!  El que gane de los dos se convertirá en el rey de este país.

Entonces Chinguebis se dijo: "El viento está cansado de soplar.  Mi fuego lo ha debilitado.  Yo tengo calor y he comido bien.  Me siento capaz de luchar contra cualquier adversario, incluso si se trata de un viento furioso."

Y el joven pescador salió fuera.  Kabibonocca le hizo rodar por la nieve...  Los dos lucharon durante toda la noche.  Pero el Viento estaba cansado.  Su soplo frío se iba debilitando mientras el indio resistía.  El duro combate le había animado.  Su valiente corazón daba saltos.  La sangre circulaba en sus venas.  Y su energía aumentaba..

Por la mañana, el Viento, agotado, acabó por marcharse para no volver antes del largo invierno siguiente.

Pescando y cantando, Chinguebis esperó la primavera.  Y cuando sus amigas y amigos reaparecieron, les contó sus aventuras.