EL FRESNO #leyendas #lituania #lecturajuvenil

En cuanto la nieve empieza a fundirse y el sol calienta la Tierra, los habitantes del bosque celebran la llegada de la primavera.  Los jacintos y los junquillos comienzan a florecer vestidos con su bonito traje azul, rosa o amarillo.  Los pájaros abandonan su nido y cantan alegremente revoloteando de rama en rama.  Los lirones se despiertan y salen del letargo invernal.

También los árboles se preparan.  Se ponen sus nuevos adornos para estar elegantes con ocasión de una fiesta tan importante.

Los más impactantes y los primeros en brotar son los sauces y los juncos, que crecen al borde del agua.  Así pueden contemplarse a gusto.  Después vienen los abedules, que tienen un cuerpo delgado y esbelto, como el de las bailarinas.  Su follaje plateado los distingue de los demás árboles.

 Aquel año, la vieja encina necesitó un poco más de tiempo para prepararse.  Dudó largo rato antes de escoger el traje que más le favorecería.  Finalmente le encargó a un hábil sastre un follaje dentado que la hiciera parecer una señora académica.

Tan sólo había un árbol que no se ocupaba de nada.  Continuaba durmiendo como si la nieve siguiera cayendo o la niebla reinara como dueña y señora.  Era el fresno, a quien no habían despertado los gorjeos de los pájaros ni el zumbido de las abejas.  Continuó durmiendo incluso cuando la suave lluvia de marzo empezó a refrescar el bosque.  Hizo falta que la tibia brisa fuera a buscar refuerzos, ayudada por un fuerte viento, para que el fresno saliera de su letargo.  Entonces, abrió tímidamente un ojo y se extrañó de ver, a su alrededor, que los árboles habían reverdecido.

-¿Ya?  ¿Estamos en primavera?

-¡Si, perezoso! -respondieron los abedules-.  Estamos todos listos, vestidos y acicalados.  Date prisa, o no encontrarás nada que ponerte.  ¡No puedes quedarte así, desnudo como un gusano!

Y los abedules se echaron a reír, seguidos por los juncos y la encina.

Entonces el fresno se preparó rápidamente.  Tan deprisa, que no tuvo tiempo de probarse nada, ni siquiera de escoger unas hojas de su talla.  Eran pequeñas, poco recortadas, y el follaje no era bastante tupido para disimular su desnudez.

Los juncos, los abedules y la encina se burlaron de él:

-¡Parece que te has vestido a medias!

-¡Te faltan hojas!  ¡Se te ve el tronco y casi todas las ramas!

-¡Jua, jua!  ¡Está casi desnudo!  ¡Está casi desnudo!

Disgustado, el fresno reconoció que su aspecto dejaba mucho que desear.  Así que decidió librarse rápidamente de sus hojas cuando llegara el otoño.

Y en efecto, al final del verano, cuando los días se acortan pero el sol todavía es cálido y acaba de empezar la vendimia, el fresno se impacientó.

-¿Ya es otoño?  ¿No sentís soplar el viento del norte?

-Espera un poco -le respondieron los demás-  Déjanos disfrutar todavía del buen tiempo y de nuestros adornos.  El invierno es tan largo..., tendremos frío y no nos quedarán hojas para mantenernos calientes.

Pero el fresno se burlaba.  ¡Al contrario!  Estaba tan contento de librarse de su vestido mal hecho, que perdió todas las hojas y se irguió muy tieso en el bosque, esperando el invierno.  A su alrededor, los juncos, los abedules y la encina luchaban con todas sus fuerzas contra el cierzo para conservar sus hojas el mayor tiempo posible.

Pero el fresno, atolondrado, no había aprendido ninguna lección de su experiencia.  Al año siguiente, al final del invierno, seguía durmiendo y se olvidó de prepararse a tiempo.  Una vez más, presentó una mala apariencia durante todo el verano y fue el primero en desnudarse cuando los días se acortaron.