Cuentos infantiles y juveniles "ENTRA Y LEEME"

Imagen de  GraphicMama-team  en  Pixabay   Dicen las leyendas que Urano (el cielo) y Gea (la tierra) tuvieron, además de otros hijos, tres gigantes con un ojo en el centro de la frente que eran: Arges (trueno), Brontes (relámpago) y Estéropes (rayo) Urano encarceló a los tres gigantes porque temía que lo destronaran. Los escondió en los abismos del Tártaro, con otras criaturas poderosas. Con la ayuda de Crono (uno de sus hijos), Gea elaboró un plan para derrocar a Urano, liberar a los cíclopes durante una temporada, aunque volvió a desterrarlos al Tártaro. Crono fue destronado por Zeus, su hijo más pequeño, y los cíclopes quedaron libres para siempre. Agradecidos, se convirtieron en criados de Zeus haciendo sus rayos, el tridente de Poseidón y el casco de invisibilidad de Hades, pues era hábiles trabajadores.

Imagen de  Mustafa shehadeh  en  Pixabay Mamá cabra 🐐 vivía en una hermosa casita 🏡 en medio del bosque 🌳🌳🌳´con sus 7 cabritos 🐐🐐🐐🐐🐐🐐🐐, guapos e inteligentes.  Bele se llamaba el mayor, que era negro como el carbón, Bolo era el segundo, castaño y brillante, Boli era el tercero, una cabrita blanca de pezuñas negras, Bili era el cuarto, un cabrito manchado blanco y marrón, como el quinto, Bali, que era también una cabrita, Bala era rubio como el trigo; pero el más gracioso de todos era Bulu, un cabrito negro con una mancha blanca en la frente. Antes de enviarlos a la escuela 🏫, mamá 🐐Cabra siempre les decía: -Hijos míos, sed aplicados y obedeced al maestro si queréis llegar a algo en la vida.  Y no os entretengáis por el camino ni os desviéis, porque sabéis que el lobo 🐺 vive por allí y es muy peligroso. -¡Siii, mamáaa!  ¡Descuida! -prometían todos a una. Un día que mamá 🐐Cabra necesitaba ir de compras a la feria, reunió a sus hijitos y les di...

  Imagen de  Ambily J  en  Pixabay Hace muchos años vivía un matrimonio .👫 que no tenía hijos 🧒👦👶, aunque los deseaba mucho.  Un  día, por fin, la mujer supo que iba a ser madre. La casa 🏠en que vivían tenía en la pared trasera una ventanita que daba a un jardín .🌻🌼🏵, `pero estaba rodeado de un alto muro y nadie osaba entrar en él, pues pertenecía a la bruja 🧙‍♀️ Gohel. Un día se asomó la mujer👩  a aquella ventana para contemplar el jardín 💐💐y vio un bancal plantado de hermosísimas verdezuelas 🍃🍃tan frescas y verdes que le entraron unas ganas terribles de comerlas. El antojo aumentaba con el paso de los días y viendo la mujer que sería imposible satisfacerlo, empezó a perder el color y enfermó.  Su marido, asustado, le preguntó: -¿Qué te ocurre mujer? -¡Ay! -exclamó ella-.  Moriré si no puedo comer de esas verdezuelas🍃. El hombre, que quería mucho a su esposa👩, pensó que antes que dejarla morir, conseguiría las verdezuelas🍃....

Imagen de  manseok Kim  en  Pixabay Pueden jugar tantos niños como se necesiten para que, cogidos de las manos y brazos extendidos, ocupen la anchura de la calle, que recorrerán cantando esta canción: A tapar la calle, que no pase nadie. Que pase mi abuelo comiendo buñuelos. Que pase mi abuela comiendo ciruelas. Que pase mi tía comiendo sandía. Que pase mi primo comiendo pepino. Que pase mi hermana comiendo manzana. Albarracín (Teruel)

Imagen de  simisi1  en  Pixabay   Lejos del mar y de los bosques, en una gran llanura, se levantaba una hermosa ciudad gobernada por el Zar y la Zarina.  Habían tenido una hija, Nestsyyenaya, que les llenó de alegría.  Un año después les nació otra, tan bella y encantadora como la mayor, a la que llamaron Beztsyenaya. Grandes fiestas se celebraron con motivo de sus nacimientos.  Cerveza, hidromiel y vino corrieron por las fuentes durante tres días.  Todo el pueblo amaba a los Zares y a las pequeñas princesas. El Zar rodeó a sus hijas de los más exquisitos cuidados.  Les servían con cucharadas de oro, dormían sobre colchones de plumas y se vestían con costosas pieles.  Tres ayas las vigilaban continuamente y setenta y siete criadas y otros tantos guerreros estaban también a su servicio. En medio de estos cuidados, las niñas fueron creciendo, hasta convertirse en dos bellísimas doncellas. Un día que el Zar paseaba por el jardín de ...

Imagen de  Rafael Zajczewski  en  Pixabay Tenía cierto hombre una gallina que cada día le ponía un huevo de oro, y creyendo encontrar en las entrañas de la gallina una gran masa de oro, la mató Pero al abrirla vio que por dentro era igual a las demás gallinas, de modo que, impaciente por conseguir de una vez gran cantidad de riqueza, se privó él mismo del beneficio abundante que la gallina le daba. No es conveniente ser excesivamente avariciosos.

Sucede muchas veces, viajando por Galicia, encontrarse en medio del monte raso una aldea abandonada.  Muchas veces se conservan enteras, si bien les faltan las maderas de puertas y ventanas, otras han perdido ya el tejado o muestran todavía al aire las vigas sin tejas; otras se van desmoronando poco a poco. Las gentes han ido aprovechando primero las maderas, después las tejas, y por último, las piedras.  Y no se trata de construcciones muy antiguas sino a veces relativamente recientes. Si preguntamos a los habitantes de los lugares vecinos por qué aquella aldea se halla en tal estado, no es difícil que nos respondan que fue abandonada a causa de una invasión de ratones que obligó a los vecinos a mudarse a otro lugar. Los ratones se habían aposentado en los molinos, se comían la harina, el grano, los sacos, las maderas del suelo, del aparato y eran en número tan incalculable, que amenazaban dar con el edificio en tierra, y hasta al vecino del lugar. Acudieron al cura, para que...

  Imagen de  vinicius oliveira  en  Pixabay   Lo que más le gustaba a Rairu era pasarse la vida en el bosque.  Estaba largas horas tumbado bajo un árbol, curioseando las flores de su alrededor o escuchando el canto de los pájaros. El padre regañaba constantemente al muchacho, porque no le agradaba esta manera de vivir para su hijo.  Sin embargo, Rairu seguía en sus escapatorias al bosque. Cuando fue ya un hombre, salía casi todas las noches de paseo.  Vagando bajo el cielo estrellado, se sentía completamente feliz.  Noche tras noche, solía sentarse junto a una pequeña catarata, y desde allí contemplaba el cielo y las primeras estrellas que iban apareciendo.  Le gustaba el ruido del agua, que se mezclaba a veces con el canto de los pájaros nocturnos. Una noche, cuando Rairu estaba tumbado bajo un árbol, oyó un maravilloso canto de un pájaro, que le conmovió profundamente.  Nunca había oído tan extraño gorjeo, y trató de buscar al ave...