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LA DECISIÓN DE MARINA
El mes de Septiembre, está
gastado a la mitad. Los niños empiezan un curso nuevo en el colegio, las
temperaturas bajan un poco y en el cielo, de la mano de negros nubarrones,
vienen las lluvias, que empiezan a arrancar de los árboles las primeras hojas
secas.
Todo anuncia que el verano se acaba, dejando sitio al
otoño.
Aunque por la noche, hace un poquito menos de calor,
dejándonos dormir algo mejor, durante el día, sigue el sol dando calor y la
piscina todavía sigue abierta.
Cuando los niños vuelven del colegio, bajan a la
piscina a darse un chapuzón, que la tarde da para mucho y hay que aprovecharla
bien.
Entre los niños que bajan a la piscina, está Marina.
A Marina, le encanta nadar. Se refresca del
calor, se divierte con sus amigos, hace ejercicio, pero sobre todo… se lo pasa
en grande.
Hoy Marina no ha bajado a bañarse en la piscina… el
cielo se ha puesto de color negro, de tan oscuras que estaban las nubes,
tapando al sol, que luchaba por hacer un agujerito y salir por él.
Al final no ha podido ser, las nubes han cogido
prisionero al sol y no le han dejado brillar en el cielo.
Primero han caído las gotas de agua despacito.
Se han parado y al poco rato, han vuelto a caer a la tierra, esta vez sin
parar, hasta que se ha hecho de noche.
Marina miraba desde la ventana de su habitación, como
caía la lluvia, repiqueteando sobre la superficie de la piscina, vacía de niños,
de juegos, de risas, triste, como Marina.
Últimamente, cuando se duchaba, la mamá de Marina, se
había dado cuenta de que su piel estaba cambiando, era diferente, como si le
estuvieran saliendo pequeñas escamas de pez.
Su mamá la llevó al pediatra, pera era tan raro, que
no supo darle una explicación a lo que le estaba sucediendo a Marina.
Podía ser una reacción al agua de la piscina, de tanto rato como estaba metida
dentro de ella, pero no lo tenía muy claro.
Le mandó una pomada para la piel y le dijo que tenía
que volver a la consulta en pocos días, para observar como evolucionaba.
Marina seguía nadando y nadando feliz. Cada día
le costaba más salir del agua y después, en su casa, su mamá la embadurnaba con
la pomada que le había mandado el médico, pero no mejoraba su piel y Marina,
cada día que pasaba, necesitaba pasar más tiempo en el agua.
El otoño ya estaba llamando a la puerta, entonces
Marina tomó una decisión, no saldría más de la piscina.
Al día siguiente, cuando volvió del colegio, bajó de
nuevo a la piscina, jugó con sus amigos en el agua y empezó a sentirse cada vez
más extraña.
Su mamá la llamó para que saliera a merendar, pero no
pudo subir por la escalerilla de la piscina. ¡Sus pies habían
desaparecido! En su lugar, tenía aletas que se resbalaban al subir la escalerilla,
impidiéndole salir del agua.
Las pequeñas escamas, que le habían salido
anteriormente, estaban por toda su piel, recubriéndola con mil colores que
relucían al sol.
Llamó asustada a su madre, que acudió
rápidamente. Al ver lo que sucedía y como Marina, ya no es que no
quisiera salir de la piscina, es que no podía salir, telefoneó muy preocupada
al médico de guardia, que bastante mosqueado (pensaba que le estaban gastando
una broma) acudió a ver que pasaba.
¡El doctor se quedó pasmado! ¡Nunca había visto
nada igual! En cuanto vio a Marina, que parecía un reluciente pececillo
dentro de la piscina y a su mamá llorando, desconsolada y asustada, se dio
cuenta, que de broma nada, aquello era un fenómeno inexplicable y él, no sabía
como solucionarlo.
Fueron a visitar a Marina, dentro de la piscina claro,
médicos de muchos lugares, cercanos y lejanos, pero ninguno le pudo dar
solución.
Marina era feliz dentro del agua y como tenía escamas,
ella no tenía frío. Además, no iba al colegio, los amigos iban todos los
días a verla.
Pero no podía jugar con ellos, cuando se iban a
montar en bicicleta, nunca más pudo ir de paseo con sus papás, ni estar con
ellos en su casa.
Lo que ha Marina le ponía realmente triste, era ver
irse a sus papás, con lágrimas en los ojos, eso sí la hacía entristecer, lo
demás le daba igual y un día, al despedirse de sus papás, cuando se hacía de
noche y subían a casa, se puso a llorar desconsoladamente.
Marina lloraba y lloraba sin parar, tanto, que se
sentía desfallecer de agotada que estaba, hasta que se durmió.
-¡Marina! ¡Arriba de la cama! ¡Venga
perezosa, que vas a llegar tarde al colegio!- oyó a su madre.
-¡Ya voy mamá!.
Al abrir los ojos vio su
cuarto ¡estaba en su cama! ¡En su casa! Se levantó
¡y podía caminar sin
dificultad!
Fue corriendo a asomarse a la ventana de su habitación
y allí estaba la piscina, llena de agua, pero vacía de gente.
¡Todo había sido un sueño! Marina estaba
contenta.
El verano se acababa, el colegio comenzaba
un nuevo curso, el otoño llegaba dejando atrás al verano, pero cuando fue a la
cocina y vio a sus padres desayunando, se sintió feliz.
De este cuento,
como del resto de los cuentos de este Blog, la autora soy yo M.ª Pilar Rubio
estando confirmado por el registro de autores.
Un cuento muy bonito, ideal para leer antes de ir a dormir.
ResponderEliminarSaludos.
Muchas gracias.
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