EL BARCO FANTASMA #LEYENDA #IRLANDA #lecturajuvenil #hadas #reencuentro
Muchas veces, en las noches de tormenta, los pescadores de la bahía de Galway veían al Barco Fantasma bogar entre aquellas islas, grande como una fragata, con las velas desplegadas y resplandeciente como la Luna, pero siempre lejano e impreciso.
Hace años vivía en aquellas islas un pobre pescador, Owen Moor, llamado así por ser el más alto de los hombres del mar, de entonces. Tenía diez hijos y la mayor, Maureen era una bella muchacha, seria y trabajadora, siempre afanosa en la casa o en el huerto, que salía muchas noches con su padre al mar y le ayudaba en la pesca.
Una noche pescaban, como otros varios botes, entre aquellas islas, cuando se levantó de repente una terrible tormenta. El fuerte viento desgarró las velas y Maureen y su padre luchaban a la desesperada para mantener la barca a flote sobre las enfurecidas olas, cuando vieron un magnífico barco, blanco y luminoso, que con todas las velas desplegadas bogaba hacia ellos, como empujado por una suave brisa.
A su alrededor las aguas estaban quietas. Se quedaron paralizados por la sorpresa, y el bote, que abandonaron al furioso oleaje, se hundió con ellos. Cuando Moor volvió a la superficie, el barco había desaparecido. Era un buen nadador, y se sostuvo hasta que lo recogieron en otra lancha. A Maureen no pudieron encontrarla.
Los días siguientes esperaron en vano que el mar devolviera su cuerpo a la playa. Maureen no apareció. Rezaron por ella, cavaron una fosa en el cementerio, la sembraron de trébol y pusieron en ella una cruz con su nombre.
Dos años después, una noche de invierno, en la que el viento y la lluvia eran tan fuertes que nadie se aventuraba a salir, cuando estaban Moor y su familia alrededor del fuego, oyeron unos golpes en la puerta; se abrió sola y apareció en ella una figura que los dejó mudos de asombro.
-Soy Maureen -dijo-. ¿No me conocéis en mis ojos y en mi voz?
Estaba tan cambiada, que no la reconocieron. Su belleza era maravillosa; sus cabellos se habían vuelto del color del oro puro y habían crecido hasta sus rodillas. Su traje parecía hecho de la espuma de las olas y su manato era verde y ligero como las algas.
Pidió un vestido de su hermana y rogó a su madre que con su peine recogiera sus cabellos. Entonces volvió a ser la Maureen de antes, que habló así:
-Aquella noche, cuando me hundía en la lancha con mi padre, una mano me recogió y me subió al Barco-Fantasma. Me cegó una luz deslumbradora y sentí que navegábamos, no podía ver por dónde, hasta llegar a una isla cuajada de palacios y jardines de maravilla, donde viven las hadas. Estoy casada con su rey, y aunque me han hecho parecida a ellas, no han podido despojarme de mi corazón humano y sufro por estar lejos de vosotros. El rey, al ver mi pena, me ha permitido venir a veros.
Pasó dos días con ellos y viviendo como ellos, y la segunda noche, la madre, temerosa, rasgó y quemó los vestidos de hada. A la mañana siguiente Maureen había desaparecido.
Cinco años después, estando un anochecer Moor en la playa, vio venir una pequeña lancha hecha de un rayo de luna. De ella saltó Maureen, y la lancha desapareció. Dijo a su padre que la llevara con él y le rogó que no tocasen sus vestidos de hada, pues por quemarlos la otra vez había tardado más en venir y podían no haberla vuelto a ver. La llevó a la cabaña.
Se cambió de traje; peinaron sus cabellos y volvió a recobrar su condición humana. Al preguntarle su madre si su esposo el rey era bueno con ella, le dijo:
-Es tan bueno como lo es el oro; tan bueno como él puede ser. Me colma de espléndidos regalos y tengo unos niños bellos como flores. Pero las hadas no sienten ni aman como nosotros; no tienen lágrimas ni penas, no son más que belleza y esplendor. Mas yo no puedo liberarme de mi corazón humano y muchas veces anhelo un niño de carne y sangre, como era mi hermanito Johny, cuando yo lo llevaba en mis brazos.
Unos días después volvió la lancha luminosa y se fue en ella.
Pasaron los años, Maureen volvía de ven en cuando. Murió su padre y no tardó en seguirle su madre. Cuando estaba en el lecho de muerte, se presentó Maureen; se arrodilló a sus pies y le pidió que rogase a Dios en el cielo que la librara del poder de las hadas y le concediera el descanso de una muerte cristiana.
Desde entonces no volvió. Sus hermanos se repartieron por el mundo. Johnny, el más pequeño, quedó en la cabaña y fue pescador. Se casó, tuvo hijos, crecieron y se fueron lejos, y sólo la más pequeña, casada con un pescador, quedó viviendo con Johnny en el viejo hogar. Algunas veces los nietos hablaban de su tía el hada, pero casi sin creer en ella.
Una noche de tormenta llamaron a la puerta y se presentó Maureen, tan joven, tan bella y tan llena de esplendor como siempre. Los hijos de Johnny se quedaron mudos de asombro al verla. Ella pidió un vestido viejo, rogó que peinaran sus cabellos con el peine de su madre, y a medida que se los peinaban, se achicaba y encogía, sus ojos se hundían, su cara se llenaba de arrugas y sus cabellos se volvían blancos como la nieve, y se puso tan débil, tan débil, que tuvieron que llevarla en brazos a la cama.
Poco después expiró. Las súplicas de su madre habían sido oídas y su alma se fue. Su cuerpo, descansó junto a sus padres, bajo la cruz con su nombre, y el trébol que creció de nuevo sobre su tumba.
Nadie ha vuelto a ver a las hadas ni a saber de ellas; pero todavía entre aquellas islas, algunas noches, se ve bogar a los lejos el Barco Fantasma, grande y majestuoso, luminoso y blanco como la Luna
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