LA TRAICIÓN DE CHANG-E #LEYENDA #CHINA #lecturajuvenil #desobediencia #castigo #justicia
Una gigantesca morera llamada Fusang, crecía en el mar más allá del océano del este, y en ella habitaban diez soles. Éstos, hijos de Dijun, dios del oriente, y Xihe, diosa del sol, aparecían en el cielo por turnos. Cada mañana uno de ellos cruzaba el firmamento en un carro conducido por su madre, y así calentaba y alumbraba el mundo y las cosas vivas.
Pero un día los diez soles se rebelaron contra aquella rutina y entraron en el cielo a la vez. Lo pasaron en grande jugando allá arriba, mientras abajo provocaban enormes desastres. Primero, la tierra se secó, todas las cosechas se agostaron y hasta las mismas rocas empezaron a fundirse. Luego escaseó la comida y apenas quedaba algo para beber. Por añadidura, de los bosques salieron terribles monstruos y fieras salvajes en busca de presas. Dijun y Xihe se compadecieron del sufrimiento de la humanidad y rogaron a sus hijos que se portaran bien, pero fue en vano.
Enfurecido, Dijun mandó llamar al gran arquero Yi, y le entregó un carcaj con flechas blancas y un arco rojo.
“Confío en ti para restablecer el orden sobre la tierra –le dijo-. Somete a mis hijos y da muerte a las bestias que atemorizan a los humanos.”
Yi aceptó el reto y partió acompañado de su esposa, Chang E. Tenía claro que con amenazas y persuasión no llegaría a ninguna parte, por lo que montó una flecha en el arco y la disparó al cielo. Explotó una bola de fuego y el aire se llenó de llamas doradas. Momentos después se escuchó un ruido sordo, como si algo cayera al suelo. Las gentes corrieron hacia allí y descubrieron que uno de sus torturadores se había convertido en cuervo de tres patas.
Yi siguió lanzando una flecha tras otra, y cada una daba en el centro del blanco, provocando la caída al suelo del alma de un sol en forma de cuervo de tres patas. La atmósfera se enfrió pronto y, si no llega a ser por la previsión del sabio rey Yao, todo se habría extinguido, comprendiendo que debía quedar un sol para ofrecer luz y calor a la tierra, Yao calculó el número de flechas que aún tenía Yi en su carcaj, y se aseguró de que se le acabaran antes de derribar el último sol.
Cumplida su tarea, Yi se dedicó entonces a los monstruos que aún amenazaban la tierra. Con gran habilidad y valentía dio muerte a las temibles bestias una tras otra, hasta que al fin volvió a reinar la paz.
Todos aclamaron a Yi, como un gran héroe, agradecidos de que les hubiera salvado de un destino terrible. Con los vitoreéis aplausos aún resonando en sus oídos. Yi regresó al cielo con su esposa Chan E para dar cuenta del éxito de su misión. Pero se encontró con que el dios Dijun, en lugar de recibirlo con los brazos abiertos, lo desterró diciéndole:
“Reconozco que no has hecho más que obedecer mi orden, pero no puedo honrar a quien ha matado a mis hijos. Tú y Chang E deberéis dejar el cielo y volver a la tierra con aquellos a los que tan bien has servido.
Aquella decisión injusta enfureció a Chang E y, sobre todo, el verse castigada por las acciones de su marido. De mala gana hicieron ambos el equipaje y se mudaron a la tierra.
Yi pasaba el tiempo cazando, pero Chang E no se divertía en absoluto en el nuevo hogar y rumiaba continuamente sobre su desdichada situación.
“Ahora nos han enviado a vivir en el mundo de los hombres y un día, moriremos como ellos, y tendremos que descender al infierno. Nuestra única esperanza es ir a ver a la reina madre de Occidente, que habita en lo alto del monte Kunlun, y obtener de ella el elixir de la inmortalidad.”
Ante la insistencia de Chang E, Yi se puso de camino enseguida y después de muchas fatigas, se presentó ante la reina madre. Ésta, conmovida por la triste historia de Yi, accedió a ayudarles a él y a su esposa.
“En este cofre hay suficiente elixir para dar la vida eterna a dos personas, aunque mucho me temo que tendréis que quedaros en el mundo de los humanos. Para conseguir la inmortalidad completa necesitaríais beber como mínimo el doble. Guarda bien el cofre, porque todo lo que tengo está aquí.”
Yi volvió a casa con el preciado cofre y encargó a su esposa que lo guardara a la espera de llegar un día particularmente propicio para tomar el elixir. Pero Chang E pensó:
“¿Por qué no me bebo yo todo el elixir y recupero así mi anterior condición de diosa? A fin de cuentas, bastante he sido castigada ya injustamente.”
Nada más beberlo, Chang E, notó que sus pies se elevaban del suelo. Empezó a subir y subir, salió por la ventana al aire de la noche, y ya fuera siguió remontándose.
“Pensándolo bien –se dijo entonces- tal vez no sea tan buena idea volver directamente al cielo, quizá los dioses me reprocharán que no haya compartido el elixir con mi esposo.”
Resolvió, pues, encaminarse primero a la luna, que brillaba tentadoramente, por encima suyo en el cielo tachonado de estrellas.
Pero cuando llegó hasta ella, Chang E se encontró con un lugar desolado, vacío a excepción de una única liebre que había debajo de una casa. Iba a marcharse, pero descubrió que sus poderes la habían abandonado y se vio condenada a velar en soledad hasta el final de los tiempos.
Yi se enfadó enormemente y aún se entristeció más al enterarse de la traición de su esposa. Tomó entonces un alumno, Peng Meng, tal vez con la esperanza de que sus destrezas no murieran con él. Meng estudió de firme y finalmente llegó a ser tan bueno con el arco que sólo Yi era capaz de superarlo. Pero el muchacho se volvió celoso de la superioridad de su maestro y un día, aprovechó una oportunidad para matarlo.
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