PROMETEO ROBA EL FUEGO SAGRADO Y LA CAJA DE PANDORA #lecturajuvenil #dioses #titanes #LEYENDA #GRECIA
Hubo un tiempo en el que los dioses no existían, sólo el cielo y la Tierra existían; ellos fueron nuestros primeros padres y de ellos nacieron los gigantescos titanes. Durante siglos y siglos los titanes reinaron sobre el Universo. Pero llegó un momento en que los dioses, que eran sus hijos, se rebelaron contra ellos y los destronaron. Desde entonces Zeus se convirtió en el jefe supremo del Universo, y su mujer Hera, en la reina del cielo.
Por entonces no había aparecido hombre alguno sobre la Tierra, y como ningún animal parecía lo suficiente digno como para reinar sobre los otros, los dioses decidieron crear otra criatura. Se encargó esta misión a uno de los titanes, Prometeo (El premeditado).
El titán bajó del cielo, tomó arcilla, la mezcló con el agua, amasó este barro y lo moldeó a semejanza de los dioses. Creó al hombre derecho sobre sus piernas, porque quiso que mirase al cielo y no a la tierra como los animales. Y después de esto comenzó a pensar:
"¿Qué dones podré conceder a esta criatura mía para que sea superior a todos los demás seres creados?"
Afortunadamente, su hermano Epimeteo (el desprevenido) había ya repartido los mejores dones entre los animales; la fuerza, la audacia, la astucia, la velocidad. Había distribuido a unos las alas, las garras a otros, las escamas, los cuernos y otros medios de defensas...
Pero el inteligente Prometeo pensó en el fuego. ¡Qué maravilloso don sería!
"Con la ayuda del fuego -se dijo- el hombre podrá fabricarse las armas, vencer a las fieras, forjar sus utensilios, trabajar la tierra y convertirse en maestro de todas las artes. ¿Qué le importará no tener pelaje, ni plumas, ni escamas, ni caparazones? El fuego calentará su hogar y no temerá a la lluvia, ni a la nieve, ni al salvaje viento del Norte".
Prometeo regresó al cielo, acercó su antorcha al carro solar y bajó de nuevo a la Tierra para entregar el fuego a los hombres, y se marchó luego loco de contento.
Pero Zeus, sentado en lo alto del Olimpo y rodeado por los demás dioses, saboreando el néctar y la ambrosía, arrugó el ceño. Se sentía celoso del poder del hombre.
Esta criatura que puede mirar el cielo es muy superior realmente a todos los animales -se dijo- . Es casi igual a los dioses. Pero yo pondré un freno a su poder mal adquirido".
Y creó Zeus a la mujer. La hizo bella como una diosa. Todos los inmortales la colmaron de dones para hacerla aún más seductora. Fue llamada Pandora (don de todo) y, cuando estuvo acabada, Zeus presentó a los titanes tan maravillosa criatura.
Prometeo puso en guardia a sus hermanos:
"Cuidado. Desconfío de los regalos del astuto Zeus. Me odia porque he robado el fuego sagrado para darlo a los hombres"
Pero Epimeteo, que se sintió encantado con Pandora, la introdujo en su corazón y en su casa.
Poseía Epimeteo un arca en la cual estaban encerrados los dones que no había repartido entre los animales en el momento de la creación, y entonces le dijo a Pandora, al llevarla a su casa, que no debía tocar el arca,
"No debes abrirla bajo ningún pretexto"
le dijo. Pero los dioses habían dado a Pandora, más que cualquier otra cosa, la curiosidad. Y así, apenas se encontró sola, se precipitó hacia el arca:
"No creo que sea un gran pecado -pensó- echar un vistazo para ver lo que hay"
Y abrió la caja; del ánfora abierta salió una hueste de demonios y plagas, de toda clase de males y vicios; la envidia, la perversidad, la venganza, se dispersaron en todas direcciones. Pandora quiso poner de nuevo la tapa pero era ya demasiado tarde. El ánfora estaba casi vacía: solo quedaba la esperanza que, por fortuna, nunca abandona a la Humanidad.
¡Ya no había peligro alguno de que los hombres se convirtiesen en rivales de los dioses! Tenían en sí mismos, enemigos muchísimo más peligrosos que las fieras. Pero Zeus no estaba satisfecho todavía, y no renunciaba a castigar a Prometeo.
"El ladrón que ha robado el fuego sagrado por amor a los hombres, será castigado como merece -sentenció Zeus-. Será encadenado a la roca más alta del Caúcaso, donde jamás podrá llegar el hombre. Allí vivirá preso y gimiendo, calcinado por los rayos del sol, y yo mandaré un buitre a devorar sus entrañas, que volverán a crecer tras ser devoradas".
Prometeo no emitió un sólo gemido, no imploró piedad, no se arrepintió de lo que había hecho ni se hincó de rodillas ante el tirano, y a pesar de las cadenas, el sol, el buitre, jamás reveló a nadie su dolor.
Comentarios
Publicar un comentario