LA LÁMPARA MÁGICA #leyenda #india #Niños #LecturaJuvenil #bharat
Erase una vez una pobre viuda que tenía un hijo muy bello y distinguido. Cierto día llegó a su casa un mercader que venia de un país lejano, asegurando ser el hermano mayor de su difunto marido.
La mujer le acogió muy bien y le hospedó en su casa durante una temporada. Un buen día dijo a la madre:
-Prepara alimento porque el muchacho y yo nos vamos a buscar las flores de oro.
La viuda lo hizo y partieron muy de mañana.
Después de haber caminado muchas millas el joven agotado propuso a su tío descansar un rato. Éste se negó y le obligó a seguir andando. De nuevo el chico le pidió descansar pero el tío le contestó golpeándolo. Prosiguieron el camino.
Cuando hubieron llegado a un montecillo el tío ordenó al muchacho que hiciese un buen montón de leña. Después de prepararlo le obligó a que soplara con todas sus fuerzas para encenderla. Aunque no tenían fuego el sobrino obedeció y naturalmente no consiguió encender una sola rama. Cansado preguntó a su tío:
-¿Qué sentido tiene que intente encender la leña sin fuego?
-Sopla o te daré una paliza -fue su malvada contestación.
El muchacho siguió soplando y al fin la leña se encendió. Luego apareció una abertura en la tierra cubierta por una plancha de hierro. En seguida el joven fue obligado a levantarla. A pesar de todos sus esfuerzos, no consiguió nada. Se daba ya por vencido cuando recibió un golpe de su malvado tío que le obligó a seguir en su intento.
Después de mucho forcejeo, logró levantar la pesada plancha y apareció ante sus ojos una maravillosa cueva subterránea iluminada por una lámpara y llena de flores de oro. El hombre obligó al chaval a que bajara a la cueva y se dirigiera primero sin tocar ninguna flor por la lámpara. Después de entregársela podría coger flores de oro hasta llenar un gran plato. Cuando estuviera bien cargado de ellas, debería subir. El chico cumplió todo como se lo había mandado pero al salir, como tenía las manos ocupadas, no pudo hacerlo. El malvado tío, furioso, le gritaba desde arriba.
-¡Sube como puedas!
El muchacho rogó a su tío que cogiera las flores de oro, para dejarle libres las manos y poder subir. Al trepar como iba cargado tenía mucha dificultad para subir. El tío, furioso porque subía despacio le amenazó con dejarlo encerrado en la cueva si no se daba prisa.
-¿Cómo voy a trepar -repuso- si tengo las manos llenas de flores de oro?
Entonces el mercader cerró de un golpe la entrada de la cueva y se fue dejando al chiquillo encerrado.
Varios días pasó desesperado, llorando, sin probar alimento. Un día que estaba con la lámpara entre sus manos, meditando sobre su desgraciada suerte, al sentir el contacto de ésta con un anillo que acostumbraba a llevar siempre en su mano derecha se le apareció un hada preguntándole que deseaba.
-Quisiera salir de aquí -dijo el muchacho.
El hada levantó la plancha de la entrada y pronto pudo encontrarse fuera.
Se dirigió a casa de su madre, llevando la lámpara con el. En cuanto llegó le pidió de comer pues hacia ya varios días que no probaba bocado. La pobre madre no tenía nada que darle pero el muchacho se acordó de su lámpara y al frotar su anillo contra ella, de nuevo apareció el hada preguntándole que deseaba.
Pronto la madre y el hijo se hartaron de comer pues les llevó toda clase de alimentos en gran cantidad.
Desde entonces el chico era feliz. Bastaba frotar la lámpara con su anillo para poseer todo lo que quería. El hada aparecía enseguida y le complacía en todo lo que le apeteciera.
Un día vio a la princesa cuando se dirigía a los baños. Como era muy bella, el joven se enamoró de ella y suplicó a su madre que visitara al rajá y le pidiera la mano de su bellísima hija. El rajá respondió que consentiría si su futuro yerno le llevaba más dinero del que él mismo poseía. Cuando el muchacho supo las condiciones, le pidió al hada de la lámpara que le diera el dinero que precisaba. Pronto lo tuvo y lo envió al rajá para que cumpliera su promesa. Éste tratando de esquivarla contestó que necesitaba un magnífico palacio en el que se pudiera albergar a su hija según su rango y categoría exigían.
El joven frotó su anillo contra la lámpara y el hada en una noche le construyó un magnífico palacio.
El rajá no pudo negarle la mano de su hila. La princesa se enamoró de él en cuanto le vio y se celebró la boda con gran alegría.
Algún tiempo después de la unión el rajá y el joven se fueron de caza. Mientras tanto el malvado tío del muchacho llamó a la puerta del palacio pidiendo se le concediera ver a la princesa. El llevaba una lámpara nueva que ofreció a la princesa a cambio de alguna otra vieja lámpara de su marido. Ella se la entregó al extranjero a cambio de la nueva que él traía. En cuanto éste la tuvo en sus manos frotó contra ella su anillo y le pidió al hada.
-Transporta a este palacio y sus moradores a mi país.
Cuando el rajá y el joven volvieron de caza quedaron pasmados al darse cuenta de que el palacio y la princesa habían desaparecido. El rajá apesadumbrado y colérico dio trece días al joven para devolverle a su hija. Si al cabo de este tiempo no lo hacía moriría ahorcado. El último día del plazo llegó y estando tumbado sobre unas rocas pensando en su desgraciada suerte, por casualidad rozó su anillo contra la roca. Se le apareció un hada diciéndole:
-¿Qué deseas de mí?
-He perdido a mi esposa y mi palacio -contestó el joven-. Si supieras dónde están, me podrías llevar allí.
Inmediatamente el hada le llevó a la puerta de su palacio, situado en el país de su ingrato tío. Tomando la forma de perro, el muchacho entró en él. La princesa le reconoció en seguida, le abrazó y le dijo que su tío no estaba en casa.
-Lleva la lámpara siempre colgada al cuello y no la deja un momento -dijo la princesa.
Después de pensar detenidamente que harían ella se comprometió a envenenarlo. Cuando llegó por la noche su tío y pidió la cena, la princesa le puso veneno en el arroz. Él lo comió rápidamente y pronto murió. Entonces el joven le quitó la lámpara y la frotó con su anillo.
-Transporta al palacio, a mi esposa y a mi al país del rajá -le pidió al hada.
Inmediatamente el palacio y sus moradores volvieron al lugar primitivo. El rajá se llenó de alegría al ver a su hija. Dividió el reino con su yerno t gobernó pacifica y felizmente durante muchos años.
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