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En un país lejano vivía Bujtán Bujtánovich, un hombre que se había construido una estufa sobre pilotes en pleno campo.

Estaba tumbado en el rellano de la estufa, metido hasta el codo en leche de cucarachas, cuando llegó una zorra y le dijo:
-Oye, Bujtán Bujtánovich, ¿quieres que te case con la hija del zar?
-¿Pero qué estás diciendo?
-¿Tienes algún dinero?
-Sí, claro, pero es solamente una moneda de cinco kopeks.
-Bueno pues dámela.

La zorra hizo que le cambiaran la moneda de cinco kopeks, medios kopek y cuarto de kopek (moneda rusa), y luego se presentó al zar.
-Amable majestad -le dijo-, ¿querríais prestarme un chetverik (medida rusa) para medir el dinero de Bujtán Bujtánovich?
-Llévatelo.

La zorra fue a su casa, deslizó unas monedas en el hueco que formaba en uno de los aros, y devolvió la medida al zar diciendo:
-Amable majestad, con esta medida no basta ¿Podríais prestarme una que tenga el doble de capacidad para medir las monedas de Bujtán Bujtánovich?
-¡Llévatela!

La zorra cogió la medida, fue a su casa, metió unas monedas en el hueco que formaba uno de los aros y se la devolvió al zar.
-Amable majestad, esta tampoco basta.  ¿Podríais prestarme otra que sea el doble que esta?
-¡Llévatela!

La zorra cogió la medida, fue a su casa, metió el resto de las monedas en el huevo que formaba uno de los aros y se la devolvió al zar.
¿Te ha bastado esta, zorrita? -se interesó el zar.
-Sí, perfectamente.  Pero ahora, amable majestad, he venido a hablaros de un asunto de sumo interés, he venido a sugeriros que caséis a vuestra hija con Butján Bujtánovich.
-Bueno, pero habría que ver al novio primero, ¿no?

La zorra se marchó corriendo.
-¡Butján Bujtánovich!  ¿Tienes algún traje decente?  Pues póntelo y ven conmigo.

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Bujtán Bujtánovic se puso el traje y fue a ver al zar guiado por la zorra.  El camino pasaba por un puentecillo, tan sucio que daba asco verlo.  La zorra empujó a Bujtán Bujtánovich, que fue a caer en el lodo todo lo largo que era.  La zorra se inclinó sobre él, muy solícita, haciendo aspavientos, y con el pretexto de ayudarle a levantarse, le embadurnó todavía más.
-Espera un momento, Bujtán Bujtánovich.  Le explicaré al zar lo que ha ocurrido.

De una carrera, llegó al palacio y compareció ante el zar con estas palabras.
-Amable majestad.  Veníamos Bujtán Butjánovich y yo por el puente, cuando nos hemos caído en un momento de distracción.  Bujtán Bujtánovich se ha puesto perdido de barro y no puede andar así por las calles.  ¿No tendrías algún traje de diario que prestarle?
-Si claro.  Toma.

La zorra salió disparada con el traje.  Llegó donde había dejado a Bujtán Bujtánovich y le dijo:
-Oye -preguntó el zar a la zorra-  ¿qué le sucede a Bujtán Bujtánovich que no para de mirarse la ropa?
-Pues le ocurre, amable majestad, que se siente avergonzado.  Nunca en su vida se había puesto un traje tan pobre.  ¿No podríais ofrecerle, amable majestad, el que soléis poneros por Pascuas?

Luego, volviéndose disimuladamente hacia Bujtán Bujtánovich, susurró:
-¡Deja de mirarte el traje!

Tapizado, Silla, Sillón, Fantasía

Como no sabía a dónde mirar, fijó sus ojos en una silla dorada.
-Oye -preguntó otra vez el zar a la zorra- ¿por qué se fija ahora en la silla?
-Pues porque en su casa, amable majestad, esas sillas suele tenerlas en los baños.

El zar agarró la silla y la arrojó al pasillo.
-No mires a un sitio fijamente -le susurró la zorra a Bujtán Bujtánovich-.  Mira mejor acá, allá...

Pero la conversación saltó en aquel momento a un tema muy interesante: los esponsales.

La boda se celebró en poco tiempo.  A Bujtán Bujtánovich le cargaron tres barcos de todo lo habido y por haber, y con esa flota partió hacia su casa.  El iba por mar, con su esposa, y la zorra corriendo por la costa.  Bujtán Bujtánovich vio su estufa en medio del campo y gritó:
-¡Zorrita, zorrita!  ¡Mira mi estufa...!
-¡Calla hombre!  No te pongas en evidencia.

El Rey De Los Cuervos, Cuervo, Castillo

Siguieron el viaje.  Mientras iba Bujtán Bujtánovich navegando, la zorrita se adelantó por la orilla y vio, en una pequeña elevación, un inmenso palacio de piedra rodeado de un reino inabarcable.  Entró en una casa y no encontró a nadie.  Fue al palacio, y en una sala encontró a Culebrón Culebrero estirado cuan largo era en un estrado, a Cuervo Corvero subido en un saliente de la estufa, y a Quiriquí Quiquiriquero sentado en el trono.
-¿Cómo estáis aquí tan tranquilos? -les gritó la zorra al entrar-  Ahí llegan el zar con el fuego y la zarina con el rayo.  Incendiarán todo esto y moriréis abrasados.
-¡Ay!  ¿Dónde nos podríamos esconder, zorrita?
-Tú, Quiquiriquí Quiquiriquero en un barril. Tú cuervo Corvero, aquí en el almirez.

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Y los encerró, incluso a Culebro Culebrón, lo lio en un montón de paja y lo sacó fuera.

Llegaron los barcos, y la zorra ordenó que todos aquellos animales fueran arrojados al agua.  Los cosacos cumplieron inmediatamente su orden.  Butján Butjánovich metió en aquel palacio todo lo que había traído en los tres barcos y allí vivió largos años en la opulencia, reinando y gobernando hasta que allí falleció.


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