MONTÓN DE TRIGO Y EL MONTÓN DE PAJA #lecturajuvenil #castigo #leyenda #españa #niños
Aquella tierra era una de las más ricas y jugosas de la comarca. En el otoño, el arado levantaba los surcos oscuros, llenos de calor y vida, que parecían desprender una aureola de confianza y promesa. En la primavera, una inmensa caricia de verdor llenaba de alegría los campos, pero lo mejor venía en el tiempo de la cosecha, cuando las doradas espigas parecían gritar para que fueran a cosecharlas.
Venían los segadores y con sus hoces segaban las espigas y formaban enormes gavillas, y después los carros, arrastrados por lentos bueyes, los llevaban a las eras, en donde tenía lugar la trilla alegre y bulliciosa. Por este tiempo, una tarde se encontraba el dueño de esas tierras, un rico y poderoso labrador de las cercanías de Segovia, aventando él mismo el trigo.
Por el camino llegaron dos pobres, vestidos con harapos, Sus caras estaban demacradas por el hambre, y los labios resecos por la sed. Habían caminado bajo un sol abrasador y apenas podían sostenerse. Se detuvieron cerca de la era, y juzgando por la cantidad y aspecto del trigo amontonado que debía de haber gente acomodada que les pudiera socorrer, allí se fueron. Preguntaron a los sirvientes por el dueño, se acercaron hasta el rico labrador, que tomaba en su mano el trigo y se entretenía en dejarlo caer, como acariciándolo.
Llegaron los mendigos diciendo:
-Hemos andado día y noche sin encontrar más que tierra árida donde nada crecía. Estamos hambrientos, pues ni aun raíces hemos podido comer. Danos algo, y os lo pagaremos con nuestro trabajo.
-No tengo nada para daros. Marchaos de aquí. -contestó el rico labrador.
-¿Nada, y tenéis delante ese montón de trigo? -respondieron los mendigos.
-No es trigo, sino tierra. -se burló de los mendigos.
-¡Ojala que tierra se vuelva! -le respondieron.
Iba a golpearles, el labrador indignado, cuando vio espantado, que el montón de trigo cambiaba de color lentamente; el dorado brillante iba apagando su resplandor, el amarillo se iba haciendo pardo. Lo mismo sucedía con el de paja.
Así, los dos montones, creciendo enormemente en su volumen, se hicieron tierra, quedando convertidos en unos cerros tan áridos, que nada crece en ellos ni aun las hierbas silvestres. Los demás montones de trigo y paja se convirtieron también en tierra y piedras.
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