Cuentos infantiles y juveniles "ENTRA Y LEEME"

Imagen de  manseok Kim  en  Pixabay Pueden jugar tantos niños como se necesiten para que, cogidos de las manos y brazos extendidos, ocupen la anchura de la calle, que recorrerán cantando esta canción: A tapar la calle, que no pase nadie. Que pase mi abuelo comiendo buñuelos. Que pase mi abuela comiendo ciruelas. Que pase mi tía comiendo sandía. Que pase mi primo comiendo pepino. Que pase mi hermana comiendo manzana. Albarracín (Teruel)

Imagen de  simisi1  en  Pixabay   Lejos del mar y de los bosques, en una gran llanura, se levantaba una hermosa ciudad gobernada por el Zar y la Zarina.  Habían tenido una hija, Nestsyyenaya, que les llenó de alegría.  Un año después les nació otra, tan bella y encantadora como la mayor, a la que llamaron Beztsyenaya. Grandes fiestas se celebraron con motivo de sus nacimientos.  Cerveza, hidromiel y vino corrieron por las fuentes durante tres días.  Todo el pueblo amaba a los Zares y a las pequeñas princesas. El Zar rodeó a sus hijas de los más exquisitos cuidados.  Les servían con cucharadas de oro, dormían sobre colchones de plumas y se vestían con costosas pieles.  Tres ayas las vigilaban continuamente y setenta y siete criadas y otros tantos guerreros estaban también a su servicio. En medio de estos cuidados, las niñas fueron creciendo, hasta convertirse en dos bellísimas doncellas. Un día que el Zar paseaba por el jardín de Palacio oyó grandes voces y lamentos.  Al intenta

  Imagen de  Rafael Zajczewski  en  Pixabay Tenía cierto hombre una gallina que cada día le ponía un huevo de oro, y creyendo encontrar en las entrañas de la gallina una gran masa de oro, la mató Pero al abrirla vio que por dentro era igual a las demás gallinas, de modo que, impaciente por conseguir de una vez gran cantidad de riqueza, se privó él mismo del beneficio abundante que la gallina le daba. No es conveniente ser excesivamente avariciosos.

Imagen de  Brigitte makes custom works from your photos, thanks a lot  en  Pixabay   Sucede muchas veces, viajando por Galicia, encontrarse en medio del monte raso una aldea abandonada.  Muchas veces se conservan enteras, si bien les faltan las maderas de puertas y ventanas, otras han perdido ya el tejado o muestran todavía al aire las vigas sin tejas; otras se van desmoronando poco a poco. Las gentes han ido aprovechando primero las maderas, después las tejas, y por último, las piedras.  Y no se trata de construcciones muy antiguas sino a veces relativamente recientes. Si preguntamos a los habitantes de los lugares vecinos por qué aquella aldea se halla en tal estado, no es difícil que nos respondan que fue abandonada a causa de una invasión de ratones que obligó a los vecinos a mudarse a otro lugar. Los ratones se habían aposentado en los molinos, se comían la harina, el grano, los sacos, las maderas del suelo, del aparato y eran en número tan incalculable, que amenazaban dar con el

  Imagen de  vinicius oliveira  en  Pixabay   Lo que más le gustaba a Rairu era pasarse la vida en el bosque.  Estaba largas horas tumbado bajo un árbol, curioseando las flores de su alrededor o escuchando el canto de los pájaros. El padre regañaba constantemente al muchacho, porque no le agradaba esta manera de vivir para su hijo.  Sin embargo, Rairu seguía en sus escapatorias al bosque. Cuando fue ya un hombre, salía casi todas las noches de paseo.  Vagando bajo el cielo estrellado, se sentía completamente feliz.  Noche tras noche, solía sentarse junto a una pequeña catarata, y desde allí contemplaba el cielo y las primeras estrellas que iban apareciendo.  Le gustaba el ruido del agua, que se mezclaba a veces con el canto de los pájaros nocturnos. Una noche, cuando Rairu estaba tumbado bajo un árbol, oyó un maravilloso canto de un pájaro, que le conmovió profundamente.  Nunca había oído tan extraño gorjeo, y trató de buscar al ave, pero no la pudo encontrar, aunque seguía cantando mu

  Imagen de  Clker-Free-Vector-Images  en  Pixabay   A un perro de mala idea que mordía a cuantos pasaban cerca de él, le pusieron un cencerro con el fin de que oyendo el ruido todos le huyesen. El perro, creyendo que le habían puesto el cencerro para adorno, se presentaba muy ufano y no hacía caso de los demás perros; pero un perro viejo y experimentado, viéndole tan altivo y soberbio, le reprendió con estas palabras: -¿Cómo eres tan necio e ignorante que crees que tu amo te ha hecho honor al ponerte el cencerro?  Entérate que ese cencerro es tu mayor vergüenza y un testimonio de tu maldad, para que todos se guarden de ti. Oyendo este desengaño, se fue el perro lleno de confusión y se escondió en un lugar oculto de donde jamás salió. Muchos se vanaglorian de lo que debían avergonzarse.

  Imagen de  aalmeidah  en  Pixabay Andando de caza un lobo hambriento se acercó con cautela a una casa de campo, con la esperanza de pillar allí alguna cosa para comer. Al llegar el lobo, oyó que una madre decía a su hijo que lloraba: -Si no callas te echaré al lobo. Creyendo el lobo estas palabras, pasó toda la noche esperando que la madre le diese a su hijo, según lo había prometido.   El hijo, después que lloró mucho se quedó dormido, y al ver el lobo que no le cumplían la promesa, trató de volverse a su guarida, pero viéndolo el perro de la casa le acometió, y acudiendo gente a los ladridos lo mataron. No se deben creer las palabras de las madres contra los hijos cuando están enfadadas, pues el amor maternal es siempre mayor a la ira.

  Imagen de  Igor Lukin  en  Pixabay   En la bendita tierra de Rusia vivía una vez un matrimonio que tenía tres hijos.  Los dos mayores, como eran muy listos, se veían mimados y atendidos por sus padres, mientras que al menor, como era tonto, le maltrataban a menudo y no cesaban de quejarse de su estupidez. Un buen día llegó al pueblo una proclama del Zar, en la que se decía: "El que construya un barco que vuele recibirá por esposa a mi hija la Zarina." En cuanto supieron esto los dos mayores, decidieron abandonar a sus padres para correr mundo en busca del barco volador. Poco después, el más pequeño decidió hacer lo mismo, si bien hubo de vencer la oposición de sus padres, que aseguraban que un tonto no podría triunfar en ninguna empresa.  Pero el muchacho, animoso, preparó un modesto equipaje y fue en busca del barco volador. Había andado ya un buen trecho, cuando encontró un viejo, que le sonrió muy amable, preguntándole adónde iba. -¿No se ha enterado usted -dijo el to

Imagen de  Pfeilgiftfeder  en  Pixabay    El invierno era largo y muy crudo.  Los lagos estaban helados y la tierra cubierta de nieve. Esto sucedía porque un fuerte pueblo del lejano Norte tenía a las estaciones encerradas en sacos de piel de ciervo, y como le gustaba más que ninguna el invierno, lo soltaba y a veces lo dejaba hasta doce meses. Las gentes perecían de hambre.  Hasta los más afanosos almacenadores de víveres no podían guardar bastantes en el corto verano. Pielparda, el coyote, que estaba hambriento, pedía por todas las puertas sin encontrar quien pudiera darle nada.  Al fin, la vieja Ardilla le dio de sus frutos de rosal silvestre, pero tenía tan poco, que Pielparda se los comió todos.  La vieja Ardilla empezó a lamentarse y a gemir diciendo: -Me moriré de hambre, pues la primavera no vendrá. -Hay que hacer algo para traerla -dijo Pielparda-; sigue gritando hasta que vengan todos. Cuando todos estuvieron reunidos, suspirando y gimiendo por la primavera, Pielparda pidió a

Imagen de  Luc Mahler  en  Pixabay   Un leñador cortaba madera en la ribera de un río que estaba consagrado a Mercurio y se le cayó el hacha al agua, por eso, sumamente afligido el leñador se puso a llorar en la orilla. Movido el dios por la compasión se le apareció y le preguntó la causa de su pesar.  Después de informado de todo, le presentó al leñador un hacha de oro, diciéndole si era aquella el hacha que había perdido, pero él respondió que no. Después le enseñó Mercurio un hacha de plata y le dijo que si era aquella la que había perdido, pero el leñador respondió que no era tampoco.  Entonces le enseñó una de hierro, que vista por el leñador dijo que era la suya. El dios, conociendo en esto su bondad y virtud, le dio en premio las tres hachas.  El leñador lleno de gozo contó el suceso a sus compañeros, uno de los cuales quiso probar fortuna, y yendo al río dejó caer en él su hacha y se puso a llorar.  Se le apareció Mercurio y le preguntó por qué lloraba, luego que le manifestó l

  Imagen de  Pexels  en  Pixabay   Hace mucho tiempo dos niños huérfanos vivían en una cabaña.  Un día el niño, que estaba hambriento, pidió a su hermana algunos cabellos, con los que hizo una trampa para el Sol.  A la mañana siguiente el Sol no salió. -Tú has hecho algo malo -dijo la niña. -No he hecho más que poner una trampa en las matas ayer -contestó el niño-  Iré a verla Cuando llegó, el Sol estaba dentro de la trampa.  Quiso quitarlo; pero estaba demasiado ardiente.  Entonces puso insectos en los cabellos para que los royeran; pero no pudieron romperlos.  Puso un ratón, y tampoco pudo.  Al fin puso un topo, y el topo rompió la trampa.  El Sol ascendió al firmamento. Desde entonces el topo está ciego, porque el Sol quemó sus ojos.