EL TRIUNFO DE VIRACOCHA #leyenda #inca #lecturajuvenil
Reinaba en las regiones de Cuzco el rey Yahuar-Huacaj, cuya conducta dejaba mucho que desear con respecto a su pueblo. Sus súbditos, cansados de la opresión, se lamentaban más y más cada día de su rey, y llegaron incluso a preparar contra él una sublevación.
Yahuar-Huacaj tenía un único hijo que constantemente hacía ver a su padre la necesidad de cambiar de conducta; pero el Rey, no sólo no hacía caso de los prudentes consejos del príncipe, sino que, cansado un día de sus recriminaciones, le expulsó de palacio, obligándole a abandonar la corte.
Tristemente, el príncipe se alejó de su patria, contento, no obstante, por haber sido sincero, y durante mucho tiempo vagó sin rumbo fijo por montes y ciudades. Un día, agotado por la fatiga de la pasada marcha, se recostó, medio desfallecido, a la sombra de un árbol. Acababa de cerrar los ojos, cuando se le apareció en sueños la extraña figura de un hombre de estatura descomunal, que vestía una larga túnica. Todo en él era grande, los ojos, de un tamaño desconocido, la cabellera, abundante, le caía por la espalda, y la barba, igualmente larga y espesa. Al cuello llevaba un animal que el príncipe no supo reconocer, tenía piel oscura y un hocico puntiagudo.
No bien le hubo hecho esta advertencia, desapareció. El príncipe, cuando despertó, sobresaltado, por las palabras de la aparición, se dispuso a emprender el camino hacia la corte. Después de algunos días de camino, llegó a presencia de su padre, y refirió ante todos los ancianos consejeros del reino cuanto había oído de labios de aquella providencial aparición.
Yahuar-Huacaj, atemorizado ante tales noticias, ordenó al príncipe que organizase rápidamente la defensa como quisiera, demostrándole así que confiaba plenamente en él y estaba pesaroso de su antigua conducta. Pero con el correr del tiempo, el Rey volvió a alimentar en su ánimo la antigua prevención contra su hijo, y un día, decidido a prescindir definitivamente de su colaboración, de la cual desconfiaba, mandó que fuera maniatado y conducido a lo más profundo del bosque, abandonándole allí a su propia suerte.
A pesar de que el Rey se arrepintió, poco después, de su injusto proceder para con su hijo, la predicción de la aparición se cumplió al poco tiempo, y lloró lágrimas de sangre, que es lo que quiere decir su nombre Yahuar.Hyacaj. Sublevados los chancas, no tardaron mucho en invadir Cuzco, y el Rey, seguido del pueblo, tuvo que huir de allí para refugiarse en la angostura de Muyna.
Los cadáveres de los partidarios del príncipe eran muchos, y sin embargo, el ejército parecía no haber disminuido. En efecto, misteriosamente, se unían al príncipe nuevos hombres que luchaban con extraordinario coraje. Árboles y piedras se convertían en soldados con tal rapidez, que cuando llegó la noche no sólo la llanura, sino también los montes cercanos, estaban cubiertos por una ingente multitud de hombres, cuya sola presencia bastaba para atemorizar a los chancas.
Derrotados al fin los rebeldes, y considerándose impotentes para iniciar un nuevo combate, el ejército chanca aprovechó la oscuridad de la noche para huir precipitadamente de allí.
El príncipe victorioso, reconocido como el más valiente y decidido de todos los hombres de Cuzco, ocupó el trono de su padre por imposición popular. Y la célebre llanura donde llevó a cabo la inolvidable hazaña fue conocida desde entonces por los Incas con el sobrenombre de Yahuarpanpa, o "campo de la sangre", en recuerdo a la extraordinaria mortandad de chancas que en ella tuvo lugar.
La figura del príncipe se hizo tan popular en Cuzco que su historia continuó viva, transmitiéndose de padres a hijos, durante varios siglos.
El príncipe victorioso, reconocido como el más valiente y decidido de todos los hombres de Cuzco, ocupó el trono de su padre por imposición popular. Y la célebre llanura donde llevó a cabo la inolvidable hazaña fue conocida desde entonces por los Incas con el sobrenombre de Yahuarpanpa, o "campo de la sangre", en recuerdo a la extraordinaria mortandad de chancas que en ella tuvo lugar.
La figura del príncipe se hizo tan popular en Cuzco que su historia continuó viva, transmitiéndose de padres a hijos, durante varios siglos.
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