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SEPTIEMBRE EN LA PLAYA
Ha
llegado Septiembre. El sol, empieza a hacer pirola en el
cielo. Llegan las primeras nubes grises, se va el fuerte
calor del verano, trayendo la lluvia.
Hoy,
ha estado lloviendo en la playa. Las olas encrespadas, subían muy
altas, como si quisieran buscar al sol en el cielo para que vuelva a
brillar. No lo han encontrado y siguen subiendo al cielo, una y otra
vez, formando al caer espuma blanca, tanta, que no se ve la arena de la playa.
La
playa está vacía. Parece que los días de sol, en los que estaba
llena de gente tostándose al sol, hubieran quedado atrás.
Así,
vacía, da frío mirarla.
Ha
pasado la lluvia. Se está bien, paseando sola. La arena
está fría pero se agradece después del calor del verano.
Andando
he llegado a un rincón de la cala de grandes rocas, que las olas golpean
continuamente. Cuando baja la marea, se ve la entrada de una pequeña
cueva.
Durante
mi paseo por la playa, en medio de tantos colores gris y azul, veo a lo lejos
una mancha entre beige y dorada, que viene hacia mí.
Nos
vamos acercando y veo más clara su figura. Es un perro, un hermoso
perro, corpulento, de andar tranquilo, de rubio pelaje aunque no muy limpio,
que se acerca lentamente. Me mira con unos ojos bonachones que no inspiran
temor, solo ternura.
Nos
vamos alejando. La curiosidad hace que me gire,
buscándolo. Quiero saber a dónde se dirige y le veo en dirección
hacia la cueva, que antes había visto, entre las rocas cercanas a la
playa. Supongo que esperará a la tarde, para encontrar refugio en
ella.
Sigo
mi camino, de vuelta a mi rutina diaria, con la intención de repetir mi paseo
al día siguiente, cuando veo que hay alguien con intención de meterse en el
agua para bañarse. No lo haría yo pero… sigo mi camino.
Me
había alejado bastante de la playa, pero resonaban ladridos, fuertes a pesar de
la distancia y me volví preocupada.
El
bañista, atrevido en un día como aquél, estaba luchando contra las olas, que
parecían querer engullirlo.
El
perro con el que me había cruzado antes, estaba ladrando en la arena, alarmando
a quien pudiera oírlo.
Corrí
buscando ayuda. De pronto me di cuenta que llevaba mi teléfono y
llamé al número de emergencia para que vinieran a rescatarlo.
Volví
a la playa, intentando servir de ayuda, cuando vi al perro nadar en busca del
bañista que estaba en apuros. El se agarró al cuello del perro,
mientras éste nadaba hacia la playa.
En
pocos minutos vinieron los servicios de rescate, mientras el perro sacaba al
bañista del agua.
Después
de comprobar que el hombre estaba bien, helado y asustado pero bien, todos los
ojos se volvieron hacia aquel perro que se había arriesgado por salvar una
vida.
El
pobre animal parecía asustado ante tanto afecto, todos querían acariciarlo,
abrazarlo, cuidarlo.
Llevaron
al perro, a que lo viera un veterinario, para comprobar su estado de
salud. Estaba bien. El bañista agradecido, decidió
llevarlo a su casa. Decía que era lo que tenía que hacer, que sentía
que se lo debía. Había salvado su vida.
Yo
he seguido la costumbre de, que las mañanas que puedo, doy un paseo por la
playa.
¿Sabéis a quien me encuentro? Pues sí, al
perro, paseando. Ya no va solo, pues además de tener ahora un dueño
agradecido, que cuida de él, tiene un amigo, con quien va a pasear por la
playa.
Este cuento ha sido creado y registrado por mi, M.ª Pilar Rubio Martínez
En memoria de Zar, nuestro viejito.
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