EL RATÓN Y LA LUNA #cuentosinfantiles #infancia #lucha #sueños
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Tomás, era un ratón que vivía en una granja. Era
gordito, porque le gustaba mucho comer de todo, pero en especial el queso, que
era su manjar preferido. Tomás era capaz de estar todo el día comiendo queso
sin nada más que agua para beber.
Su amigo Ramón, que era un ratón muy serio y responsable,
le decía que tenía que comer además de otras cosas y menos queso, pero Tomás,
no le hacía ni pizca de caso.
Una noche en que, como de costumbre, daban su paseo antes
de acostarse, Tomás le dijo a su amigo:
-Oye Ramón, vamos a sentarnos en esta piedra. Está
bonita la noche, pero me gusta más la luna.
-Oye Ramón –dijo al rato Tomás, muy pensativo, -¿De qué
estará hecha la luna?
-Pues de piedra y roca –contestó Ramón muy serio
Siguieron su paseo, de vuelta a sus casitas, pero Tomás, no
volvió a decir nada más sobre la luna.
Al día siguiente, todo pasó como de costumbre. Sus
tareas en la granja, sus conversaciones con los demás amigos y parientes.
Todo normal, como siempre, pero al llegar la noche, después de cenar, los dos
amigos se fueron a dar su paseo por el campo, a la fresquita, hasta que se
sentaron un rato a conversar.
Tomás, vio la oportunidad para poder seguir con la
conversación de la noche anterior, aunque no sabía muy bien cómo
aprovecharla. Dudó unos segundos y continuó:
Ramón, miró al cielo y suspiró:
-¡Hay Tomás! ¡Qué cosas dices! Supongo que vas a seguir con
lo mismo de anoche ¿verdad? – Siguió diciendo Ramón- Te aseguro, que no
está hecha de queso, por mucho que tú quieras que sea así.
Tomás se quedó triste y pensativo. No volvió a decir
nada más. Ramón lo miraba, mientras volvían a sus casas, andando los dos
en silencio. La noche, parecía más oscura sin el murmullo de la
conversación de los dos amigos.
Al día siguiente, mientras hacían sus tareas en la granja,
Ramón no dejó de pensar en la conversación de la noche anterior y en la
tristeza reflejada en los ojos de su amigo Tomás y en lo triste de su regreso a
casa.
No sabía qué hacer, Ramón le había dicho lo que
pensaba de la luna, pues estaba seguro de que la luna era de piedras y rocas,
no de queso como imaginaba su amigo, pero la tristeza de Tomás, a él, le daba
mucha pena y no sabía como ayudarle.
Aquella noche, Tomás no quiso dar su paseo nocturno y se
fue a dormir.
Ramón no le dio mucha importancia, pero, a la noche
siguiente pasó lo mismo y Ramón empezó a preocuparse.
Aquél día, Ramón tuvo una idea. Si ayudaba a su amigo
Tomás a descubrir lo que le intrigaba, aunque en la realidad no pensaran igual,
por lo menos se le pasaría la tristeza. Al menos era lo que Ramón creía.
Cuando llegó la noche y con ella, la hora de su paseo,
últimamente olvidado, no dio a su amigo Tomás, la oportunidad de negarle el
paseo.
Le puso la mano con suavidad en el hombro, poniéndose a
caminar le dijo:
-Tomás, he estado pensando en lo de la luna de queso.
Tal vez podrías subir, hasta ella y comprobar de qué está hecha –le dijo
mientras caminaban hasta la piedra donde se sentaban.
-Y ¿cómo puedo hacerlo? Está muy alta, allá
arriba. Yo, soy muy pequeño. No creo que pueda conseguirlo –le
respondió Tomás.
Y con esa idea, se volvieron a la granja. Se
durmieron muy pronto, al día siguiente tenían mucho que hacer.
Al día siguiente y al otro y muchos otros días más, hasta
que recogiendo ramas y trozos de madera que iban encontrando, con clavos y
martillo, fueron haciendo una escalera muy alta, en un claro del bosque, donde
no pasaba nadie.
Cuando terminaron de construir la escalera, Tomás preparó
su mochila con una cantimplora con agua, pan y por supuesto un buen trozo de
rico queso y esperó a que llegara la noche.
Y llegó. No había nadie en la granja
despierto. Se encaminó con su amigo Ramón y su mochila hacia donde
tenían escondida la escalera.
Allí estaba esperándolo. Se despidió de su amigo
Ramón y con su mochila al hombro, empezó a subir.
La escalera era tan alta, que a mitad del trayecto se paró,
comió un poco, bebió agua y volvió a seguir subiendo. ¡Que ansioso estaba por
llegar!
¡Por fin estaba arriba! Pero… ¡hay! ¡Qué desilusión! ¡La
luna, no era de queso! Su amigo Ramón se lo había
dicho. Tierra y rocas. Pequeños cráteres parecían, a lo
lejos, agujeros en el queso. Se sintió decepcionado y comenzó a bajar.
¡Qué larga le pareció la escalera mientras bajaba! Pero
allí en el suelo, sentado, le esperaba su amigo Ramón.
-Tú tenías razón, amigo. No es de queso la luna –le
decía mientras lloraba.
-Tomás. Tú, tenías la ilusión de subir a la luna y lo
has conseguido. ¡Qué importa si no es de queso! Has conseguido
realizar tu sueño. Es lo que cuenta –le consoló Ramón.
-Y tú, amigo mío, me has ayudado. Gracias
Después de un largo abrazo, los dos ratoncitos volvieron a
casa a descansar.
Nadie supo de su aventura. Solo ellos, la escalera y
la luna.
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