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EL BASTÓN #Cuento #Infantil #niños #arrepentido


       
Imagen de Prawny en Pixabay 



Por el bosque, camino de su casa, iba don Conejo.  Era un conejo anciano, de largas y blancas barbas y unas pequeñas gafas, ayudaban a sus ojos cansados.



Iba despacito, poco a poco por el largo camino del bosque.  Al cabo de un rato, llegó a su casa.  Era una madriguera claro, muy calentita y mullida, que siempre estaba limpia, porque entre él y doña Coneja se encargaban de tenerla así.



Dejó su bastón, en el que se apoyaba al caminar, en la entrada de su madriguera.




Desde dentro, salía un rico olor de la cena, caliente y sabrosa, que dulcificaba el fresco aire del otoño.  Cerró la puerta y colgó la fina bufanda en la percha, al lado del bastón.


Cenaron los dos muy bien, vieron la televisión y se fueron a dormir.




Fuera, la noche estaba tranquila, a pesar de que el otoño, aunque tarde había venido frío.


Durmieron tan profundamente, que no se dieron cuenta, de que alguien entraba en la madriguera y se había llevado el bastón.




                                              
A la mañana siguiente, al levantarse don Conejo fue a por su bastón, pero no lo encontró en su lugar, solo había un sitio vacío y la puerta entreabierta, casi cerrada.



El pobre don Conejo se fue a la cocina, con doña Coneja, a contarle lo que había sucedido.




Pero afuera, en el bosque,  ese alguien sentía en su alma, el arrepentimiento al darse cuenta de que su acción, su travesura de niño malo era algo más y había sustraído algo muy necesario a su dueño, por lo que, decidió volver a dejarlo en su sitio.





Pero había un problema, cuando lo cogió nadie sabía de su presencia, pero ahora él pensaba que le estarían esperando don Conejo y doña Coneja e iba a serle muy difícil devolverlo pero quería hacerlo cuanto antes.



Despacio, muy despacio decidió volver al camino.  En la madriguera doña Coneja oyó algo y pronto se dio cuenta de lo que sucedía y se propuso ayudar al arrepentido ladronzuelo.



La puerta de la madriguera se abrió un poquito y doña Coneja lo oyó.  Levantó un poco la voz para que la oyera y supiera que estaban en casa.



Al oír las voces se sintió seguro.  Dejó el bastón en su sitio y cerró cuidadosamente la puerta.  Doña Coneja, seguía hablando con un ademán de complicidad y picardía en sus ojillos cansados, que desconcertaban  a don Conejo y que llegó a comprenderla cuando guiado por los gestos de doña Coneja, fueron a la puerta mientras ella no dejaba de hablar y le mostró el bastón.

 



Se abrazaron llenos de alegría y mientras se iban a dar un paseo, apoyada doña Coneja en don Conejo y este a su vez en su bastón, recién recuperado, no muy lejos de allí, “alguien” daba saltos de alegría después de haber devuelto, lo que no debió coger.





  Este cuento ha sido creado y registrado por mi, M.ª Pilar Rubio Martínez





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