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Imagen de George en Pixabay 



Después de la creación del mundo, Dios puso en la Tierra una bella joven y a su cuidado confió todos los pájaros que vuelan bajo el cielo.  Era Lindu, la dulce hija de Ukko, que conocía las rutas de todas las aves emigrantes: de dónde vienen en primavera y adónde se dirigen en otoño, y designaba a cada cual el sitio en que había de habitar.  Ella se ocupaba de los pájaros con tierna solicitud, como hace una madre por sus pequeños, y les daba todo lo que podía y ellos necesitaban.  Como una flor bajo las gotas de rocío brilla en la alborada, así aparecía Lindu en medio de sus pajarillos.



No es de extrañar que atrajera a todos los jóvenes y que muchos se enamorasen de ella.  Todos deseaban tenerla por esposa y los pretendientes acudían uno tras otro.  Un día llegó la Estrella del Norte, en un gran carro arrastrado por seis caballos oscuros, y trajo diez presentes.  Pero Lindu le dio una amarga respuesta:

-Tú debes estar siempre en el mismo sitio y jamás puedes moverte de él.

Y la Estrella Polar hubo de volverse en su hermoso y potente carro.  Entonces la Luna llegó en un carro de plata tirado por diez caballos morenos y trajo veinte presentes, pero Lindu rehusó el regalo de la Luna, diciéndole:
-Tú eres demasiado cambiante y debes seguir siempre tu viejo camino; no puedes convenirme.

Y la Luna hubo de volverse en su hermoso carro de plata arrastrado por diez fuertes caballos morenos.

Apenas la Luna se había despedido con tristeza, llegó el Sol.  Avanzaba en un carro de oro arrastrado por veinte áureos caballos rojos y traía con él treinta regalos.  Pero todo ese esplendor, toda esa magnificencia y sus ricos presentes no conmovieron el  corazón de Lindu, que contestó a la pretensión del Sol:
-No te puedo amar; sigues siempre tu viejo camino, lo mismo que la Luna.


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Y el Sol recogió sus treinta regalos y se volvió en su carro, arrastrado por treinta caballos de oro rojo.

Por fin se presentó la Aurora Boreal a medianoche.  Venía en un carro de diamantes, arrastrado por un millar de corceles blancos.  Su llegada fue tan esplendorosa, que Lindu corrió para verla.  Los sirvientes de la Aurora Boreal transportaron una carretada de oro, de plata, de perlas y de joyas a la mansión de Lindu.  Y todo esto agradó tanto a Lindu y a sus padres, que ella aceptó a la Aurora Boreal como esposo, diciéndole:
-Tu ni estás fijo siempre ni sigues el mismo camino, como los otros.  Tú partes cuando quieres y te quedas cuando te agrada.  Cada vez apareces con un nuevo esplendor y una nueva magnificencia; cada vez te presentas con un vestido distinto; cada vez vienes montado en un carro nuevo, con nuevos caballos. Tú eres el que me conviene y tuya soy.




Entonces celebraron su promesa con gran júbilo.  El Sol, la Luna y la Estrella Polar contemplaban estas fiestas con gran tristeza y envidiaban la felicidad de la Aurora Boreal.  Ésta no pudo demorar mucho su partida y hubo de abandonar la casa de su novia, pues estaba obligada a volver al Norte a medianoche.  Antes de su marcha prometió volver para la boda y para llevarse a su prometida a su morada en el Norte.  En el intervalo, ella debía preparar lo necesario para los esponsales.

Entonces Lindu empezó a prepararlo todo.  Un día seguía al otro, pero el novio no llegaba.  El Invierno pasó y después la Primavera ornó al mundo con nueva belleza; llegaron los calores y el estío hizo granar los trigos.  Lindu aguardaba en vano a su prometido; éste no llegaba.


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Comenzó entonces a sentir angustia, a llorar y a lamentarse.  Se sentaba en el prado, cerca del arroyo, con su vestido de novia, con un largo velo blanco y una hermosa corona de flores.  Alrededor volaban los pajarillos, acariciándola con sus alas, queriéndola consolar.  Mas ella, en su inmensa desdicha, no pensaba ni veía nada; solo esperar y esperar.  Y la Aurora del Norte no llegaba en su carro de diamantes tirado por mil corceles blancos.  Flotaba al aire el velo blanco de Lindu; volaban los pájaros y ella ya no los veía, ni cuidaba de dirigirlos.  Ya era el Otoño, y las aves emigrantes, sin el cuidado de Lindu, no sabían ni qué hacer ni adónde dirigirse.

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Por fin llego a oídos de Ukko la noticia de la desesperación de la muchacha y de los dolores que estaba sufriendo.  Éste supo también cómo los pájaros estaban desorientados, sin saber adónde volar ni en donde hallar el alimento.  Y Ukko ordenó a los vientos que tomasen dulcemente, suavemente a Lindu y la librasen de las miserias de este mundo.  Una tarde, cuando el Sol teñía de rojo las hojas ya caducas de los árboles, cuando el Otoño henchía de serenidad al mundo, los vientos tomaron dulcemente a Lindu, y sin que ella lo advirtiera la subieron y la depositaron en el firmamento, en el cielo azul.

Allí habitó desde entonces Lindu, en un maravilloso palacio celestial.  Su blanco velo de desposada se extiende de una extremidad a otra del  cielo, y así se ve en las noches profundas.  Desde allí dirige a las aves emigrantes, en sus largos viajes,  y a media noche levanta sus brazos y saluda a la Aurora Boreal.  Cuando llegó el Invierno, la Aurora Boreal vino a visitarla y a recordarle su promesa, mas ella ya no podía moverse a allí, del sitio en donde la vemos con su largo velo blanco, llamada por los hombres la Vía Láctea.


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