HAZ BIEN SIN MIRAR A QUIEN #bondad #recompensa #lectura #juvenil #cuentosdearagón #cuentospopulares #leyendas
Imagen de mohamed Hassan en Pixabay
Anda que anda, el chico llegó a la orilla de un ancho cristalino río; se sentó, comió un pedazo de pan, y le echó unas miguitas a un pájaro muy mono. El bonito animal se le acercó sin temor, el muchacho lo cogió, lo metió vivo en las alforjas y pensó:
-Me lo comeré asado cuando se me acabe el pan que me dio mi madre.
En el momento recordó lo que ésta le había encargado:
-Haz bien sin mirar a quien.
Y soltó la avecilla, que voló cantando de alegría.
El chico se durmió sobre la mullida hierba, se levantó con el sol al día siguiente, y continuó su marcha río abajo. Con el fresco de la mañana tuvo hambre, sacó el pan que le sobró la tarde anterior, caminaba y comía. Al beber en el río, vio junto a la orilla un barbito precioso, y le arrojó el pedacito de pan que le quedaba; el pez se descuidó, y el rapaz lo pescó. Pero lo volvió a tirar en seguida al agua, diciendo para sí:
-Haz bien sin mirar a quién.
El barbo, libre, desapareció, saltando de contento.
Poco antes de anochecer, entró el chico en una gran ciudad. No conocía a nadie, no tenía dinero ni albergue; al pedir limosna en la puerta de un palacio, salían a pasear una señora rodeada de sus hijos, tan bellos y buenos, que parecían ángeles, los cuales se compadecieron del muchacho; rogaron a su madre, y consiguieron que lo admitiese de criado para que les acompañara en sus juegos y diversiones.
El chicuelo se hizo querer de todos; era muy listo, respetuoso, trabajador incansable, siempre estaba alegre y llegó a tener fama de ejecutar bien y pronto los encargos más difíciles.
El infeliz chico miraba desconsolado correr el agua del río, cuando vio, conoció y llamó al barbo con quien partió su pan y después de haberlo pescado se arrepintió y salvó la vida. Refirió sus penas al animal. Al oírlas (era un buen pez), se hundió rápidamente en lo más profundo del agua, y apareció en seguida con la perdida sortija en la boca.
-Vete de esta casa, y no vuelvas hasta que traigas la píldora que han recetado a mi idolatrada hija -dijo la señora al criadito.
Este, desesperado, salió al campo; se arrimó acongojado al tronco de un frondoso árbol donde revoloteaba el pájaro de brillante plumaje al cual le echó miguitas y después de cazarlo le puso en libertad. Lo llamó, contó sus cuitas, y el avecilla desapareció. Voló a la ciudad sitiada, entró en el laboratorio del boticario por la ventana, mientras el brujo limpiaba los anteojos con el pañuelo, y le robó la maravillosa píldora.
Hendió los aires con la rapidez del rayo, y puso el remedio en la mano del muchacho, moviendo las alas en señal de alegría y reconocimiento. ¡Era un buen pájaro!
La niña tomó la medicina, y sanó. Cargo el chico un carro con el dinero y dulces que le dieron, regresó a su pueblo, abrazó a su madre, y vivió dichoso, en premio de no haber hecho daño a los animales, ni olvidó la máxima: "Haz bien sin mirar a quién".
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