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LOS CISNES SALVAJES #CUENTOSinfantiles #NIÑOS #ANDERSEN #infantil #hermanos


Imagen de Prawny en Pixabay


 Lejos de nuestras tierras, allá donde van las golondrinas cuando el invierno llega a nosotros, vivía un rey que tenía once hijas y una hija llamada Elisa.  Los doce hermanos se sentían muy felices.  ¡Lástima que su dicha no pudiera durar siempre!

Su padre se casó con una reina perversa que odiaba a los niños.  

Esta mujer, cada día contaba supuestas maldades de los niños, de tal forma que el rey acabó por desentenderse de ellos.



Un día, la perversa mujer arrojó a los niños por la ventana, diciendo:

-¡A volar por el mundo y apañaos por vuestra cuenta!  ¡A volar como grandes aves sin voz!

Pero no pudo ejercitar del todo su maldad y los niños se transformaron en once hermosísimos cisnes salvajes.  Volando por encima del parque de palacio, desaparecieron en el bosque.

La pobre Elisa, había sido relegada al cuarto de los campesinos, y su único juguete era una hoja verde.  La niña le hizo un agujero y, mirando por él, podía ver los limpios ojos de sus hermanos, y cada vez que los rayos del sol le daban en la cara, creían sentir el calor de sus besos.

Pasaban los días y Elisa crecía fuerte y hermosa, tanto, que la reina hubiera querido enviarla lejos; pero no se atrevió, porque el rey quería mucho a su hija.  La malvada mujer que no desistía en su empeño, y para que la niña perdiera su belleza, la frotó con jugo de nuez, de modo que su cuerpo adquirió un tinte negruzco; luego le untó la cara con una pomada apestosa y le desgreñó el cabello.



Era imposible reconocer a la hermosa Elisa.  Su padre se asustó al verla y empezó a gritar:

-¡Esa no es mi hija!

Nadie la reconocía, excepto el perro mastín y las golondrinas.  La pobre Elisa salió angustiada de palacio, llorando y pensando en sus once hermanos ausentes, Elisa se dijo:

-¡Buscaré a mis hermanos!  Se que daré con ellos.

Era de noche cuando llegó al bosque y tuvo que dormir sobre las raíces de un árbol.  No cesó de soñar con sus hermanos.

Por la mañana, mirándose en el agua cristalina del lago, se asustó de su fealdad, pero entonces se lavó la cara y vio que era la de siempre.  Luego se bañó en el lago, trenzó sus hermosos cabellos y volvió a ser la hermosa princesa que todos admiraban.

Pasó otro día y encontró a una anciana que  llevaba bayas en una cesta.  Elisa le preguntó si no había visto once príncipes cabalgando por el bosque.



--No, pero ayer vi once cisnes con coronas de oro que iban río abajo. -contestó la mujer.

La muchacha siguió durante todo el día caminando a orillas del río, hasta llegar al punto en que vertía sus aguas al océano. ¿Por dónde seguiría?

Entre las algas arrojadas por las olas, descubrió once plumas de cisne y las recogió.

A la hora del ocaso, Elisa vio que se acercaban once cisnes salvajes coronados de oro que vinieron a posarse muy cerca de ella, agitando sus grandes alas blancas.

En cuanto el sol se ocultó del todo, se desprendieron del plumaje las aves y aparecieron once apuestos príncipes.  La joven lanzó un grito, pues aunque sus hermanos habían crecido mucho, los reconoció al momento.  Se arrojó en sus brazos, llamándolos por sus nombres, y ellos se sintieron muy felices de abrazar a su hermana, convertida en una joven tan hermosa.

-Nosotros volamos convertidos en cisnes salvajes mientras el sol está en el cielo -explicó el hermano mayor- En cuanto se pone, recobramos nuestra figura humana.  Por eso debemos procurar tener siempre un lugar donde apoyar los pies cuando oscurece.  No habitamos aquí.  Más allá del océano hay una hermosa tierra, pero el camino es muy largo a través del mar y no hay donde dormir, tan sólo un arrecife solitario.



Elisa le escuchaba admirada.  El más joven añadió:

-Sólo una vez al año podemos volver a la patria, donde nos está permitido permanecer por espacio de once días.  Volando por encima del bosque, vemos el palacio en que nacimos y el alto campanario de la iglesia donde está enterrada nuestra madre.  Estando allí, nos parece como si árboles y matorrales fueran familiares nuestros.  Ahora, nos quedan todavía dos días para permanecer aquí, pero luego debemos cruzar el mar en busca de esa tierra espléndida, que no es la nuestra.  Querríamos llevarte con nosotros, querida hermanita, pero no poseemos ni un mísero bote.

-¡Ojalá pudiera salvaros yo! -suspiró la muchacha.

Estuvieron hablando casi toda la noche.  Por el día, los príncipes se convirtieron en cisnes y todos reclinaron las cabezas en el regazo de la muchacha, que acariciaba sus brillantes alas.



-Mañana nos marcharemos de aquí para no volver hasta dentro de un año.  ¿Te sientes con valor para venir con nosotros?  Entre todos, tendremos la fuerza suficiente para transportarte por encima del mar.

-¡Si!  Llevadme con vosotros. -rogó Elisa.

Durante toda la noche, los príncipes se afanaron en tejer una resistente red, con juncos flexibles y corteza de sauce.

Por la mañana, Elisa se tendió en la red y los cisnes, contentos de tener a su hermana con ellos, levantaron el vuelo.  Los rayos del sol le daban de lleno en la cara, y uno de los cisnes se puso a volar, por encima de su cabeza para darle sombra con sus alas.

Todo el día estuvieron volando con gran rapidez, aunque su vuelo era más lento que de costumbre, pues tenían que llevar a su hermana.  Se formó un a tormenta mientras la noche se acercaba.  Elisa veía con inquietud cómo descendía el sol sin que pudiera distinguir aún el arrecife sobre el mar.  Le pareció que los cisnes daban aletazos más vigorosos.  Desde el fondo de su corazón rogaba para que pronto apareciera la roca, si no, sus hermanos se convertirían en hombres y se precipitarían en las aguas del mar.



De pronto los cisnes empezaron a descender con gran rapidez.  Es sol escondía ya una mitad bajo el agua, pero se distinguía entre la niebla la pequeña roca.  El sol se hundía a toda prisa.  Por fin tocó con los pies el suelo firme y el sol se apagó como la última pavesa de un papel que se quema.  El mar golpeaba la roca y caía sobre los hermanos como un diluvio, el cielo brillaba relampagueando y los truenos rugían sin cesar, pero todos se cogieron de la mano y se animaron.

A la llegada del alba, el aire estaba puro y tranquilo, nada más salir el sol, los cisnes abandonaron la isla llevándose consigo a Elisa.

Por fin vio la niña el país al cual se dirigían; en él se elevaban encantadoras montañas azules con bosques de cedros, había ciudades, castillos.  Mucho antes de la apuesta del sol llegaron a la entrada de una gran gruta que estaba cubierta de plantas trepadoras verdes y finas; parecían tapices bordados.



-Vamos a ver qué vas a soñar esta noche -dijo el hermano más joven mostrándole su dormitorio.

-¡Ojalá sueñe cómo podría salvaros! -dijo ella.

Este pensamiento la ocupaba sin cesar en todo momento.  Entonces le pareció que se elevaba muy alto por los aires llegando hasta el castillo cambiante de un hada, que aunque muy hermosa y deslumbrante, se parecía a la viejecita que en el bosque le había hablado de los cisnes con coronas de oro.

-A tus hermanos se les puede salvar -dijo- pero ¿tendrás valor y perseverancia?  ¿Ves esta ortiga que tengo en la mano?  Crecen muchas cerca de la gruta donde duermes; es preciso que las cojas aunque te quemen la piel y te salgan llagas; aplasta las ortigas con los pies y tendrás lino; lo tejerás y cortarás once cotas de malla sobre los once cisnes, y el hechizo quedará roto.  Fíjate bien en esto que voy a decirte; desde el mismo instante que hayas empezado este trabajo hasta que lo termines, aunque pasen años, no debes hablar ni una palabra.  Si dijeses algo a tus hermanos, morirán.

Elisa se despertó bajo un fuego devorador.  Era ya de día, salió fuera de la gruta y encontró una ortiga como la que el hada le había mostrado; entonces cayó de rodillas dando gracias y se puso a trabajar enseguida.



Con su manos delicadas iba arrancando las ortigas, que le quemaban las manos y los brazos, pero ella sufría a gusto, para poder salvar a los hermanos a quienes quería tanto.  Aplastó las ortigas con los pies, y efectivamente, se convirtieron el lino verde.

Se pasó la noche trabajando, pues no quería descansar hasta haber salvado a sus hermanos, sin dormir, día tras día fue tejiendo hasta terminar las once mallas de lino que le encargo el hada.  Todo el día siguiente, mientras los cisnes estaban fuera, se quedó trabajando.  

Una tarde, al ponerse el sol, llegaron sus hermanos, arrojó sobre ellos las mallas, y los blancos cisnes, a la luz del día, se convirtieron en once encantadores príncipes que en pocos días enamoraron a las más bellas princesas del reino.


Un día llegó un gran perro, luego otro y otro más, y se quedaron enfrente de la gruta ladrando muy fuerte.  En pocos minutos, muchos cazadores se reunieron delante de la gruta y el más guapo, que era el rey de aquel país, avanzó hacia Elisa.  Nunca había visto una muchacha más bella.












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