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Imagen de Jörg Peter en Pixabay 


Érase una vez un hábil relojero llamado Geppetto, mayor y sin familia.  Tantas ganas albergaba de haber tenido un hijo, que un día empezó a tallar un muñeco en un trozo de madera, que poco a poco se fue convirtiendo en un muñequito precioso.  Tenía cara de pillo y ojitos vivaces.  Sólo la nariz era un poco larga, pero a Geppetto no le importaba.

Era ya muy tarde cuando se fue a dormir, tras dejar el muñequito en el taller.  De pronto, un rayo de luz iluminó el taller y el Hada Azul, que vela por los deseos incumplidos, apareció y tocó con su varita mágica al muñeco y lo dotó de movimientos, diciendo:

-Ya eres el hijo del buen Geppetto.  Pórtate bien Pinocho.

Sin embargo, la carita maliciosa del muñequito no debía de infundir mucha confianza al Hada porque añadió:

-Para que te portes bien, de dotaré de conciencia.

Y de la punta de su varita mágica surgió un grillo con cara de pocos amigos.



Antes de desaparecer, el Hada añadió:

-Pepito Grillo será tu conciencia y te seguirá a todas partes.

Cuando a la mañana siguiente Geppetto se presentó en el taller, experimentó una gran alegría al descubrir que su muñeco estaba bailando.

-¡Querido hijo Pinocho! -dijo con gran ternura.


EL PRIMER DÍA DE ESCUELA

Geppetto abrigó bien a Pinocho con una bufanda, le dio unos libros y le envió a la escuela.  Se quedó viéndole ir, con los ojos húmedos por la emoción.  El niño de madera no iba solo, pues le seguía su conciencia, Pepito Grillo, aunque a causa de su tamaño no se le viera.

Pero en el camino, unos hombres sin escrúpulos, que tenían un circo, le vieron y se dijeron:

-¡Mira!  Un muñeco que se mueve como un niño.  Con él ganaremos mucho dinero.

-Oye muchacho -dijo el director del circo a Pinocho-, ¿quieres venir con nosotros?  Te divertirás en el circo.  Debes de ser muy listo.

A Pinocho la propuesta le pareció divertidísima, dejó la escuela, a pesar de los gritos de Pepito Grillo, y se marchó con ellos.  Y si, se divirtió mucho en el circo.  ¡Y cuántas monedas le arrojaron!

Pero cuando el chico quiso irse, le encerraron en una jaula.  Allí se arrepintió y se acordó de Pepito Grillo.

¿Nunca más vería a su buen padre?  Empezó a llorar y,  apiadada, se presentó la Hada Azul.  Lo sacó de la jaula y no envió a su casa.  Pinocho prometió ser obediente.




LA ISLA DE NUNCA VOLVER


Había pasado algún tiempo y Pinocho se portaba bien, aunque a veces sentía tentaciones.  Geppetto era muy feliz.

Un día, camino del puerto, el chico vio a muchos muchachos subiendo a un barco, ordenados y dirigidos por hombres de aspecto feroz.

-¿Dónde vais? -preguntó el muñeco a uno de ellos.

-A la Isla de Nunca Volver, que es especial para chicos traviesos.  Hay toda clase de diversiones y nunca tienes que obedecer.



Deslumbrado, Pinocho decidió subir al barco e ir a la isla.  De pronto, apareció Pepito Grillo, con su chistera y su levita verde, que le dijo:

-No vayas Pinocho.  Mira a los chicos y verás que son unos traviesos.

Pinocho no hizo caso.  Tras días de navegación, llegaron a la isla, llena de maravillosos juguetes...  Pero ¡ay!, los guardianes trataban a los niños a latigazos, porque en realidad era un castigo para los traviesos.  Pinocho lloró acordándose de su padre y quiso ingeniárselas para escapar.

Pocos días después, aprovechando un descuido del capataz, se metió en una barquichuela y empezó a remar con rapidez.

¡Qué angustia!  Sólo pensar en su padre y Pepito Grillo, que iba con él, le daba fuerzas.





EN EL VIENTRE DE UNA BALLENA


Con la esperanza de llegar pronto a una playa y reunirse con su padre, Pinocho continuaba su travesía.

De pronto, una colosal ballena envió por los aires la frágil embarcación de Pinocho, que se encontró en el agua con Pepito Grillo, intentando desesperadamente mantenerse a flote.  Pero ¡la ballena se los tragó a los dos!

El chico creía llegada su última hora pero, de pronto, se halló caminando a oscuras por una especie de corredor.  Al rato, divisó una lejana luz y se dirigió hacia allí.



Cuando estuvo cerca de la luz, vio a un hombre sobre una tabla que escribía a la luz de una lamparilla sobre un barril.  Levantó la cabeza y Pinocho gritó:

-¡Querido padre!  ¿Cómo es que estás aquí?

-¡Hijo mío!  Me dispuse a recorrer el mundo para encontrarte, pero el barco naufragó y esta ballena me tragó.  Ahora te estaba escribiendo, por si nunca más volvía a verte.

Pinocho descubrió con asombro que dentro de la ballena había los objetos más diversos, todos los que, a lo largo del tiempo, ésta se había tragado.

Pero era feliz, igual que su padre porque estaban juntos.


EN LA PLAYA DE LA FELICIDAD


Padre e hijo estaban felices, pero Pinocho pensó que tenía que salvar a su padre y sacarlo de allí.

-Padre, veo muchas maderas por aquí.  Si les prendemos fuego, con el humo la ballena tosería y nos echaría al exterior.

-¡Claro!  ¡Qué listo eres, hijo mío!

La fogata hizo toser a la ballena de tal forma, que le salió por la boca todo lo que tenía dentro.



De nuevo, Pinocho se encontró aferrado a una tabla, a merced de las olas.  Angustiado, empezó a llamar a su padre que, no lejos de allí, estaba a punto de ahogarse.

El chico, con mucho esfuerzo, nadó hacia él y lo sostuvo durante horas, hasta que, sin fuerzas, agotado, los ojos se le nublaron.  Ni se dio cuenta de que la marea les había arrojado sobre la arena de una playa.

Geppetto empezó a llorar, pues suponía muerto a Pinocho.

La Hada Azul le escuchó y en cuanto apareció en la playa, tocó con su varita a Pinocho, que se movió al instante ¡convertido en un niño de carne y hueso!



Padre e hijo se abrazaron muy felices.  A partir de entonces, Pinocho fue el mejor de los hijos y el más obediente.










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