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LA SIRENITA #CUENTO_INFANTIL #HANS_CRHISTIAN_ANDERSEN #NIÑOS


Imagen de Dina Dee en Pixabay 


 Hace muchos años, cuando el fondo del mar tenía hermosos palacios de mármol y coral, habitados por sirenas, existió una, la más hermosa de todas.

Era la más joven de las seis princesas-sirenas que vivían en aquel palacio encantado en el fondo de las laguas.  Tenía el cutis de rosa y los ojos tan azules como el agua marina; pero se sentía desgraciada.

-Mamá -preguntó un día la sirenita a su madre-, ¿ cuándo podremos salir a la superficie para admirar las cosas tan bellas que hay en la tierra?

-Cuando tengáis quince años -le respondió su madre-.  Entonces podréis sentaros sobre las rocas a la luz de la luna y admirar los barcos que cruzan los océanos.

Pero la pequeña, no pudiendo contener su impaciencia, nadó hacia la superficie sin que nadie la viera.

El mar estaba bastante agitado y la sirenita, llena de espanto, vio cómo un barco se estrellaba contra los arrecifes.  De pronto, escuchó la voz de un joven que pedía socorro.

La pequeña nadó hacia él y lo tomó por los cabellos antes de que se hundiera.

-Se ha desmayado -se dijo la sirenita-.  Procuraré mantenerlo a flote y llevarlo hasta la playa.

Cuando salió el sol, los hombres y las mujeres de la ciudad encontraron al joven en la playa.  La sirena escondida detrás de unas rocas, observó los gestos de alegría de la muchedumbre.

-¡Nuestro príncipe se ha salvado!  -gritaron.

La sirenita vio también que el príncipe sonreía a los que lo aclamaban y que, muy satisfecho, entró con ellos en un gran palacio blanco.

La sirenita, un poco triste por no haber recibido las gracias de su protegido, volvió de nuevo al fondo del mar y no pudo sonreír desde entonces.

-¿ Qué es lo que has visto en la superficie? -le preguntaron curiosas sus hermanas.

Pero ella no les respondió.  Siempre había sido silenciosa y pensativa, pero en lo sucesivo lo fue aún más.  Procuró distraerse cuidando las bellísimas flores de su jardín submarino, pero lse puso más triste al recordar las maravillosas flores de la tierra, el color del cielo y la caricia de la brisa.

Muchas veces subió a la superficie, en las noches de luna, pero nunca volvió a ver al príncipe.

Un día, no pudiendo soportar más su pena, contó a sus hermanitas lo que había sucedido.

-Si pudiera caminar por la tierra -les dijo-, iría a buscar al príncipe y no me apartaría de su lado.

-Quizá consigas lograr tu deseo -dijo un pulpo que había estado escuchando-, si haces una visita a la bruja que vive en la cueva de los acantilados.

La sirenita fue hasta aquella cueva y encontró a la bruja.  Ésta le preguntó con voz desafinada:



-¿Qué quieres de mí?

-Quisiera tener dos piernas como las princesas de la tierra.

-Te has enamorado del príncipe, ¿no es cierto?

-Si -respondió la sirenita con voz trémula.

-Te ayudaré -prometió la bruja-.  Conseguiré que tu cola de pez se convierta en un par de robustas piernas, pero tú, a cambio, tendrás que darme algo.

-Te daré lo que desees -dijo la sirenita-, todo el oro que hay en el mar, - collares de perlas y de coral...

-¡Bah! -interrumpió la bruja-.  Todo eso no me interesa.  Lo que quiero es tu voz.

.Pero si me quitas la voz -replicó la sirenita- ¿ cómo podré hablar con el príncipe?

-En tus ojos leerá lo que sientes, sin necesidad de palabras.

-De acuerdo -se resignó la sirena-.  Te daré mi voz a cambio de las dos piernas que me permitirán ir hasta donde el príncipe.

-Toma este brebaje -dijo la bruja, ahora con la dulce voz que le había donado la sirena-, y verás cumplidos tus deseos.


La princesita-sirena bebió el brebaje de la bruja y su cola de pez desapareció para dar paso a un par de esbeltas piernas.  Después de caminar entre bosques y montañas, llegó a la ciudad.  Encontró que en el palacio del príncipe estaban celebrando una fiesta.

-No te dejarán entrar, muchacha -le dijo un conejito curioso que estaba en la puerta.

-¿Por qué no? -se dijo la sirena- Mi traje es tan hermoso como el de esas damas que bailan en el salón.

Tal como lo supuso, los soldados centinelas, al verla tan bonita y elegante, se apartaron para abrirle paso.

El príncipe quiso bailar con aquella joven tan bellísima y elegante.  La sirena accedió emocionada, con una angelical sonrisa.

-¿Cómo te llamas tú? -interrogó el príncipe.  

Pero la sirenita, como se había quedado muda, no pudo responder.

-¿Eres muda? -volvió a preguntar el príncipe.

La sirenita, llorando de pena, afirmó con la cabeza.

-Ven -le dijo el príncipe después del baile-, quiero que conozcas a mi novia.  Es una princesa muy bonita como tú, y me voy a casar con ella.


La sirena hubiera querido gritar: "¡Yo también te quiero!  ¡Yo te salvé de morir ahogado!"  Pero como no tenía voz, nada pudo decir.

Pasados unos días, el príncipe se casó con la bella princesa que había venido de un remoto país.  La sirena tuvo que conformarse  con llevar la cola del blanco vestido de novia.  Las campanas sonaban con ritmo de fiesta, pero para ella resonaban tristemente.

Los novios se embarcaron en una hermosa nave y la sirena fue a despedirlos a la playa.  Y allí se quedó hasta el anochecer.  Sus hermanas que salieron a la superficie le dijeron:

-No llores más, hermanita.  Nosotras las sirenas, no podemos conquistar el amor de un ser humano.  Debes resignarte.

La bruja devolvió la cola de pez a la sirena y las seis hermanas volvieron al fondo del mar.  En las noches de luna, la sirenita enamorada vuelve a salir a la superficie a espiar el paso de los barcos.



Desfilan muchas naves, pero en ninguna viaja el príncipe a quien un día salvó la vida y por quien languidece de amor.











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