LA VENDEDORA DE FÓSFOROS #cuentosinfantiles #cuentospopulares #andersen #niños #niñas #navidad
Era víspera de Año Nuevo y todo el mundo marchaba apresurado por las calles, llevando paquetes de turrones y golosinas bajo el brazo. La noche de invierno era fría y la nieve caía copiosamente.
Todos paseaban felices pensando en la fiesta que iban a celebrar en sus casas. Todos, menos una pobrecita niña vendedora de fósforos, quien, por desgracia, había perdido las zapatillas viejas de su mamá al correr para salvarse de un atropello.
La nieve que caía sobre su rubio cabello lo había ondulado graciosamente en torno a su cara.
Dentro de su roto delantal, llevaba unas cuantas cajas de fósforos, que ofrecía a los que paseaban; pero éstos, no le hacían ningún caso.
Entonces ella decidió marchar sin rumbo fijo, curioseando en los atrayentes escaparates llenos de cosas riquísimas.
De tanto caminar se sintió muy cansada y se sentó en un tibio rincón de una calle. No podía regresar a casa porque, como no había vendido una sola caja de fósforos, tenía miedo de que su padre la pegase. Además, en su casa no había ninguna cena y allá sentiría tanto frío como en la calle, ya que el viento se colaba por todas las rendijas.
Como las manos de la niña estaban heladas, ésta pensó que encendiendo un fósforo sentiría algo de calor. Sacó, pues, una cerilla y la frotó sobre una niña piedra. ¡Ris!, se encendió la cabecita del fósforo y a su brillante luz cambió por completo el miserable aspecto del rincón en el que se guarecía la pobre niña.
La pequeña se imaginó que estaba sentada cerca de una gran estufa de carbón y ¡qué bien se sentía el calor! Éste se esparcía alrededor de la niña y reanimaba sus ateridos miembros, pero... se apagó la cerilla y la ilusión se acabó.
Alentada por el resultado anterior, la niña sacó otra cerilla y la frotó sobre la piedra, ¡Ris!, y la luz esta vez fue tan brillante que la pared de la casa se hizo transparente, y la niña se encontró sentada, junto con otros niños que eran hijos de la familia que habitaba la casa, alrededor de una espléndida mesa que estaba llena de exquisitos manjares.
La boca de la niña se llenó de saliva y ya se disponía a empuñar su tenedor cuando se apagó la segunda cerilla y no quedó de ella más que un palo quemado.
La niña encendió un tercer fósforo y se vio al pie de un árbol de Navidad, lleno de luces; pero una ráfaga de viento helado apagó la llama de la cerilla y las luces del árbol de Navidad se subieron a las estrellas.
"Eso es que alguien se muere" pensó la niña, viendo que una estrellita corría por el cielo.
Había oído decir a su abuelita que cuando hay una lluvia de estrellas es porque éstas bajan a la tierra a llevarse el alma de los que mueren.
Un cuarto fósforo encendió una claridad azulada, en el centro de la cual estaba su abuela, que había muerto hacía ya tiempo. La buena abuelita la miraba dulcemente y ya no tenía ese aspecto de frío y de fatiga que tenía cuando murió, sino que se mostraba hermosa y sonriente.
-Abuelita -le dijo la niña-, llévame contigo. no me dejes aquí, que me estoy muriendo de frío.
La abuela cogió a la niña en sus brazos y subió al cielo con ella. Allí ya no tendría frío y ya no sufriría. Los asistentes a los bailes, que en la madrugada retornaban a sus casas, encontraron el cuerpo de la pequeña vendedora de fósforos, que había muerto de frío.
Su hermosa carita inocente mostraba una felicidad que nadie comprendió, porque nadie había visto las cosas que ella contempló, sólo ella, a la luz mortecina de una caja de fósforos.
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