ONDINA Y EL PRÍNCIPE #leyendas #lecturajuvenil #europa
Érase una vez, hace mucho tiempo, un príncipe bello como el sol y triste como una piedra. Su anciano padre reinaba sobre un pequeño territorio de montañas, bosques y ríos, y el joven pasaba los días soñando en la orilla del lago, no lejos del castillo real.
Cuando tenía diecisiete años, el príncipe perdió a su madre, a la que adoraba. Pocos meses después, el rey se volvió a casar con una muchacha joven, una hermosa mujer morena, venida de quién sabe dónde, que parecía haberlo embrujado. Entonces, el príncipe cayó en una profunda melancolía.
Un día del mes de mayo, el rey decidió organizar una gran fiesta para distraer a su joven esposa. En realidad también esperaba que entre los invitados hubiera al menos una muchacha que le gustara al príncipe y le devolviera la alegría, pues el anciano rey amaba mucho a su hijo, y le daba mucha pena verlo tan triste.
Al llegar la noche, el gran salón del castillo se llenó de importantes señores, nobles damas y bellas damiselas... Pero el príncipe en cambio no se encontraba allí. En lugar de reunirse con los invitados, había salido discretamente y se encaminaba directamente a orillas de su querido lago...
El príncipe desconocía que en un rincón del lago, en una casa de algas y nenúfares, habitaba el anciano padre de una ondina (ninfa acuática), que era eñ señor de todas las criaturas acuáticas de los alrededores, desde los renacuajos y las ranas, hasta las hadas que iban a danzar cada noche sobre el agua. Vivía en el lago con su única hija, Ondina, a quien quería por encima de todo.
Cada noche la bella Ondina subia a la superficie, se sentaba en la orilla y cantaba a la luna y las estrellas. Su voz era tan maravillosa, que todos los habitantes del lago y su entorno contenían la respiración para escucharla mejor. A veces llegaban las hadas del bosque, y Ondina, muy contenta, bailaba con ellas hasta el alba...
Todo esto lo ignoraba el príncipe, pues hasta entonces sólo había acudido a aquellos parajes durante el día.
Aquella vez, llegó justo después de la caída del sol.
Se sentó sobre su roca preferida, como de costumbre, y se puso a meditar tristemente bajo el claro de luna.
Fue entonces cuando, de las brumas que rodeaban el lago, surgió un canto maravilloso. Por un momento, el príncipe creyó que estaba soñando, pero no, la voz estaba muy viva, e incluso parecía muy cercana...
El príncipe se levantó, y, de puntillas, marchó en busca de la persona que así cantaba. Rodeó algunas rocas sin hacer ruido, atravesó muy despacio un bosquecito de sauces, separó suavemente una cortina de juncos y se detuvo, de repente; ¡en la orilla estaba sentada la joven más bella que había visto nunca! Mientras cantaba, sus largos cabellos dorados parecían bailar a su alrededor, sus ojos brillaban como dos estrellas de esmeralda, y daba la impresión de ir vestida con ropas transparentes, como un hada.
Desde ese momento, el príncipe quedó prendado. En un instante se olvidó de su tristeza y sólo tuvo un pensamiento, estrechar entre sus brazos a la bella Ondina y retenerla siempre con él.
Reuniendo todo su valor, el tímido joven dio tres pasos hacia adelante. Ondina se sobresaltó al verlo y permaneció en silencio. Pero el príncipe le dijo dulcemente:
-No huyas, tú que eres tan bella, no tienes nada que temer de mí. Escúchame, te lo ruego. Hace poco tu voz me ha encantado, y cuando te he visto, he sabido que no podría vivir más sin ti. Quienquiera que seas, ¿quieres casarte conmigo?
Era la primera vez que Ondina veía a un ser humano. Sin embargo, ese joven no le daba miedo realmente. Al contrario, se sentía extrañamente atraída por él... Casi a su pesar, estaba a punto de abrir la boca para decirle "si", cuando de repente movió la cabeza: ¡pero lbueno, era imposible! ¡la tomaba por una joven y no era más que una criatura de las aguas!
"Plaf", se metió en el lago y desapareció en un instante, dejando al príncipe estupefacto.
Las noches siguientes, el príncipe se escapó del castillo para acudir al lago donde esperaba volver a ver a su bella amada. Pero sólo encontró las rocas grises y los juncos que silbaban en el viento...
Y es que Ondina, por su parte, no se atrevía a salir del lago por temor a tropezarse de nuevo con el joven. Sin embargo, no dejaba de pensar en él..., hasta que comprendió que ella también lo amaba.
Entonces Ondina volvió a cantar en la superficie del lago y vio de nuevo al príncipe. Muchas noches seguidas pasaron maravillosos momentos conversando bajo el claro de luna. El príncipe no había sido nunca tan feliz. Pero cuando quería abrazar a su amada, sus brazos se cerraban en el vacío, y cuando deseaba cogerle la mano, no podía agarrar nada.
-Mi amado -suspiró Ondina una noche-, si sigo siendo una criatura del agua, no podremos vivir nunca juntos. Mi padre, el maestro del lago, me dijo un día que, a veces, las ondinas podemos convertirnos en seres humanos. Voy a hablarle de nuestros sentimientos, quizá consiga su favor. Espérame unos días y tal vez encuentres a tu Ondina transformada en mujer...
Tras estas palabras, desapareció bajo el agua.
Cuando el anciano conoció el deseo de su hija, se enfureció:
-¡Desdichada! ¡Hubiera preferido que te enamoraras de un pez o de un sapo, en lugar de un ser humano! Debes saber que, para mi desgracia, amé a una mujer. Tu madre, a quen no has conocido, parecía tan buena como bella. Sin embargo, nos abandonó, a tí y a mí, para casarse con un hombre de su mundo. Después de esta triste historia, he hecho todo lo posible para que ignoraras a los seres humanos... ¡pero ahora resulta que te enamoras de uno de ellos! ¡No, no y no, jamás te ayudaré a unirte a él!
Pero Ondina le suplicó tanto, que su padre terminó por ceder:
-En lo más profundo del bosque habita la bruja de las aguas, que conoce el secreto de la vida humana. Puede transformar las cosas y las personas, y sabrá darte la apariencia de una mujer. Pero te lo ruego, ¡reflexiona!
Ya había reflexionado. Ondina le dijo adiós a su padre, y se marchó directamente a casa de la bruja. En medio de una gruta, en el bosque, vio a una vieja con cabellos de serpiente, que le habló con una malvada voz de cuervo:
-No digas nada, bella joven, yá se por qué vienes. Así que ¿deseas marcharte con los humanos? ¿Has decidido tener un corazón que palpite y la sangre bien caliente? ¿Quieres ser la mujer de un príncipe? De todas formas, también hay otras cosas buenas en la vida de una ondina, libre y feliz, dentro del agua, ¡Je, je! Pero realmente lo ansías, puedo ofrecerte todo eso, querida.
-¿Qué tengo que hacer entonces? -se impacientó Ondina-. ¡Dígamelo, estoy dispuesta!
-Bien, bien, como quieras. Primero, a cambio de este sortilegio, me darás tu alma, tus vestidos transparentes, tu maravillosa voz. Irás con tu príncipe miuda y desprovista de tus encantos mágicos. Así comprobarás si te ama realmente... Pero cuidado, si el príncipe te rechaza si reniega de vuestro amor; estás condenada a errar por el bosque, bajo la forma de un fuego fatuo. La única manera de volver a convertirte en una Ondina sería vengarte matando al príncipe. ¿Aceptas estas concidiones?
-Acepto todo -dijo Ondina-, date prisa en hacer tu trabajo.
Inmediatamente, la bruja, mascullando, preparó en su caldero una mezcla de hierbas mágicas, regada con diversos licores de la madre Celestina. Ondina, inmóvil, esperó pacientemente a que terminara. Entonces, sin decir ni una palabra, se bebió el desagradable brebaje... y perdió el conocimiento.
Cuando Ondina se despertó, se encontraba en la orilla del lago y el príncipe se inclinaba sobre ella. Por primera vez, se acurrucó en sus brazos y él la condujo al castillo real.
El soberano no acogió mal a la extraña novia del príncipe. Sabía que, gracias a ella, su hijo era de nuevo feliz. Pero todas las personas de su alrededor evitaban a la bella muda, como si no fuera de los suyos. Sólo el príncipe le hablaba... y para Ondina era lo único realmente importante.
Había una persona, en especial, que no veía con buenos ojos la llegada de la joven, era la reina. Y es que esta mujer estaba enamorada en secreto del príncipe y sólo se había casado con su padre con la esperanza de poder esposarse con el hijo una vez que el anciano muriera.
Cuando supo que el príncipe iba a contraer matrimonio, la reina decidió hacer algo. A escondidas, preparó dos brebajes cuyas recetas procedían de su lejano país. El primero se llamaba "muerte segura", y el segundo "amor fulminante".
Aquella misma noche, durante la cena, le sirvió el primero a su esposo...
Tres días más tarde, el rey murió mientras dormía. Era tan viejo que a nadie le sorprendió. Tras un mes de luto, según la costumbre, se preparó una gran fiesta en honor del joven príncipe que subía al trono.
Durante el banquete, la reina ofreció al joven una bebida en una copa de oro:
-¡Brindemos por vuestro reinado, Majestad! -le dijo con una sonrisa-. ¡Qué sea próspero y duradero, y que traiga a todos mucha felicidad!
En ese mismo instante, Ondina estaba sentada a la derecha de su amado, sonriente y feliz. El príncipe levantó la copa de oro y bebió de un trago, sin sospechar nada, el segundo brebaje preparado por la reina...
Al momento, observó a Ondina con asombro:
-¿Qué hacéis a milado? -le pregunró con frialdad- ¡Este lugar es el de la reina!
Ondina, desesperada, buscó la mirada de su príncipe. Pero éste se dirigía a la viuda con todo el amor y respeto del mundo. Y sin preocuparse de Ondina, se levantó y cogió la mano de la malvada mujer.
-Venid, amada mía -le dijo-. ¡Reina eras y reina seguiréis siendo pues mañana me casaré con vos!
A la mañana siguiente, cuando el príncipe salió de las habitaciones de la viuda, Ondina, más pálida que nunca, se arrojó a sus pies. No podía hablar, pero sus ojos llenos de lágrimas se expresaban por ella. Sin embargo, el joven no la escuchó.
-¡Dejad de importurnarme con vuestros brazos helados! -le dijo rechazándola-. ¡Regresad a vuestros nenúfares, ése es vuestro sitio!
Y continuó su camino, sin mirarla.
Entonces la muda Ondina dejó escapar un grito desgarrador. Al mismo tiempo, su cuerpo se hizo transparente y, muy pronto, sólo se vio un pequeño fuego fatuo que rondó un instante por el castillo, y luego desapareció...
Desde el renacuajo más pequeño hasta las ninfas y las hadas, todo el pequeño mundo de las aguas lloró por la desgracia de la pobre Ondina. Su anciano padre era el más afligido de todos. Incluso fue a ver a la bruja para suplicarle que le devolviera a su hija.
-¡En el nombre de un sapo! ¡Sabes muy bien que un hechizo es un hechizo! -respondió la vieja-. ¡No puedo hacer nada si tu hija no mata al que la ha traicionado! ¡Que lo arrastre a las profundidades del lago, y recuperará su vida de hada! Si no, será un fuego fatuo por siempre jamás.
Por mucho que el anciano suplicó a su hija quie se vengara, ésta se negó a hacerlo:
-¡Ay, padre, no puedo sacrificar la vida del príncipe, pues, aún lo amo, a pesar mío! Perdóname, pero prefiero seguir siendo un fuego fatuo durante toda la eternidad antes que darle muerte.
En anciano comprendió que su hija sería incapaz de actuar contra su amado. Entonces decidió que él mismo la vengaría.
Una noche, se transformó en un soberbio caballo negro. Franqueó de un salto el muro del jardín real y se colocó ante el palacio. En ese mismo instante, el joven y su esposa, en la terraza, estaban admirando la puesta de sol.
-¡Qué hermoso animal! -exclamó el rey-. ¡Nunca he visto un caballo tan magnífico! Pero, ¿de dónde puede venir?
-¡Qué importa! -respondió la reina-. Intenta atraparlo, ¡es tan bello!
¡Era más fácil decirlo que hacerlo! El rey se dirigió hacia el animal, pero éste se alejó un poco. El rey volvió a dar un paso hacia delante, y el caballo lo llevó un poco más lejos. Esta maniobra duró hasta que se encontraron los dos al fondo del jardín, cerca del bosque. Entonces el caballo se detuvo y permitió que el rey montara.
-¡Hurra! -gritó el joven volviéndose hacia la reina-. ¡Lo he domado!
Acabada de decir estas palabras, cuando el caballo saltó hacia adelante, atravesó el muro y se llevó a su caballero al galope a través del bosque...
Unos instantes después, el caballo, que había entrado en el lago, se detuvo justo en el centro e hizo una cabriola para tirar al rey al suelo.
Recuperando su forma mágica, el señor de las aguas arrastró al traidor hasta las profundidades...
Por su parte, la malvada reina, inquieta, había salido en busca de su querido esposo. Atravesó el jardín: ¡nadie! Atravesó el bosque: ¡nadie! Llegó a la orilla del lago ¡nadie!
Cuando se disponía a dar media vuelta, las hadas de las aguas la vieron y acudieron gritando:
-¡Mirad a la malvada! ¡Ella es quien le ha causado su desgracia a Ondina! ¡No dejemos que se vaya! ¡Hagamos un corro!
Y las hadas de las aguas, que pueden ser muy malas cuando se enfadan, arrastraron a la reina en un corro infernal, obligándola a bailar y bailar, hasta que murió.
Sin embargo, como dijo la bruja, un hechizo es un hechizo. A pesar de la muerte del rey y de la reina, Ondina siguió siendo un fuego fatuo durante toda la eternidad, y comentan que aún vaga por los alrededores del lago, temblorosa y frágil, buscando a su amado...
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