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LA FUENTE DEL OLVIDO #leyendas #suiza #lecturajuvenil





Había una vez, en lo alto de la montaña, una pequeña fuente...  El agua salía por una grieta en la roca, y formaba un bonito estanque a sus pies.  Era una minúscula fuentecilla de nada, perdida en el bosque, muy lejos del primer pueblo y, sin embargo, todas las gentes del país habían oído hablar de ella...

-¡Más vale no beber de ese agua! -decía uno.

-¡Los que han bebido de ella han olvidado para siempre quiénes era, de dónde venían y adónde iban! -apuntaba otro.

-¡Sí, vagan por el bosque como unos miserables hasta su muerte! -manifestaba un tercero.

-¡Pobre del que beba de la fuente del olvido!  -añadió el último.

Y nadie se aventuraba a acercarse a la fuentecita, excepto los pájaros y los animales del bosque. 

Veamos por qué...


Hace muchísimo tiempo, un hada de las aguas habitaba en esta fuente.  Cuando era joven, se enamoró de un cazador que se había extraviado en la montaña, y de su amor nació un niño.  Pero el cazador abandonó pronto al hada, al niño y la fuente, para regresar al valle...

Desde esa traición, el hada profesaba un odio terrible a los humanos.

Sin embargo, adoraba a su hijo, y los dos vivieron felices, durante años, en su pequeño mundo, perdido en el fondo del bosque.

Cuanto más crecía más radiante era la belleza del niño.  El hada se las arreglaba para que nadie se acercara nunca a su escondite secreto, pues temía sobre todas las cosas que un día su hijo se enamorara de una joven y se marchara con ella...  Así, a los dieciséis años, el joven no había conocido todavía a ningún ser humano.


Pero por aquella época, el hada recibió un llamamiento de la reina de las hadas, que la reclamaba a su lado por espacio de un día.  Con el corazón encogido, preocupada por dejar solo a su muchacho, tuvo que ponerse en camino...

No lejos de aquel lugar, sobre una roca que dominaba toda la comarca, se alzaba una fortaleza.  El príncipe del país vivía allí, con su hija, de belleza legendaria.  De todas partes del mundo acudían jóvenes a pedirla en matrimonio: caballeros, hijos de reyes y emperadores, todos la querían por esposa.  Pero la joven eran tan orgullosa como bella, y le divertía mucho ver a todos aquellos hombres de rodillas por sus bellos ojos.

-No -le decía a uno de ellos-, no me gustas nada-

-Ah -le comentaba a otro-, no estás mal, pero hablas como un sirviente.

-Veamos, veamos, acércate -seguía manifestando-. ¡Puag, hueles mal!


Y uno tras otro, humillados, los pretendientes abandonaban el castillo y regresaban a su país.  Sin embargo, cada día otros le sustituían y el juego continuaba.

A decir verdad, la muchacha no tenía demasiadas ganas de casarse.

A menudo, para distraerse de todos aquellos pesados, se iba a dar una vuelta a caballo por el bosque, y galopaba durante varias horas.

Una mañana, justo el día que el hada se había ausentado, el azar hizo que mientras daba su paseo, la joven pasara cerca de la famosa fuente.  Se detuvo, encantada por el lugar, y se asomó al pequeño estanque.

Entonces fue cuando apareció el hijo del hada.


A excepción de su madre, no había visto nunca otra cosa que animales salvajes, ¡y ahora se encontraba con la joven más bella de la tierra!  Por mucho que el hada le repitió mil veces que los humanos eran unos seres repugnantes, se sintió atraído por la joven como por un imán, y el corazón se le encogía al mirarla.  Lo que sentía era todo lo contrario al desagrado, era amor...

Cuando el joven surgió delante de ella, la  hija del príncipe lanzó un grito de espanto.  Pero pronto le tranquilizó su amable mirada.  Además, era tan bello que, por primera vez en su vida, sintió que su corazón latía más deprisa.

Pasado el primer instante de sorpresa, los dos jóvenes se pusieron a charlar:

-Esta fuente no suele tener muchas ocasiones para reflejar un rostro tan bello -dijo el joven para halagarla.

-¡Y yo no veo muchos príncipes tan encantadores como vos en mi castillo!

-¡Todos los árboles del bosque deberían inclinarse cuando os ven pasar! -prosiguió el muchacho.

-¡Crecerían en ángulo recto si tuvieran que inclinarse ante vos! -respondió la joven.


Y se echaron a reír a carcajadas.  Estuvieron hablando así durante un buen rato, y se veía claramente que los dos estaban enamorados.  Sin embargo, cuando la chica se levantó para marcharse, su orgullo pudo más que ella:

-No me disgustas -le dijo-, y oigo con placer que me amas.  Debes saber, sin embargo, que soy la hija del señor de este país, y que ya le he negado mi mano a más jóvenes que árboles hay en este bosque.  Tú, que eres el más encantador, pruébame que también eres el más rico y poderoso.  Éste es mi deseo, deberás hacer que mañana, cuando regrese, se levante alrededor de esta pequeña fuente un pabellón de oro y plata, cubierto de perlas y diamantes, más brillantes que el agua de la fuente...  Si llevas a cabo esta hazaña, mantendré mi promesa, me casaré contigo.

Cuando el hada regresó por la noche de su corto viaje, descubrió a su hijo sentado cerca de la fuente, con un aspecto muy desdichado.  Le contó a su madre el encuentro con la joven y, para terminar, le habló de su requerimiento.

-¡Ay! -se lamentó el hada-.  ¡Ha sucedido lo que más temía en el mundo!  ¡Querido hijo, esa mujer orgullosa será tu desgracia si atiendes sus caprichos!  ¡Te lo suplico, aléjala de tu  corazón!

Pero no hubo nada que hacer.  El joven se mostró tan apenado, que su madre prometió ayudarle.

Al día siguiente, cuando la hija del señor volvió, alrededor de la pequeña fuente se alzaba  un pabellón, más bello aún de lo que había imaginado.  Los diamantes y las perlas brillaban sobre las paredes, y el fondo del estanque estaba cubierto de piedras preciosas que centelleaban bajo el agua de la fuente.



La joven, maravillada, entró en el pabellón en el que la esperaba el hijo del hada.  Pero cuando vio al joven, feliz y lleno de esperanza, disimuló su emoción, y su maldito orgullo habló por ella.

-Decididamente, tenía razón al depositar mis esperanzas en ti -dijo-.  Para empezar, esta pequeña obra no está mal.  Sin embargo, comprenderás que no es suficiente para demostrarme tu amor.  Hoy mismo han venido varios hijos de reyes y emperadores para arrodillarse ante mí...  Naturalmente, los he echado a todos, pues es a ti a quien amo.  Así que, si cumples mi deseo te prometo que te daré mi palabra.  Verás, este bosque me aburre, con todos esos árboles hasta donde alcanza la vista.  Intenta transformarlo de aquí a mañana en un gran parque, con estatuas de mármol y bellas alamedas, y un pequeño jardín de naranjos.  ¡Entonces comprobaré si me amas de verdad!

Y, saltando sobre su caballo, desapareció, dejando al joven más apesadumbrado que nunca.

-¡Maldita coqueta! -exclamó el hada cuando conoció el deseo de la joven-.  ¡Su orgullo no tiene límites!  Cuando le hayas dado su pequeño jardín, querrá otra cosa, ¡y te hará sufrir siempre!

Pero el muchacho, que amaba demasiado a la bella joven, le suplicó a su madre que le ayudara una vez más.

-Mi querido hijo, haré lo que me pidas porque no puedo soportar verte tan triste.  ¡Pero que esa caprichosa princesa mantenga esta vez su promesa!


Al día siguiente, la hija del príncipe casi no pudo encontrar el camino de la fuente: todo el bosque se había convertido en un magnífico parque, el más bello que se había visto nunca.  Por fin, llegó al jardín de los naranjos, cerca de la fuente, donde el joven la estaba esperando.  Era tan feliz que le tendió la mano sonriendo y dijo:

-¡Oh, mi buen amigo, como prometiste...!

Pero se interrumpió.  Su endiablado orgullo le hizo retirar la mano y rectificó, cambiando de tono:

-...Como prometiste, has hecho este maravilloso parque y veo que me amas de verdad.  Sin embargo, estarás de acuerdo en que la hija de un príncipe no puede vivir si no en un castillo.  Así que, antes de casarme contigo, te pido que construyas para mañana, en lo alto de esta montaña, un palacio digno de mí.  ¿Tu amor es suficientemente grande como para satisfacer este último deseo?


Acababa de decir la joven estas crueles palabras, cuando el hada, enfurecida, desencadenó una tormenta tan violenta como su cólera.  Unas nubes negras cubrieron el sol, el trueno rugió y unos relámpagos aterradores desgarraron el cielo.  En un instante, el pabellón de oro, el parque, las estatuas de mármol y el jardín de naranjos desaparecieron hasta el último resplandor de diamante, y todo volvió a estar como antes.

Entonces la tormenta se alejó tan bruscamente como había estallado, y los dos jóvenes se encontraron al pie de la pequeña fuente.  El hada surgió del agua, furiosa.

-¡Yo te maldigo, mujer sin corazón! -le dijo a la joven-.  ¡Tú y los tuyos no hacéis otra cosa que repartir sufrimiento por el mundo!  ¡Has herido demasiado a mi hijo con tu insensato orgullo!  ¡Para castigarte, quiero que te olvides hasta de tu nombre y tu pasado!  ¡Errarás por este bosque, sola y sin memoria, hasta el fin de tus días!  ¡Y que todos los que beban el agua de esta fuente conozcan siempre la misma suerte!


No se puede hacer nada contra la maldición de las hadas.  Desde ese mismo instante, la hija del príncipe vagó durante mucho tiempo como una pobre loca por las montañas, sin saber quién era.  El hada y su hijo se fueron a vivir a un lugar aún más recóndito y secreto, al que nadie fue nunca a turbar su soledad.

Durante años y años, las personas que por azar pasaban cerca de la fuente y bebían el agua maldita se perdían para siempre en el bosque, quedándose sin memoria.


Hasta que un día, una tormenta especialmente violenta hizo caer una gran cantidad de piedras sobre la fuente.  Sepultada, acabó por desaparecer también de la memoria de todos.


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