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LA NUTRIA Y LOS INDIOS #cuentospopulares #norteamerica #lecturajuvenil





Érase una vez una tribu de pieles rojas instalada en lo más recóndito de Canadá, en una zona tan fría que sólo vivían ellos, el Gran Manitú y algunos animales salvajes.

Pero aquel invierno, los valientes cazadores no encontraron ni la más pequeña huella de vida sobre la nieve.  Una terrible tempestad azotaba el bosque y, cada noche, los hombres regresaban a su tienda con las manos vacías, seguidos por el aullido de los lobos.

¡Sus espíritus estaban preocupados y sus estómagos gritaban de hambre!

Una noche, Dadahwat, el Gran Brujo de la tribu, se dirigió a la comunidad.




-Nuestras desgracias han durado demasiado.  He invocado a mi saco mágico para que nos ayude.  Sólo tenéis que tocarlo pensando en el animal que queréis cazar, y ese animal acudirá a vuestro encuentro.  Pero cuidado, ¡si os coméis el corazón de vuestra presa, el encanto del saco mágico se romperá para siempre!

Llenos de esperanza, los cazadores tocaron el famoso saco, unos pensando en un buen oso, otros en un ciervo majestuoso o en la saltarina liebre blanca...  Cuando fue el turno del más joven, Skagedi, pensó en un lince de orejas puntiagudas.


Tras esto, todos se fueron a acostar... y el Gran Espíritu hizo pasar rebaños enteros de animales salvajes por los sueños de los cazadores.

Pero Skagedi no lograba conciliar el sueño, ¡tenía hambre, mucha hambre!

-¿Por qué tengo que esperar a mañana? -pensó-.  Al lince le gusta la noche: éste es el momento.

Y sin dudar un instante, se levantó y se fue al bosque, que estaba débilmente iluminado por un pequeño rayo de luna.

Skagedi se esperaba largas horas de marcha: ¡con el saco mágico o sin él, el lince no es una presa fácil!  Pero acababa de penetrar en el bosque cuando se quedó paralizado, a pocos pasos de él asomaban en la oscuridad las orejas del animal...




También el lince estaba cazando.  Entre sus patas se debatían dos jóvenes nutrias.  Skagedi se dispuso a darles el golpe de gracia, pero cuando vio la mirada suplicante de los pobres animales, lanzó una flecha y mató sólo al lince.

Las jóvenes y bonitas nutrias huyeron inmediatamente a las profundidades del bosque.  Skagedi estaba tan contento de haberlas salvado y de haber encontrado su presa, que se olvidó de la orden de Dadahwat.  Abrió de una cuchillada el vientre del lince y, según la costumbre, se comió el corazón.

"¡Ay! -pensó de repente-.  ¡He desobedecido al Gran Brujo!"

Pero cuando se tiene la tripa llena, una tontería no parece tan grave.

"¡Bah!, nadie sabrá nada, ¡estoy seguro de que el saco mágico seguirá con sus favores como si nada!

Y con estas palabras tan poco razonables, fue a acostarse llevando su lince.


Al amanecer, los hombres de la aldea se marcharon de caza.  Pero por mucho que corrieron por los bosques hasta la noche, no hallaron ni un buen oso grande, ni el ciervo majestuoso, ni la liebre saltarina: ¡tan sólo el viento y el aullido de los lobos!

-¡Dadahwat, tu saco mágico no sirve para nada! -protestaron los cazadores ante el Gran Brujo.

Dadahwat puso cara de viejo búho y se enfado mucho.

-¡Si el saco mágico no envía animales a vuestro encuentro es porque uno de vosotros se ha comido el corazón de su presa!  ¡Y quiero saber quien ha sido!

No tuvo que buscar muy lejos: delante de la tienda de Skagedi yacía el lince con el corazón arrancado.

-¡Maldito seas, Skagedi! -bramó el Gran Brujo- ¡Por culpa tuya se ha anulado el poder de mi saco mágico!

El joven salió de su tienda frotándose los ojos.

-¡Maldito seas, por el Gran Manitú! -repitió Dadahwat-.  Nos marcharemos todos y buscaremos un lugar mejor para vivir.  Pero tú te quedarás aquí, solo, pues has traicionado la confianza de tus hermanos.




Dicho y hecho.  Todos recogieron lsus cosas, para marcharse y nadie protestó contra la sentencia del Gran Brujo porque se había cometido una falta muy grave...  Sólo la joven Wia, que quería mucho a Skagedi, lloró al día siguiente al abandonar el poblado.

Ya no se oía ni un ruido, ni una palabra, ni una risa o grito.  Solo en su tienda, Skagedi no oyó durante todo el día más que el viento de la tempestad y el crepitar de su pequeño fuego...

Sin embargo, por la noche le pareció escuchar unos pasos.  Sacó la cabeza fuera, pero nada...  Entonces una vocecita, muy cerca de él, murmuró:

-Skagedi, Skagedi, ¿me oyes?  Muy cerca de aquí hay una gruta.  Y en la gruta ¡hay un oso!  Skagedi, Skagedi, ¿has tomado nota?

-¡Si! -dijo el joven-.  Pero ¿quién eres?

No obtuvo respuesta...

Al amanecer, Skagedi salió a explorar los alrededores.




Pronto encontró la gruta en la que invernaba un oso.  Skagedi lo mandó rápidamente al país del Gran Sueño, y pasó el día cortando la carne y preparando la piel.

Por la noche, cuando se estaba quedando dormido en su tienda, volvió a oír la vocecita:

-Skagedi, Skagedi, ¿me oyes?  Wia vendrá a verte mañana.  dale este mensaje para tus hermanos: que vuelvan a la aldea y que Dadahwat lleve el saco mágico, porque le devolverás todo su poder.  Skagedi, Skagedi, ¿has entendido?

-¡Sí! -dijo Skagedi saltando fuera para ver quien había hablado.  Pero no había nadie.

A la mañana siguiente llegó Wia, contenta de encontrar a su Skagedi sano y salvo.  Como había acordado con la misteriosa voz, el joven le confió el mensaje a la muchacha, lque se marchó para anunciar la buena noticia.

Skagedi, Skagedi, ¿me oyes?  Cuando Dadahwat traiga el saco, cógelo y pide a todos los cazadores, uno por uno,  que digan el animal que desean.  Todos los animales saldrán del saco.  Pero tú no formules petición alguna: cuando estén todos servidos, vendrás a traerme lo que quede en el fondo del saco.  Te avisaré cuando sea el momento.  Skagedi, Skagedi, ¿has oído?

-¡Sí! -respondió el joven.

Y se fue a dormir tan tranquilo.

Al día siguiente, los indios estaban de vuelta.  Dadahwat se dirigió directamente a Skagedi.




-Hemos regresado como nos has pedido.  Aquí está el saco: ¡devuélvele su poder mágico y no nos marcharemos!

Skagedi cogió el saco y se dirigió a uno de los cazadores:

-¿Qué animal quieres atrapar?

-¡Quiero un oso! -respondió el joven.

Y un gran oso dormido salió del saco.

-¿Y tú? -preguntó Skagedi a otro muchacho.

-¡Un ciervo!

Y "¡hop!", un magnífico ciervo saltó fuera del saco.

-¿Y tú? -dijo Skagedi a un tercer hombre.

-¡Una liebre!




Y la liebre blanca saltó hacia él.

De esta forma, bajo la mirada confusa de los cazadores, salieron del saco mágico decenas de animales.

Cuando todo el mundo estuvo servido, Skagedi metió las manos en el saco y tropezó con una cosa muy suave: ¡una pata de nutria!

-Vuelve a coger tu saco mágico -le dijo a Dadahwat- ha recuperado su poder.  En cuanto a mí, tengo algo que hacer...

Y tras salir de la aldea, se puso en camino para llevar la pata de nutria.  No sabía muy bien dónde tenía que ir, pero sus mocasines nuevos parecían guiarle recto hacia el bosque.

Muy pronto descubrió una pequeña choza que no había visto antes, seguramente era el lugar de la cita.




Pero cuando entró en la choza, tan sólo encontró un ligero olor a nutria.  Mala suerte, Skagedi dejó la pata y salió muy deprisa, no muy contento.

No había dado aún tres pasos cuando oyó la vocecita:

-Skagedi, Skagedi ¿me oyes?

Skagedi se volvió... y pegó un salto: ¡la pequeña choza se había convertido en un lago!  Y desde el borde del lago, invisible, seguía la voz:

-Un día me caí en una trampa de nutrias que había colocado uno de los tuyos y tuve que sacrificar mi pata para librarme.  Es la que me acabas de traer.  Tú, Skagedi, salvaste a mis dos pequeños de las garras del lince, y por eso te he ayudado.  A partir de ahora, el saco mágico no perderá nunca más su poder, y devuelvo mi amistad a los indios.  Pero espero que nunca jamás nadie ponga  trampas a las nutrias.  ¿Has oído, Skagedi?




¡Claro que había oído!  En cuanto volvió al poblado, loco de alegría, le contó su historia a Wia y luego al resto de la tribu.

A partir de aquel día, los indios no volvieron a cazar nunca más a la nutria, su amiga.  Y gracias al saco mágico, nadie tuvo más hambre, en el país del gran frío.










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