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VIENTO, HURACÁN Y VIENTO HELADO #cuentosinfantiles #cuentospopulares #italia





 Antaño, en el Gran Norte, existía un vasto reino nevado.  Este territorio estaba gobernado por un rey muy viejo y muy sabio.  Era tan viejo que se sentía cansado de reinar.  Pero era tan sabio que no quería dejar su país en manos de cualquiera.  Ahora bien, este viejo rey tenía tres hijos.  El mayor se llamaba simplemente Viento.  Era tanquilo y prudente.  El segundo era conocido por Huracán.  Era vivaracho e inquieto.  El tercero tenía por nombre Viento Helado.  Era brutal y frío.  Un día, el soberano los mandó llamar y les dijo:

-Voy a daros a cada uno tres monedas de plata, y aquel de vosotros que me traiga más monedas, gobernará este país en mi lugar, en mi fabuloso palacio de hielo.




El más joven de sus hijos, Viento Helado, que era el más fogoso e inquieto, se apresuró a partir el primero.  De camino tropezó con un leñador que estaba aserrando los árboles concienzudamente.  Estaba tan concentrado en su trabajo, que se quitó los guantes.  Viento Helado se burló:

-¡Eh!  Cuando te los quieras volver a poner, estarán tan duros y helados que me suplicarás que me vaya...  Para ello, tendrás que darme tantos ducados como lleves en el bolsillo de tu chaquetón.

Y se introdujo en los guantes, sin ser visto, muy despacio.  Cuando el leñador decidió regresar a su casa, no pudo meter los dedos en los guantes de lo fríos que estaban.  El cuero se había endurecido tanto, que estaba tieso y encogido.  Entonces el leñador se dijo: "Voy a acercarme al fuego para ablandarlos un poco".



Y frotó los guantes, uno contra otro, con todas sus fuerzas, sin contemplaciones.  En el interior, Viento Helado, recibiendo porrazos, estuvo a punto de morir despachurrado.  Al final logró salvarse pero, de camino, perdió sus tres monedas de cien ducados.  Cuando se presentó ante su padre, éste se enfadó y le dijó:

-No mereces el país ni mi palacio de hielo.  Debes saber que un rey no puede hacerle daño a sus súbditos.  ¡Lo que te ha pasado te está bien merecido!



Entonces partió Huracán.  Dio una vuelta enorme para llegar en pleno verano a una hermosa región donde la gente se afanaba en la cosecha.  Quiso parecer amable y les propuso ordenar las espigas.  Pero al hacerlo, sopló tan fuerte que la cosecha desapareció en un momento, volando incluso el tejado de la granja.  Ante tal estropicio, el campesino se enfadó y fue a presentar sus quejas al rey.  Para disculparse, Huracán se dirigió al mar donde pensaba acudir en ayuda de algunos marineros.  Sopló tanto y tan fuerte, que las velas se desgarraron y los marineros enfurecidos, fueron a protestar ante el rey.




Muy preocupado, Huracán llegó a la casa de un molinero.  Sopló sobre las aspas del molino con fuerza y cuidado,  pero éstas giraron demasiado deprisa y demasiado fuerte y se rompieron en seguida.  El pobre molinero, contrariado, aceptó los ducados de Huracán para costear las reparaciones.

Desanimado por los fracasos de su hijo pequeño y mediano, el soberano vio cómo se alejaba su hijo mayor.




Éste se acercó a la casa de un campesino que estaba recogiendo trigo.  Sopló suavemente.  Los granos muy despacio, se separaron de la paja para ir a colocarse en el granero.  El campesino quedó tan satisfecho, que le entregó al Viento un ducado de oro.



El hijo mayor siguió su camino y alcanzó el molino donde el molinero enfadado, esperaba que un soplo de aire hiciera girar las  aspas.  Entonces Viento, muy despacio, sopló y sopló sin cesar, y los granos de trigo se trituraron.  Llegaron a hacer tanta harina que ya nadie pasó hambre.  Tendrían pan para el invierno y varios años aún...  Entonces el molinero le dio también a Viento una moneda de oro.



El hijo mayor prosiguió su camino y, al día siguiente, vio a unos marineros que remaban a bordo de un barco que se movía a la velocidad de un caracol. Sus velas estaban arrrugadas y colgaban como si fueran trapos viejos pues había mucha calma.  Entonces Viento comenzó a soplar.  Las velas se hincharon y los marineros se pusieron a navegar, cantando: "Boga, boga!".  Pescaron tanto que obtuvieron bastante dinero por la venta.  Como estaban muy contentos, entregaron varios ducados al hijo del rey.




Cuando volvió a su casa, rico, satisfecho y alegre, su padre lo felicitó y le dio en herencia su país y el palacio de hielo.  A él le hubiera gustado convivir con sus dos hermanos, pero Huracán, enfurecido,  prefirió marcharse y no regresar.  Desde entonces, vaga por la Tierra sin refugio ni compañía.  En cuanto al más joven, Viento Helado, terminó por calmarse.  Ahora sopla por las pendientes en las que esquían los niños y, cuando oye su risa y sus canciones, regresa a su casa, una cabaña de carámbanos, perdida a lo lejos, en el horizonte...




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