¿DE DÓNDE VIENEN LOS COCOS? #leyendas #nuevaguinea #lecturajuvenil
En aquella época, los cocos no crecían en Nueva Guinea. Los guineanos se alimentaban de unos tubérculos llamados taros, de bananas y de tapioca; pescaban peces y crustáceos, pero nunca comían cocos.
Mina vivía en Konedugu. Era una agradable joven a quien le encantaba nadar en un estanque, no lejos de su casa.
Un día, mientras la hermosa Mina se bañaba, sintió que algo le rozaba la pierna. ¡Era una enorme anguila! Asustada, la joven regresó a la orilla. Desde allí, vio a la anguila enrollada sobre sí misma, en el fondo del agua.
A la mañana siguiente, cuando Mina regresó al estanque, no observó huella alguna de la anguila. Como hacía mucho calor, se metió tranquilamente en el agua fresca. De repente, divisó al enorme animal, que hacía unos círculos a su alrededor. El pez la miraba con grandes ojos tiernos, y la joven no sintió miedo. Era un animal muy largo, impresionante, pero totalmente inofensivo. Durante todo el verano, las dos amigas nadaron y se divirtieron juntas en el estanque. Pero una mañana, mientras Mina estaba sentada en la orilla, ocupada en alisarse y secarse el pelo, se aproximó la anguila y, ante el asombro de la muchacha, se transformó en un hermoso joven.
-Soy Tuna, el rey de las anguilas -afirmó-. Mi deber es nadar en los riachuelos, los lagos y los estanques para proteger a mis súbditos. Pero cuando observé tus ágiles movimientos en el estanque, bella como una sirena, me olvidé de todo. Pienso en ti continuamente.
Después, le preguntó sin rodeos.
-¿Quieres casarte conmigo?
Cuando Mina vio a aquel joven, se enamoró inmediatamente de él. Así que aceptó concederle su mano y se unieron en matrimonio.
Fue una época muy feliz. Vivían cerca del estanque, en una casita muy acogedora. Cuando Tuna se encontraba con Mina tenía la apariencia de un hermoso joven. Cuando Mina lo dejaba para irse con sus amigos o a trabajar en el jardín, se volvía a convertir en una anguila, que recorría los lagos, los estanques y los arroyos.
Una noche, Tuna, el rey de las anguilas, salió del agua y se presentó delante de su mujer con su apariencia humana:
-Los dioses están muy enfadados conmigo -le dijo-. Me reprochan que descuido mis deberes de soberano, y muy pronto no podrá siquiera vivir contigo. Me llaman al reino de las aguas. Para castigarnos por nuestra debilidad, los dioses harán que se desborde el estanque, y nos inundará. Sólo conozco un medio para salvarte, pero primero tienes que prometerme que harás exactamente lo que yo te diga. ¿Me lo prometes?
-Sí, amado mío. Te lo prometo.
A Mina se le partía el corazón ante la idea de separarse del hombre al que amaba, pero no tenía elección. Debía seguir las instrucciones de su esposo.
-La inundación invadirá el jardín, luego las aguas llegarán hasta nuestra casa -le explicó Tuna a su esposa, que le escuchaba con atención-. En cuanto oigas el chapoteo en nuestra puerta, tendrás que actuar rápidamente. En ese momento, un anguila vendrá a posar su cabeza en el umbral de nuestra casa. Debes cortarle la cabeza y enterrarla en el jardín. Entonces estarás a salvo y te daré como recompensa un regalo de gran valor.
Con lágrimas en los ojos, Mina asintió a todo.
-Adiós, mi querida Mina -dijo Tuna antes de regresar al estanque.
Su esposa agitó la mano y vio una anguila deslizándose entre las hierbas submarinas.
Por la noche, empezó a caer la lluvia. Al amanecer, cuando Mina se despertó, las aguas comenzaban a invadir el jardín. Mina, temiendo ahogarse, tuvo primera reacción de terror, pero se recobró y cogió un machete.
Esperó un momento. Cuando las aguas subieron, Mina vio una anguila que se acercaba al umbral. Después, el animal colocó la cabeza sobre la escalinata. Con un movimiento rápido como un relámpago, Mina levantó su machete y cortó la cabeza del pez. Pero mientras la cabeza cortada se separaba del cuerpo, se convirtió por un instante en la cabeza de Tuna. La anguila decapitada era su marido, el hermoso Tuna, el hombre al que amaba. Mina lanzó un grito desgarrador que resonó en la lejanía, pero aún así reunió el valor necesario para hacer lo que su esposo le había indicado. Miró a su alrededor. Ya no llovía, y, en el suelo, las aguas empezaban a retirarse. Así que aprovechó para enterrar la cabeza de su amado cerca de su casa.
Algunas semanas más tarde, ante la sorpresa de Mina, creció una planta desconocida en el lugar exacto donde había enterrado la cabeza de Tuna:
-Quizá es el regalo del que me habló Tuna el día que se despidió de mí... Voy a colmar a este brote de todos mis cuidados.
Lo regaba a diario, le hablaba con ternura, acariciaba sus hojas con amor. En poco tiempo, la planta se convirtió en un árbol frondoso. Después el árbol se cubrió de frutos y los frutos maduraron. Un día cayeron al suelo.
Mina los recogió, y vio, como dibujado sobre su corteza, un rostro que la miraba. Parecía como si Tuna en persona le sonriera. Mina comprendió que ese fruto nuevo, al que llamó coco, era el regalo que Tuna le había prometido.
Desde entonces, el como ha sido un auténtico obsequio para todos los habitantes de la isla, para los que hoy día sigue siendo la base de su alimentación.
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