LAS FRESAS #cuentospopulares #francia #cuentosinfantiles #bondad #recompensa
Había una vez una viuda que tenía dos hijitas. La menor era suya, pero la mayor era fruto del primer matrimonio de su marido.
Su hija, Selena, era tonta y poco agraciada, y pasaba el tiempo lloriqueando y refunfuñando, pero su madre la adoraba. Por el contrario la mayor, Ana, era muy bonita, buena y generosa. Era todo sonrisas y alegría de vivir.
Su madre estaba en los huesos, y era una persona con mal humor. Detestaba a su hija mayor, y protestaba aún más al verla reír. Cada vez que Ana sonreía, Selena lloraba un poco mas, y su madre se enfadaba con la hija mayor, acusándola de molestar y torturar a su hermana.
En la casa, todo lo que hacía Selena estaba bien. Si se le pasaba un asado, o quemaba un pastel, su madre la disculpaba y la perdonaba siempre. Por el contrario, todo lo que hacia Ana era criticado con dureza, el suelo estaba demasiado encerado y resbalaba, o el guiso tenía mucha sal... En resumen, la madre no sabía qué inventar para regañar todo el tiempo a la pobre desdichada.
El día de su cumpleaños, que era en diciembre, la hija de la viuda quiso comer fresas.
Así que le dijo lloriqueando a su madre:
-¡Me apetecen fresas!
-¿Fresas? ¿En esta estación? ¡Estás soñando! No se encuentran. Hay que esperar a la primavera.
-¡Pero yo las quiero!
-Puedes tener otra cosa, lo que desees. No sé, quizá unas manzanas, o naranjas...
-¡No, yo quiero fresas!
En ese momento entró Ana en la habitación con un gran leño. Mientras cantaba, empezó a atizar el fuego.
-¡Ah, por fin estás aquí! ¡Ya tardabas! Pues bien, escucha, como te gusta tanto pasear, ve a buscarme unas fresas, tu hermana tiene ganas de comerlas. Y no vuelvas con las manos vacías, pues te pondría de patitas en la calle.
Con lágrimas en los ojos, la pobre niña se puso a caminar por la nieve, muerta de frío, preguntándose dónde y cómo podría coger fresas.
Se dirigió al bosque y anduvo durante mucho tiempo. Se hundió en la nieve, resbaló sobre las placas de hielo, pero no vio ni una hoja en ningún lado. Todo estaba helado, escarchado y congelado.
-¿Cómo puedo encontrar fresas? ¡Es imposible! Incluso con la mejor voluntad del mundo... Y si vuelvo a casa sin nada... será terrible. ¿Qué puedo hacer? ¿Qué puedo hacer?
Poco a poco cayó la noche. Luego apareció la luna. Curiosamente, iluminó el bosque como si fuera pleno día. Entonces, ante el asombro de Ana, unos pájaros se pusieron a cantar y a revolotear de rama en rama, y unas hojas brotaron sobre los árboles desnudos que, en seguida, se cubrieron... ¡de fresas! Unas hermosas fresas muy rojas, perfumadas, que parecían realmente jugosas.
Ana ya no sentía el frío. Cantando alegremente, llenó de fresas los bolsillos y la cesta. Después desanduvo lo andado.
Su madre y su hermana se asombraron al ver lo que traía la joven. Como eran muy golosas, se lanzaron sobre la cesta y no tardaron mucho en comérselas todas. En un abrir y cerrar de ojos, la cesta se quedó completamente vacía.
-¡Perezosa! No has cogido suficientes -le regañó su madre- ¡Todavía tenemos ganas! Venga, vuelve allí y tráenos dos cestos bien llenos. ¡Oh, no, espera! Te acompañaremos para ver quién te las ha dado.
-¡Las he cogido ya! ¡No me las ha dado nadie!
-¡Encima mientes! -prosiguió su madre- Sé perfectamente que no puedes haberlas cogido tú. Con la espesa capa de nieve que hay sobre el suelo, me pregunto cómo habrás hecho para ver los fresales...
-Las he cogido de los árboles -dijo la pequeña dulcemente- De repente, todos los árboles del bosque se han cubierto de fresas.
-¿De verdad piensas que nos vamos a creer tus tonterías? ¡Venga, muéstranos el lugar y déjate de historias!
Las tres salieron de la casa. La viuda caminaba detrás de Ana y, de vez en cuando, le daba un golpe en las pantorrillas con una vara de avellano. El cierzo soplaba y, como estaba nevando, la pobre apenas podía avanzar. A cada paso que daba, se hundía hasta las rodillas. La viuda la seguía, refunfuñando con su bastón, acompañada de Selena, que lloriqueaba por el cortante frío.
Ana llegó con dificultad a la linde del bosque. Empezaba a estar cansada, pues era la segunda vez en ese día que hacía el mismo recorrido. Sin embargo, para escapar de los golpes que le propinaba su madrastra, se puso a correr, cada vez más deprisa, hasta que, extenuada, sin aliento, se desmayó al pie de un árbol, sobre la nieve inmaculada.
Su madre y su hermana intentaron alcanzarla. Pero acababan de traspasar la linde del bosque cuando vieron cómo los árboles se cubrían de espinas y las ramas se agitaban en todas direcciones. Para colmo, empezaron a salir de la tierra unos arbustos espinosos que les cortaron el paso y las arañaron. Por mucho que intentaron escapar, no lo consiguieron. Se quedaron atrapadas. y como las espinas no dejaban de crecer, pronto ni siquiera pudieron moverse. De esta manera, permanecieron inmovilizadas para siempre jamás.
Mientras tanto, la pequeña se había despertado. Ya no sentía el frío, las estrellas le sonreían y la luna la custodiaba. Se veía casi como si fuera pleno día. Maravillada, Ana observó que todos los árboles que había a su alrededor estaban cubiertos de aromáticas fresas. Los pájaros cantaban e iban a posarse sobre sus hombros llevándole deliciosos frutos.
Entonces Ana reanimada, reconfortada, regresó tranquilamente a su casa. Los pájaros del bosque la acompañaron, bailando en corro en torno a ella. Vivió en la cabaña que le pertenecía, y los animales del bosque iban frecuentemente a visitarla. Y cada vez que querían verla contenta, los árboles se cubrían de bellas y jugosas fresas bien rojas.
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