EL PESCADOR DE HOJAS #leyendas #lecturajuvenil #albania

Había un pescador muy pobre que vivía en el cabo Rodonit.  El Adriático se mostraba avaro con él y muy raramente conseguía llevar a casa suficiente pesca como para alimentar a su numerosa familia.  Y sin embargo, trabajaba duro.

Todos los días, al alba, hiciera el tiempo que hiciera, salía con las redes para intentar capturar los peces que tanto necesitaba.  Pero raramente había pesca abundante.  La mayoría de las veces sólo conseguía atrapar una docena de sardinas y un poco de barro apestoso.  Sin embargo, no se veía capaz de cambiar de trabajo: el mar le gustaba y esperaba que un día fuera más generoso.

Todos le querían porque, a pesar de su miseria no se quejaba nunca y no molestaba a los demás con sus penas.  Un día, el rey pasó por aquellos lares y se informó de la vida que llevaban sus súbditos.  La gente le habló de aquel pescador desafortunado y el rey decidió ayudarle e ir a su encuentro.

-Quiero ayudarte, pero también quiero que continúes siendo pescador.  De ahora en adelante, llevarás a mi palacio lo que consigas pescar.  Lo pondremos en un plato de mi balanza y en el otro pondremos el mismo peso en oro.  Ánimo. -le dijo el rey.

Lleno de esperanza, el pescador se apresuró a salir con su barca y muchas redes.  Buscó lugares donde tradicionalmente había muchos peces, pero no consiguió nada.  Mejor dicho, si.  Pescó una hojita de roble prácticamente corroída por el agua salada.

Se puso a llorar desesperado pensando que no servía para nada.  Regresó a la cabaña y contó a su mujer la triste jornada, incluyendo el episodio de la hoja de roble.

-¿Por qué no se la llevas al rey?  ¿Acaso no dijo que le llevaras todo lo que pescaras? -le preguntó su esposa.

-Creerá que quiero tomarle el pelo y me encarcelará -respondió el pescador.

-No lo hará.  Es un buen rey.

Con el corazón lleno de pesar, el pescador se dirigió al palacio real.  La guardia le condujo a la sala del trono.  Cuando el rey lo vio con la hojita de roble no pudo evitar reír.  Pero se controló y luego sentenció:

-No creo que tu hojita consiga desplazar la aguja de mi balanza.  Pero, lo prometido es deuda.  Intentémoslo.

Trajeron la balanza y el pescador colocó en uno de los platos la hojita.  Que sorpresa se produjo cuando el plato descendió como si se hubiera colocado un trozo de plomo.  El secretario del rey empezó a colocar n el otro saquitos de oro, uno, dos, tres,... y así hasta cien.  Entonces la balanza se equilibró.

El pescador se fue con cien kilos de oro y el rey se quedó moviendo la hoja mágica entre los dedos.  ¿Le habían engañado?  Llamó a todos sus consejeros y todos comprobaron que la hoja no tenía otra particularidad excepto la de su peso.  Además, la buena fe del pescador era indiscutible.  Pero el rey no dejaba de preguntarse cómo le había sucedido a él semejante milagro.  Y después recordó.

Un día, cuando era niño, encontró una pequeña planta de roble que se estaba muriendo porque un leñador la había tirado entre las piedras.  Él la había recogido y la había plantado no muy lejos del mar.  ¿Era posible que el milagro fuera obra suya?

Corrió a comprobarlo: la pequeña planta se había convertido en un roble enorme, con ramas que se extendían hasta la superficie del Adriático.  Dio unos pasos y las ramas se acercaron a él.  Entonces, del rumor de las hojas oyó una voz que le decía:  "Gracias, gracias..."