LA PALABRA PROCEDENTE DEL MAR #mozanbique #leyendas #lecturajuvenil
La orilla del mar era casi imperceptible. Al amanecer, parecía confundirse con las vastas lagunas que, tras una duna y la siguiente, intentaban mezclar sus aguas estancadas con las aguas vivas del océano. Había pequeños bosques espesos y juncos imposibles de saltar, algunos árboles y alguna cabaña construída sobre pilares.
Sólo unos pocos conocían el difícil paso entre las arenas movedizas y los vados de agua. En aquella humedad pegajosa, cualquier vegetal se convertía en un amasijo de raíces, hojas y lianas. A todo ello había que sumar el ruidoso aleteo de las aves acuáticas en el agua.
Entre aquella confusión, una piragua surcaba las aguas en ese medio en el que nada era totalmente tierra, pero tampoco nada era totalmente agua. En ella, una muchacha de largos cabellos negros que le caían sobre el pecho avanzaba hacia una fuente alejada en busca de agua limpia.
De repente, en medio de aquella luz difusa apareció la silueta de un hombre muy hermoso. Era el hijo del dios del cielo.
-¿Quién eres? ¿Y dónde vas con tanta prisa? -preguntó a la chica.
La muchacha observó aquella imprevista aparición y dejó de remar. Sus ojos se abrieron como platos, pero no pudo decir palabra.
-¿Por qué estas callada? ¿Acaso me temes? -prosiguió el hijo del dios del cielo.
La muchacha le miró una vez más. Movió ligeramente los labios, pero de ellos no salió sonido alguno. El hombre estaba sorprendido por aquel silencio, pero lo respetó. Observó entonces la barca en la que la muchacha había empezado a remar y el hijo del dios retornó a su morada que estaba en las nubes.
Al día siguiente, volvió a descender a la tierra a la misma hora y en el mismo lugar, y volvió a ver a la hermosa muchacha. La escena se repitió. El hombre le habló, le confesó la pasión que se había despertado en su corazón, pero no tuvo más que una ligera sonrisa por respuesta.
Y así fue durante días y días. Y cada día que pasaba, el amor aumentaba en el corazón del hijo del cielo. Pero también aumentaba su desesperación porque la muchacha seguía callada. En aquel momento, el joven dios pasaba todo su tiempo en la tierra.
Un día, mientras caminaba entre las dunas y la playa, sintió hambre. Entonces, se acercó a las olas del mar y con un anzuelo improvisado consiguió capturar un gran cangrejo. Cuando lo tuvo enre las manos lo contempló mucho rato y se sorprendió cuando el cangrejo le empezó a hablar.
-¿Por qué pareces tan triste? -le pregunró el cangrejo.
El hijo del cielo necesitaba hablar con alguien y se lo contó todo. El cangrejo le escuchaba en silencio.
-No te sorprendas si esa muchacha no ha respondido a tus preguntas. Tienes que saber que cuando los dioses crearon a los hombres no les concedieron la palabra. Era un bien demasiado preciado y no quisieron compartirlo con los simples mortales -explicó el cangrejo.
-Pero entonces... ¿Cómo voy a saber si me quiere o no? -le interrumpió el hijo del cielo.
-Quizá existe una forma. Pero si te la digo, ¿me dejarás en libertad? -prosiguió el cangrejo.
-¡Claro! Y vivirás para siempre bajo mi protección.
-Escucha bien. Toma un cubo y llénalo con agua del mar, allí donde las olas son más límpias. Llévaselo a la muchacha y dile que mire en su interior. Yo esperaré aquí.
El hijo del cielo fue en busca del cubo de agua límpia y espero a la muchacha. Como siempre, ella pasó por el sitio de costumbre y, cuando el hijo del cielo se le acercó, ella lo miró con una triste sonrisa. Con un gesto, el hijo del cielo le indicó que mirara en el cubo lleno de agua y la muchacha así lo hizo. Dirigió la mirada al agua límpia y, como era la primera vez que veía el reflejo de su cara, tras un instante de sorpresa empezó a reir. Y aquel sonido, que por primera vez se oía en la tierra, hizo nacer la palabra.
Así pudo decir "Te quiero".
El hijo del cielo la abrazó y vivieron juntos toda la vida. El cangrejo recibió como premio el mundo del mar, del que se convirtió en su poderoso soberano.
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