LA PESCA DE MAUI #leyenda #maori #lecturajuvenil #pescar
Maui era el quinto y último hijo de una hermosa mujer llamada Taranga. Como había nacido antes de tiempo, era frágil y tenía una salud delicada. Taranga habría debido ahogarlo, como era la costumbre en esas islas, pero el niño la miró de una forma tan tierna, que no se decidió a levantar la mano sobre él. En lugar de hacerlo, cortó su propio cabello y envolvió con él el cuerpo del bebé, arrojando después aquel fardo llorón al mar. Las olas acunaron a Maui, cuyos gritos, poco a poco, se convirtieron en alegres gorjeos. El dios del océano, que lo sabía y lo veía todo, lo tomó bajo su protección y se ocupó personalmente de él. Con este maestro, Maui aprendió todos los secretos del mar hasta adquirir los poderes de un semidiós.
Maui creció y se convirtió en un buen mozo. Entonces de despidió del dios del océano y, dejando las frías profundidades del reino submarino, se dirigió hacia aguas más cálidas, y después hacia la oarilla. Al final desembarcó en una playa de arena dorada. Allí se tropezó con un anciano llamado Tama, que le propuso que fuera a vivir con él a una cabaña cerca de la orilla. Maui, feliz por tanta generosidad, aceptó alegremente. Tama enseñó al joven las costumbres de las personas y los secretos de los animales. Le cantó los salmos de su tribu y le mostró también muchos trucos de magia.
Un buen día, Maui, versado al mismo tiempo en las artes del mar y las de la magia, semidiós y mago, anunció:
-Ahora debo ir con mi pueblo.
Maui la reconoció en seguida y se acercó a ella:
-¡Mamá! Soy yo, tu hijo...
Taranga lo observó y, sin recordar al frágil bebé del que se desembarazó un día, hacía ya mucho tiempo, manifestó:
-Yo tengo cuatro hijos, y tú no eres uno de ellos.
.-No, tienes cinco hijos -replicó Maui-. Yo soy el quinto, a quien envolviste con tu cabello y arrojaste al mar. Soy Maui.
Entonces Taranga supo que aquel extraño decía la verdad. Lo cogió en sus brazos y lo apretó muy fuerte contra ella. Lo quiso con todo su corazón, y Maui se fue a vivir con sus hermanos y su madre.
Pasaron los años. Maui y sus hermanos se casaron y tuvieron hijos. Sin embargo, la mujer de Maui no era feliz y no dejaba de hacerle reproches:
-Eres un perezoso. ¡Todo un vago! Y además, no traes suficiente pescado.
-¡Pero si soy un excelente pescador! -protestó Maui-. ¿Acaso no me ha enseñado a pescar el propio dios del océano?
-Eso es lo que tú aseguras -prosiguió su mujer, envalentonada porque se sabía apoyada por los hermanos de Maui-, pero no se puede decir que practiques mucho. Y si por casualidad coges una buena presa, después te pasas una semana sin trabajar, mientras tus hijos y yo nos morimos de hambre.
Los hermanos de Maui, que tenían celos de él desde su regreso del reino submarino y estaban hartos de oír sus grandes teorías acerca de su semideidad, confirmaron las palabras de la esposa.
-Eres un perezoso, Maui -afirmaron-. Compadecemos sinceramente a su mujer y a tus hijos. Dices que eres un semidiós, ¡quia! Eres más bien un semihombre... -se burlaron.
Molesto por estos ataques e insultos, Maui decidió mostrar a sus hermanos que era el pescador más habil de todos los tiempos. Cogió un diente de tiburón que le había dado el dios del océano y, en secreto, empezó a tallarlo para hacer un anzuelo. Luego lo pulió mientras cantaba los hechizos mágicos de Tama.
Después de darle forma al anzuelo, Maui regresó con su mujer:
-Mañana iré a pescar con mis hermanos -le comunicó.
Ésta lo miró incrédula y se puso a bostezar. Eso ya se lo había dicho muchas veces y ya no le creía.
Luego Maui se dirigió a sus hermanos:
-Mañana iré a pescar con vosotros. Sólo queréis llenaros el estómago y calmar vuestra hambre, pero cogeré algo que os sorprenderá. Os quedaréis mudos de asombro.
-No vendas la piel del oso antes de haberlo matado... -le contestaron-. Pregunta a tus hijos si prefieren tener un padre que trae peces a casa, o un padre que pierde el tiempo presumiendo.
Con estas palabras amistosas, se marcharon riéndose y burlándose de él. Pero a Maui le daba igual. Se había guardado su anzuelo mágico en el bolsillo y su gesto mostraba la sonrisa del hombre que conoce el secreto de los dioses.
Al día siguiente, Maui acompañó a sus hermanos a pescar y les ordenó adentrarse en alta mar.
-Pero ¿por qué? -objetó uno de ellos, con el entrecejo fruncido-. Es peligroso y no sirve de nada. Hay tantos peces cerca de la costa... Y además, la corriente nos arrastrará mar adentro. Sabes muy bien que los peces prefieren quedarse cerca de las costas, donde el agua es más tibia...
-¡Los peces, los peces, siempre los peces! ¿Por qué yo, un semidios, debería contentarme con recoger peces? ¡Decidme! -se burló-. Sigamos remando. Tenemos que alejarnos de la orilla. Vayamos mar adentro donde el agua es de color azul oscuro y partamos en busca de los misteios del dios del océano.
Los hermanos miraron a Maui aterrorizados, pero la autoridad que emanaba de él era tal que no pudieron negarse a obedecerle. Se pusieron a remar con todas sus fuerzas y arrastraron el barco por encima de las olas espumosas, hasta que la tierra desapareció en el horizonte. Estaban en alta mar y el océano los rodeaba por todas partes.´
A continuación, Maui sacó de su bolsa el anzuelo fabricado con un diente de tiburón sagrado, tallado según le había enseñado el dios del océano, y pulido gracias a los secretos mágicos del anciano Tama. Luego lo colocó en una caña y la lanzó al agua. Como el anzuelo se sumergía, los hermanos de Maui se acercaron y se quedaron mirando la caña preguntándose con cierto temor lo que iba a suceder. Maui era el único que no tenía miedo. Sabía muy bien lo que se escondía bajo el mar, pues ése era el reino del dios del océano y había pasado allí toda su juventud.
Para empezar, Maui sintió que el anzuelo se enganchaba, pero no tiró de la caña:
-Sólo es una estatua que se encuentra en lo alto de una torre; no vale la pena subirla -explicó, sonriendo a sus hermanos.
Soltó el anzuelo, lo volvió a subir y después lo arrojó al mar. Por segunda vez, el anzuelo se hundió en las aguas del océano Pacífico. Maui esperó a que se enganchara y luego, sintiendo que esa presa era valiosa, se volvió hacia sus hermanos:
-Esta vez lo tenemos. ¡Ya veréis!
Maui sabía que su anzuelo se había enganchado al palacio del hijo del dios del océano. Entonces, tirando con todas sus fuerzas, comenzó a pronunciar los hechizos mágicos que le había enseñado Tama. ¡Tiró, tiró y tiró! Poco a poco, sintió que cogía una gran presa. ¡Y tanto! Tuvo que hacer mucha fuerza.
Los cinco hermanos se mostraban muy intranquilos.
Un montón de barro rodeó la barca. Entre las olas aparecieron, aquí y allá, unos pedazos de hierba. Maui seguía tirando y recogiendo la caña. Los cimientos del palacio del hijo del dios del océano eran tan sólidos y estaban tan bien sujetos al fondo del mar, que al mismo tiempo que el resto del palacio emergía, arrastraba consigo el fondo del océano. Primero apareció el tejado, después el resto del palacio, luego el jardín y, al mirar a su alrededor, Maui y sus hermanos vieron que su barco en lugar de flotar sobre las aguas del océano Pacífico se posaba sobre la hierba.
Como Maui les había anunciado, se quedaron mudos de asombro, estupefactos.
Maui y sus hermanos bajaron de la barca.
-Esperadme aquí. Voy a ver al dios de océano. Tengo que hablarle y hacer las paces.
Maui dejó a sus hermanos boquiabiertos ante el bonito paisaje que se extendía ante ellos. En cuanto Maui estuvo fuera del alcance de su vista, los cuatro hermanos empezaron a pelearse por el dominio de la nueva isla. Gritaron, discutieron, patalearon. Se arrojaron piedras y puñados de tierra. De tal forma, que no tardaron en dividir aquella gran extensión de tierra en dos partes. Las piedras que habían arrojado se convirtieron en lagos. Los matojos de hierba se transformaron en pequeñas islas alrededor de la orilla.
Cuando Maui volvió, sus hermanos le habían dado a Nueva Zelanda la forma que presenta hoy día, con sus dos grandes islas, sus montañas y sus lagos, así como las pequñas islas alrededor de las costas. Y es que durante aquel soleado día ya tan lejano, lo que Maui había sacado de las profundidades submarinas era Nueva Zelanda.
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