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EL PESCADOR Y EL DELFIN #leyendas #españa #lecturajuvenil






Un pobre pescador español se lamentaba amargamente de no tener hijos.  Junto con su mujer, había consultado a médicos y brujos, magos y hadas ¡pero todo había sido inútil!  No habían tenido ni un solo niño.  Desesperado, un día se marchó a navegar más lejos que otras veces.  Las corrientes lo empujaron hacia un peñasco en el que vivía un anciano de larga barba, blanca y rizada, en una cabaña solitaria.  El anciano le preguntó:

-¿Qué te trae por aquí?

Y el pescador respondió:

-El viento y las corrientes me han conducido a esta playa.

-Este lugar es peligroso para un hombre solo, aunque sea muy valiente...  ¿No tienes un hijo para que te acompañe y te eche una mano?

El marinero bajó la cabeza:

-¡Ésa es mi mayor pena!  Mi mujer y yo hemos consultado a todos los médicos, brujos, magos y todas las hadas sin ningún éxito...  ¡Y estamos desesperados!



El anciano lo miró con dulzura y le dijo amablemente:

-Tu esposa y tú deberíais probar un pez de los abismos, estoy seguro de que entonces tendrías un hijo.

El pescador abrió unos ojos como platos.

-¿Y dónde puedo encontrar a ese maravilloso pez?

-En el agujero más profundo del mar -respondió el anciano-  Pero no sé dónde está, tendrás que buscarlo...




Entonces el pescador se puso a navegar sin apenas detenerse.  Recorrió toda España y sus islas, pero no halló ni rastro de aquel extraordinario pez.  Habría seguido dando la vuelta a la Tierra con la esperanza de tener un hijo, cuando tropezó con un delfín que regresaba del fondo del mar.

-¿Has visto al pez de los abismos? -le preguntó el pescador.

-Sí, lo he visto en las aguas oscuras de las profundidades.

-¿Puedes traérmelo? -le interrogó el pescador.

-¡Claro que sí! -respondió el delfín-.  Pero con una condición, cuando gracias a este pez te nazca un hijo, me escogerás como padrino.

El pescador rió de buena gana y le dio su palabra de honor.

Entonces el delfín se sumergió en las aguas y muy pronto desapareció.  Estuvo ausente durante varios días y varias noches.  Finalmente, una mañana volvió a la superficie con un pececito negro y le explicó al pescador, que estaba muy ilusionado:

-Dile a tu mujer que lo fría.  Si os coméis la cola, tendréis una niña de ojos azules.  Si os coméis la cabeza del pez, tendréis un hermoso muchacho, ¡y yo seré el padrino!




-¡Adios delfín! -se despidió el pescador aantes de regresar a su casa.

Una vez allí, le comunicó a su mujer la receta que le había dado el delfín-

La mujer escuchó atentamente.  Como tenían mucha hambre, devoraron la cabeza, la cola, y luego el resto del pez sin dejar ni una espina.  Por eso, al cabo de ocho meses y medio, la mujer dio a luz a dos gemelols, una niña y un niño.  Loco de alegría, el pescador fue a buscar al delfin y le invitó a que acudiera a celebrar el acontecimiento en calidad de padrino.

La niña y el niño crecieron juntos en la playa.  El delfín  iba a menudo a reunirse con ellos cerca de la orilla y les llevaba conchas o los montaba en su lomo para pasearlos por el mar.

Así pasaban las horas, alegres y felices, y así fueron transcurriendo los días, las semanas, los meses y los años...

Cuando el viejo pescador y su mujer se marcharon al país del que no se regresa nunca, el hijo se había convertido en un experto pescador y la muchacha en una hermosa joven.  Un día que los dos habían ido al mercado, vieron llegar a un mensajero del rey, que anunció:




-Escuchad, buena gente, lo que  ha decidido nuestro soberano: mañana subirá  a su barco y partirá mar adentro.  Una vez allí, arrojará su anillo real al agua y ofrecerá la mano de su hija y la mitad de su magnífico reino a aquel que lo recupere.

El joven pescador le dijo a su hermana:

-¿Cómo se puede encontrar un anillo en el fondo del océano?  El rey está bromeando, seguro...

Pero decidió ir, por curiosidad.

El joven y su hermana observaron cómo los príncipes, condes y barones que navegaban a bordo de sus embarcaciones enviaban a unos submarinistas hasta las sombrías profundidades para que recuperaran el anillo.




Cuando el joven pescador vio a la princesa, se enamoró perdidamente de ella.  Sin pensarlo, se zambulló de cabeza en las olas del mar.  Se sumergió una y otra vez en busca del anillo, pero no lo encontró.  Lo intentó varias veces, e incluso volvió a empezar cuando los demás ya se habían dado por vencidos.

Al caer la noche, seguía sin hallar absolutamente nada y vio cómo se alejaban los barcos.  Desde la nave del soberano, la princesa le hizo una señal con la mano...

Entonces el joven regresó  al día siguiente y volvió a buscar el anillo con mucho cuidado.  Como seguía sin encontrar nada, llamó al delfín:

-¡Ayúdame, padrino!

Cuando acabó, el joven le contó todo y el delfín dijo:

-Te lo voy a traer de estas oscuras profundidades... Pero no sé si no te traerá también desgracia.

-¡Peor para mí! -respondió alegremente el joven pescador.

El pez le consiguió el anillo y cuando se lo enseñó a su hermana, ésta le aconsejó que no fuera a ver al rey.  Pero el muchacho no le hizo caso.  Se dirigió al palacio y pidió que le anunciaran al soberano.  Cuando le entregó el anillo, el rey declaró inmediatamente:

-Prometí la mano de mi hija a quien pudiera recuperarlo, ¡pero no a un pobre pescador como tú!  A menos que seas capaz de volver aquí con un cofre lleno de oro y piedras preciosas.




El joven pescador se marchó muy apenado para reunirse con su hermana, quien lo consoló de todo corazón.  Como no quería renunciar a la maravillosa princesa, el muchacho navegó por las costas más peligrosas.  En ellas se encontró con su padrino y le contó el motivo de su tristeza.

-Te traeré el cofre -dijo el delfín-.  Pero me temo que también te traeré desgracia del fondo de los mares.

A la mañana siguiente, le llevó a su ahijado un cofre lleno de monedas de oro y piedras preciosas.  El muchacho se quedó asombrado y se apresuró a ofrecérselo al monarca.

Éste miró el tesoro y preguntó:

-¿Dónde has encontrado esto?

Como el muchacho no sabía nada y sólo hablaba de un delfín, el rey lo encerró en prisión.

Cuando su hermana comprobó que no regresaba, fue a buscar noticias suyas.  Al saber lo que había ocurrido, se puso a llorar y decidió ir a la orilla del mar a buscar al delfín.  Bañada en lágrimas, le dijo:

-¡Querido delfín, te lo ruego, salva a mi hermano y me casaré contigo!

Y el delfín contestó:

.¡No lo lamenatarás! !Mi reino es más hermoso que el tuyo...  ¡Sigue mis consejos y verás!  Mañana la princesa saldrá a navegar.  Sube a su barco.  ¡El resto es cosa mía!




La joven hizo exactamente todo lo que le había dicho el delfín.  Cuando la princesa supo que era la hermana del pescador, le permitió embarcar.  Muy pronto, sobre el mar soleado, vieron cómo el delfín se abría paso entre las olas llevando al joven pescador en su lomo.  Todos se alegraron mucho, se abrazaron, bailaron de alegría y rieron...  La princesa, sin tener en cuenta la oposición de su padre, se casó con el hijo del pescador y juntos se instalaron en una casita en la que vivieron muy felices.

Por su parte, la hija del pescador y el delfín bajaron al fondo del mar.  La bella joven de ojos azules y fina cintura se transformó en delfín.  Ella y su esposo también conocieron la dicha en un maravilloso reino poblado de peces multicolores, conchas de nácar y oro, sirenas y otros delfines...

Mientras tanto, el rey, lleno de rabia, había enviado a sus espías por todos los rincones de la tierra.  Al final, éstos oyeron hablar de un pescador y su joven y bella esposa.  Una mañana, cuando el muchacho se alejó, llamaron a la puerta de la casa:

-Venid, bella pescadera...  Acercaos a nuestro barco para que veáis los regalos que podréis comprar a vuestro esposo.  Los hay de todos los precios y para todos los gustos.




La princesa no desconfió de ellos y, cuando subió por la escalerilla de madera y se encontró en el puente,  los espías la encerraron y la condujeron sin miramientos junto a su padre.

A su regreso, el joven pescador, desconcertado, comprendió en seguida lo que había sucedido.  Así que se aproximó a la orilla y llamó a su cuñado.

Cuando el delfín fue informado, volvió a sumergirse para buscar a su esposa y le dijo, suspirando.

-Sé lo que hay que hacer para ayudar a tu hermano.  Tienes que recuperar la forma humana e ir a buscar al rey.  Pero temo que no quieras regresar nunca más conmigo...

La joven le prometió que volvería y se marchó hacia la ciudad real, sin demora y sin escala, a bordo de un inmenso navío.  Cuando el vio a aquel barco y a su bella pasajera desde la ventana de su castillo, envió a sus sirvientes al puerto para que recibieran  aquella soberana extranjera como se merecía.  También mandó que llamaran a su hija para que le hiciera compañía.  Al encontrarse con su cuñada, la princesa sonrió como no había sonreído desde hacía muchos días y noches.

-¿Quién eres, bella extranjera? -preguntó el rey a su invitada.

-Soy la hija del Emperador de los Mares.

-Voy a enviarle a mis mensajeros para comunicarle que quiero casarme contigo, porque deseo volver a hacerlo.

-¡Mi padre es un soberano muy raro!  En lugar de simples mensajes, preferirá que sea tu hija en persona quien vaya a explicárselo.  Déjala marchar conmigo.

El anciano rey no desconfió de ella y las dos jóvenes regresaron a la casita del pescador, que las recibió con gran alegría.  Una vez pasadas las primeras efusiones, empezó a preocuparse:

-Cuando el rey se dé cuenta de que lo hemos engañado, volverá a enviar a sus espías para vengarse.

Pero su hermana lo tranquilizó y mandó una nota al rey:


Señor, vuestra petición ha sido aceptada, 

venid a buscar a vuestra amada...




El rey embarcó en su nave muy contento.  Pero una vez en alta mar, se desencadenó una tormenta.  El viento empezó a soplar con fuerza, las velas se desgarraron y el barco se hundió.  Cuando estaba a punto de ahogarse, el soberano vio cómo se le acercaba un delín que le dijo:

-Regresa a tu casa nadando como puedas...  Deja a tu hija con su marido.  Olvida a la mujer con la que querías casarte, pues es mi amada esposa.  Si prometes dejarnos en paz, te proporcionaré un barco para que vuelvas.

En tristeza, el rey aceptó.

Varios años después no tuvo que lamentarlo.  Su hija iba a menudo a visitarlo, acompañada de sus pequeños.  Y, lleno de alegría, el viejo soberano les contaba la historia del delfín.
















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