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LA SELVA ENCANTADA #cuentosinfantiles #cuentospopulares #asturias #infantil


 

Érase una vez un matrimonio muy feliz y bien avenido, gozaban, además, de salud y fortuna; y por si fuera poco, tenían una hija tan hermosa que todos se quedaban hechizados al verla y decían:

-Oh, Dios mío, qué muchacha más linda.

De entre todos, quien más la miraba era un guapo mozo que desde que la vio, se quedó prendado de ella.  La joven, claro está, lo advirtió y, como era buen mozo, le fue tomando afecto.

El muchacho era de familia pobre y cuando los padres de la chica se enteraron de sus amores, se llevaron un gran disgusto.  Por eso, cuando el joven se presentó humildemente en su casa para pedirla en matrimonio, los padres le contestaron:

-¡Ah, no, de ninguna manera consentiremos que nuestra hija se case con un pobretón como tú!

Y al ver que su hija se ponía triste, dijeron:

-¡Antes de casarte con él, permita Dios que te lleven a lo más hondo de la selva más profunda!




¿Qué pasó?  ¿Qué no pasó?  Nadie lo explicaba, pero al día siguiente la muchacha había desaparecido.  Y por mucho que sus padres la buscaron, por mucho que lloraron de arrepentimiento, la muchacha no apareció más y los padres se quedaron destrozados porque ahora su salud y su fortuna ya no les servían para nada, ni les aliviaban la pena de su corazón.

Entonces se presentó el mozo ante ellos y les dijo:

-Como la amo, la buscaré hasta el último aliento de mi vida.

A la vista de su ánimo, le entregaron un caballo, una espada y una bolsa con dinero y le prometieron que, si daba con ella y la traía de vuelta, consentirían en el matrimonio.




El mozo aceptó y salió camino de la selva más profunda.  Cuando dio con ella, descubrió que se extendia interminablemente.  En el fondo de esta selva se levantaba un palacio, pero eran tan intrincados los senderos que llevaban a él y tan grandes los peligros que lo rodeaban, que nadie había alcanzado sus puertas.

Pero el amor puede más que la razón y el mozo, sin pensárselo dos veces, se adentró en la selva.  Y al rato de vagar por ella, dio con un claro en el que había un ermitaño.  A éste le acompañaba un león como si fuera un perrillo cariñoso.  El ermitaño se acercó al muchacho, que ya había echado mano de su espada, y lo calmó:

-No temas, te estaba esperando.

Lo invitó a cenar y a dormir esa noche en la ermita.  Como el mozo aceptó, el ermitaño le dijo:

-Ya sé a qué vienes y, como tu causa es buena, te ayudaré.  Mañana caminarás en esa dirección y cuando esté por caer el sol, encontrarás a otro ermitaño; has de hacer lo que él te diga, pues te prometo que te ayudará.

A la mañana siguiente el mozo se dispuso a partir.  El ermitaño le deseó buenaventura y le indicó al león:

-¡Ve con él y defiéndelo!

Llevaban todo el día caminando y, al caer la tarde, descubrió en un claro otra ermita y a un ermitaño en la puerta; éste se adelantó a recibirlos y el mozo vio que le seguía un tigre como si fuera un perrillo cariñoso.  El ermitaño se dirigió a él con estas palabras:

-No temas, ya te esperaba.

Cenaron y, antes de irse a dormir, le dijo el ermitaño:

-Ya sé a qué vienes y, como tu causa es buena, te ayudaré.  Mañana caminarás en esa dirección y, cuando caiga el sol, encontrarás a otro ermitaño como yo; has de hacer lo que él te diga, pues te aseguro que también colaborará contigo.




A la mañana siguiente, al partir el mozo, le dio su bendición y le dijo al tigre:

-¡Ve con él y defiéndelo!

Caminaron todo el día el mozo, el león y el tigre y, al caer el sol, llegaron a otro claro donde otro ermitaño los esperaba a la puerta de su ermita, en este caso con un oso.  Y todo ocurrió como las veces anteriores y, al despedirse, el ermitaño indicó al oso:

-¡Ve con él y defiéndelo!

Así que se fueron internando en la selva, que era cada vez más espesa, hasta que llegaron a un río cuyo único vado estaba guardado por un gigante más alto que el árbol más alto y cuyos ojos echaban fuego.  El muchacho se adelantó y el gigante, echando mano de su maza, le dijo:

-¿Qué quieres aquí?

-Paso para mí.

-Pues no pasarás.

-Por mi amada que pasaré.




El gigante levantó la maza para aplastarlo, pero el muchacho y los animales, que eran más ágiles, pasaron a toda prisa entre sus piernas, y éste, en su esfuerzo por golpearlos, se golpeó a sí mismo con tal fuerza que perdió el sentido, cayó al río y se ahogó.

De modo que los cuatro siguieron adelante y en esto tropezaron con una vieja que estaba tejiendo a la puerta de una cabaña; apenas los vio llegar, le dijo al mozo:

-¿Qué quieres aquí?

-Pasó para mí.

-Pues no pasarás.

-Por mi amada que pasaré.




Entonces la vieja soltó un silbido horroroso, pues era una bruja, y salieron de la selva diez perros negros con los ojos inyectados en sangre y los pelos erizados; pero el león y el tigre los atacaron con fiereza y el  oso agarró a la bruja en un abrazo mortal y allí quedaron la bruja y los perros salvajes tendidos sin vida.

Continuaron andando y la selva era ya tan cerrada que apenas podían dar un paso y casi no había luz.  Y en esto se abrió un claro y se encontraron frente al palacio.  El joven vio que la muchacha que amaba, más hermosa que nunca, estaba asomada a uno de los balcones.

Así que se fueron a la puerta y los guardianes les salieron al paso armados hasta los dientes.

-¿Qué quieres aquí?

-Paso para mí.

-Pues no pasarás.

-Por mi amada que pasaré.

El mozo y los tres animales se enzarzaron en una lucha mortal.  Y llegaron hasta el patio, pero de todas partes acudían los guardianes.  Entonces el joven vio una escalera en lo alto de la cual le esperaba la muchacha.  Subió hasta allí y en el momento en que la alcanzó con la mano, cesó la algarabía, cesaron los clamores y los ruidos y desaparecieron los guardianes, los animales y el palacio.  Y los dos enamorados se encontraron de repente en un campo tan hermoso y tranquilo, que la fatiga los venció, y allí se quedaron, dormidos y abrazados.




Al despertar, se hallaban en casa de la muchacha, rodeados por sus padres, sus amigos y los criados, todos llenos de alegría y asombro por aquel prodigio.  Los padres de la muchacha cumplieron su palabra y permitieron que se celebrara el matrimonio.
















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