LEYENDA DE ACOITRAPA Y CHUQUILLANTO #leyendas #peru #lecturajuvenil #amor
Todos los sonidos pueden ser escuchados en la cordillera que está encima del valle de Yucay, en Cuzco. El viento sopla con su bocaza; la mañana, obligada siempre a levantarse antes que los demás, bosteza muerta de sueño; los pájaros, sus eternos enamorados, se despiertan al oírla desperezarse. De pronto, silencio: ha llegado Acoitrapa, el pastor de las llamas. Es joven y guapo. Toca la flauta tan dulcemente, que hasta las flores más tímidas se abren para asomar entre las ramas de los árboles y escucharlo.
Un día estaban paseando las dos hijas del Sol cuando, de pronto, escucharon una estupenda música. Se acercaron para averiguar quién tocaba. Vieron al pastor, que se quedó deslumbrado. Los tres conversaron y rieron sin darse cuenta del paso del tiempo. Cuando empezó a oscurecer, las jóvenes, apenadas, tuvieron que despedirse; su padre, el Sol, les daba permiso para pasear por el valle, pero ¡ay de ellas si no llegaban a casa antes del anochecer! Chuquillanto, la mayor, se sintió más triste que su hermana; sin saber cómo, se había enamorado de Acoitrapa.
Cuando llegaron al palacio, Chuquillanto no quiso comer. Corrió a su habitación para estar a solas. Se echó en la cama, cerró los ojos, y recordaba a su dulce pastor cuando se quedó dormida. En sueños vio un hermoso ruiseñor que cantaba suave, y armoniosamente y ella le habló de su amor y del miedo que tenía de que su padre pensara que un cuidador de llamas fuera poca cosa para una hija del Sol. El ruiseñor, conmovido por la pena de la joven, le recordó que en el palacio había cuatro fuentes de agua cristalina; si se sentaba en medio de ellas y cantaba lo que sentía su corazón y las fuentes le respondían con la misma melodía, significaba que podía hacer su voluntad y que sus deseos serían cumplidos.
Chuquillanto se despertó. Se acordaba perfectamente del sueño. Se vistió a toda prisa y fue a los jardines del palacio. Allí, las fuentes, dando de beber a la mañana. Chuquilanto, siguiendo las instrucciones del pajarillo, se sentó y comenzó a tararear una triste melodía. Las fuentes entendieron su pena y lo manifestaron cantando al unísono, consistiendo en ayudarla. Llamaron a la lluvia y le pidieron que transmitiera al pastor el cariño que Chuquillanto sentía por él.
La lluvia salió a toda prisa hacia la choza de Acoitrapa. Al encontrarlo, le bañó el corazón con la imagen de la joven. El pastor, con el pecho atravesado por el recuerdo de la joven, se puso a tocar su flauta con tanta tristeza que hasta las frías piedras se conmovieron. Desalentado, comprendió que el Sol nunca permitiría que su hija se casara con un pobre cuidador de llamas. ¡Cómo echaba de menos a Chuquillanto! Con estos pensamientos se quedó dormido con la flauta apretada entre los dedos.
Al anochecer llegó su madre. Viendo las pestañas de su hijo húmedas del llanto, presintió lo que sucedía. Como persona experimentada, sabía que un hombre que duerme y llora al mismo tiempo lo hace porque está lejos de la mujer que ama. La anciana no soportaba ver sufrir a su hijo. Pensando en la manera de aliviarlo, le vino a la memoria un antiguo bastón mágico que había heredado de sus antepasados y que serviría para este propósito. Entonces ideó una estratagema; le ordenó a su hijo que se alejara hacia la montaña y se ocupara del rebaño.
Mientras, Chuquillanto se había despertado con los primeros rayos de sol. Ahora se sentía contenta, los pies ligeros, y un solo deseo: encontrar a su amado. Jugando a las carreras con el viento, llegó a la choza de Acoitrapa. Al ver que él no estaba, se le llenaron los ojos de lágrimas. Trató de disimular y se dirigió a una viejecita, que la miraba atentamente.
-Buena anciana, ¡todo en ti es hermoso! Jamás he visto un bastón parecido al tuyo. Sus piedras preciosas nada tienen que envidiar a los campos de flores; brillan como la luna llena.
-Hija mía -le contestó la anciana-, tus ojos saben apreciar las cosas lindas. Te regalo el bastón, Sé que lo dejo en buenas manos.
Chuquillanto le dio las gracias, y acariciándole las nevadas trenzas, cogió el bastón.
-Gracias, anciana señora.
-Adiós, Chuquillanto -se despidió la viejecita-. Que el amor te acompañe.
Chuquillanto hizo el camino de regreso al palacio. Cuando atravesó la puerta, los guardias notaron la tristeza en sus ojos, y se preguntaron en voz baja. "¿Qué le sucede a la princesa, que a pesar de sus riquezas, está tan melancólica?"
Cuando al fin estuvo sola en su cuarto, puso el bastón a un lado, se desmoronó sobre su cama, y rompió en una llanto desconsolado, pensando en su pastor. De pronto, ¡qué susto!, ¡qué sorpresa!, alguien estaba llamándola por su nombre. Encendió la lumbre, cuidadosa de no hacer el menor ruido, y vio que el bastón cambiaba de colores: del rosa al plateado, del verde al rojo, naranja, azul y mil colores distintos. La voz que la llamaba provenía del bastón, no le cabía duda.
-No me asustes -le dijo-. Soy el bastón mágico del amor. Mi misión es unir y proteger a los que se quieren y sufren por estar separados.
Chuquillanto ya no tenía miedo. Por el contrario, ahora se sentía muy bien. El bastón mágico se abrió como una flor, en el centro de la cual se le apareció Acoitrapa. Ella se acercó, se abrazaron, se besaron y, arropándose con finas mantas, durmieron juntos.
Al reyar el alba, temerosos del castigo del Sol, los enamorados escaparon de su palacio. Pero un guardia que los vio salir avisó inmediatamente al padre de Chuquillanto. Furioso, el Sol se colocó a la cabeza de un gran ejército y partió tras los jóvenes. Éstos, desde lejos, escucharon su encolerizada voz organizando a los soldados. Después de distanciarse del Sol y a sus tropas, agotados por la larga carrera, se detuvieron a descansar. Sentados bajo un altísimo eucalipto, se miraron; y había amor en sus ojos. Sabiéndose perdidos, porque tarde o temprano el Sol los atraparía, le pidieron un último deseo al bastón mágico.
-Conviértenos en piedra. Así, nada ni nadie podrá separarnos.
El bastón cuya misión era unir a los que se aman, realizó el definitivo deseo de la pareja.
Y aún hoy, cerca del pueblo de Calca, se erigen dos estatuas de piedra, que los lugareños llaman Pitu Sirai son Chuquillanto y Acoitrapa, amándose para siempre.
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